Revista Cine

Dōruzu - 2002

Publicado el 07 julio 2018 por Jimmy Fdz
Dōruzu - 2002
Director: Takeshi Kitano
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Lo del hilo rojo es una creencia oriental (que llegó a mis oídos años atrás gracias a los iluminados y siempre cultos otakus) que señala que dos personas siempre van a estar unidas entre sí, por el mentado hilo rojo, y que sin importar cuán lejos se encuentren o qué dificultades entorpezcan su unión, de todas formas acabarán juntos en algún momento de sus vidas, porque el hilo rojo podrá alargarse, enredarse o confundirse con el paisaje, pero nunca podrá romperse. Y así, estas dos personas están destinadas a amarse, ya sea por un instante o por toda su eternidad.
En la película más poética y simbólica de Takeshi Kitano (no sólo por la belleza de sus imágenes, sino que por el significado de sus elementos narrativos y la representación visual de éstos), el hilo rojo es su leitmotif, su pilar fundamental, su motor narrativo. Son tres historias románticas sobre amantes perdidos, distanciados, que experimentan el amor de distintas maneras (maneras inesperadas y poco convencionales), breve pero intensamente como sólo pueden hacerlo los amores puros y diáfanos. Una historia es la de un avejentado y sentimental jefe yakuza que se pone a recordar a la muchacha que, en su insensata juventud, abandonó para dedicarse al crimen organizado nipón; y, recorriendo parques y senderos por donde alguna vez caminó y compartió junto a ella, verá que a lo mejor ella tampoco lo ha olvidado del todo. De esta historia se puede extraer una interesante reflexión y plantear una fascinante pregunta: ¿Qué pasa cuando uno está enamorado de la idealizada memoria de un amante, pero no puede reconocer a ese amante décadas después?, ¿de quién, en realidad, se está enamorado? Otra historia corresponde a la de un hombre enamorado de una pop idol que, luego de un accidente, decide retirarse de los escenarios y recluirse del mundo, y que de tan enamorado que está, hará todo lo posible para volver a ver, o mejor dicho escuchar y estar junto a su ídola. En ambas historias vemos caminar, alrededor de estos añorantes enamorados, a una ensimismada y taciturna pareja atada por una cuerda roja. La última historia, que es la principal y con la que comienza la película (luego de un número teatral con muñecos), es la de estos amantes atados: convencional historia en donde él decide romper su compromiso con ella para casarse, obligado por sus padres (¡¿?!), con la hija del presidente de la compañía en donde trabaja; ella, ante semejante balde de agua fría, intenta suicidarse, fallando en el intento pero quedando en un perpetuo estado catatónico, a lo que él decide romper su otro compromiso para no abandonar nunca más a la pobre loca enamorada, con quien recorrerá estaciones climáticas y bellos paisajes pictóricos recordando o el lado bello del hilo rojo, el de la promesa de reunión y amor, o el triste y desconsolado, el de la separación y la nueva distancia (y acaso, una nueva promesa).
Las historias del yakuza y de la cantante pop están muy bien, expresan y comunican tanto con tan poco (demás está decir que los diálogos no son abundantes, que acá el lenguaje es el de las miradas, el de los colores, el de las flores -los aromas, sí: mejor dicho, las esencias-, el del aire), perfectamente acompañados por la presencia de los amantes atados, que funcionan la mar de bien como metáfora, como lírico recurso para transmitir las intenciones del film, aunque como historia, como trama, esta pareja peca de rutinaria, lánguida y hasta tediosa, no por nada el tramo final del relato, a falta de yakuzas sentimentales y solitarias celebridades, se vuelve iterativo con tantas caminatas por mustias postales.
Sin embargo, "Dolls" es una experiencia completamente única y arriesgada, valientemente personal, en donde su autor salta al vacío ("distanciándose" incluso de sus trabajos más rupturistas, inclasificables), escribiendo y pincelando con la dimensión emotiva y sensible de su propia narrativa, de su propia puesta en escena, de sus propias inquietudes como individuo. A pesar de todo, una película que se ve en un suspiro y que, por momentos, sí, parece un poema filmado.
En fin, hemos terminado de ver todas las películas de Takeshi Kitano. Dieciocho en total. Ha sido un recorrido largo (por el tiempo tomado), pero plenamente satisfactorio y fructífero. Siento que he aprendido un montón con el furioso, salvaje y delicado, casi ingenuo cine de Kitano (y disfrutado también, por supuesto). Definitivamente, uno de mis directores favoritos. Ya nos volveremos a encontrar más adelante.
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