Pues sí, aunque parezcan que han sido veinte, ya son dos años de Gobierno del PP de Mariano Rajoy. Se traspasa así el ecuador de la legislatura y, sí, aún quedan otros dos que pueden parecer 40. Parece un tiempo más que prudente para hacer alguna valoración de su mandato presidencial y pensar en el devenir de lo que nos queda.
Con carácter general se puede decir que han sido dos años de fracasos, mentiras e incumplimientos del programa electoral que le llevó a la Moncloa. Sin entrar en enumeraciones, resumiendo se puede decir que no ha hecho nada de lo que prometió hacer y ha hecho todo lo que dijo que no haría. La cuestión es que, con independencia de lo que dijera, ahora está haciendo lo que realmente piensa, su verdadero ideario ideológico.
Porque más allá de los datos macro que según dicen “indican recuperación” y nadie cree, se encuentra la realidad económica de las familias, el aumento del paro, los desahucios, los recortes en prestaciones, subidas insolidarias de impuestos, copagos varios, privatización de sanidad y educación pública, desarticulación de la dependencia y un largo etcétera de medidas que nos dejan entrever lo que hay tras ellas, el objetivo de las mismas y la sociedad que pretenden diseñar las políticas de este Gobierno.
Decía Alfonso Guerra que “A España no la va a conocer ni la madre que la parió”, pues con Rajoy ocurre justo lo contrario. Está llevando a cabo un cambio social y político que nos lleva a situaciones perfectamente reconocibles en nuestro pasado más sombrío. En dos años hemos retrocedido cincuenta en el ámbito de los derechos sociales y políticos. Porque su verdadero objetivo es la profunda transformación de la sociedad apoyado en los fundamentos ideológicos de la derecha más rancia. Me refiero a la mezcla del neoliberalismo más salvaje en lo económico con el autoritarismo fascista en lo político, todo ello aderezado con una buena dosis de catolicismo meapilas propio de la tradición histórica de la derecha en España.
En el ámbito antiglobalización se utilizó el eslogan “otro mundo es posible”, como propuesta de otro modelo social mejor a la salida de la crisis a lo que J.L. Sampredo añadía “otro mundo no sólo es posible, sino que es seguro. La cuestión es cuál”. Pues Rajoy lo tiene claro para España, la franquista que tan bien describe “los santos inocentes” con señoritos y siervos. En dos años se han limitado derechos y libertades fundamentales. Se ha agravado la desigualdad social recortando y eliminando prestaciones básicas para los sectores más desfavorecidos. Nuestra sociedad es más injusta e insolidaria, las cargas se reparten de manera desigual y los ricos son más ricos y los pobres más pobres. Y, por su puesto, se ha aumentado la impunidad y privilegios de los poderosos junto con la represión de los más desfavorecidos.
Una España de tintes distópicos, propios de las novelas de Orwell o Huxley en el que la ciudadanía estaba adoctrinada desde la infancia, adormecida bien por la adicción a las telepantallas o directamente por el miedo, y en el que la disidencia es vigilada y la protesta criminalizada. En este sentido, han articulado todo un corpus legal en el que la presunción de inocencia depende de tu nivel de ingresos y donde las medidas del Gobierno son legitimadas y justificadas por el poder mediático. A nivel político, definen las reglas del juego y marcan los márgenes de lo que se puede permitir y lo que no. Para ello promueven la desafección, reescriben la historia a su antojo, se apoderan de símbolos y demonizan otros, construyendo un discurso homogéneo y totalizador. Así, todo lo que sea contrario a su pensamiento político y crítico con sus actuaciones se tilda de radical, antidemocrático y antisistema. Cuando lo que de verdad ocurre es que los radicales y antisistema son ellos, que están destruyendo la inacabada obra del estado de bienestar y la democracia española.
Posiblemente, todo ello sea debido al llamado franquismo sociológico, hecho de permisividad inaudito por el que se aceptan socialmente las actitudes fascistas como algo “no especialmente malo”, junto con una fallida e idealizada Transición gatopardista en la que esa élite político-económica franquista se encargó de que todo cambiara para que nada cambiara, o lo hiciera sólo en apariencia, con el único objetivo de garantizar su condición de privilegiada. De este modo, no podemos dejar de establecer relación entre dos 20N de la historia de España. Es inquietante que el mismo día del año ganara Rajoy las elecciones y muriera el dictador Franco. Quizás se deba a que haya una continuidad entre estos dos hechos, y los treinta y ocho años transcurridos en medio hayan sido un simple paréntesis, una irrealidad social, un sueño democrático del que ahora despertamos para vivir una pesadilla real.