Fernando Josa, director de un hotel del sur de Tenerife, reflexiona hoy en El blog de Ashotel sobre estos casi dos años −el 31 de diciembre se cumplen− que han pasado desde la primera notificación oficial de las autoridades sanitarias de la ciudad china de Wuhan de la existencia de un conjunto de casos de neumonía que posteriormente se confirmaron estar causados por el SARS-CoV2, conocido popularmente en nuestro país como coronavirus, y que nos tiene sumidos en una pandemia sin igual.
Dos años que hemos vivido al día, primero con aquel inaudito confinamiento −me costó asimilar que nos iban a encerrar, pero suspender los colegios fue algo que para mí era la hecatombe: el mundo no podría funcionar sin colegios, pensé las primeras semanas−, luego tratando de asimilar la situación poco a poco, protegiéndonos para evitar los contagios, vacunándonos como solución global y volviendo a ver que el ciclo ha regresado en cuanto a la curva de contagios.
En todo este tiempo en que la clave de vida ha sido la incertidumbre he desarrollado una fobia tremenda a hacer planes más allá de una semana −"pensaré en eso mañana", como dijo Escarlata O'Hara, ha sido la tónica habitual−. ¿Un viaje en medio año? ¡Impensable! ¿Comprar esa entrada para un concierto que no sabes si se celebrará o no? Bueno, cómprala, si no sale ya vemos.
Pero quizá, ese vivir al día, pendiente de toda esa ristra necesaria y salvadora de restricciones y medidas de seguridad, escuchando auténticas estupideces de gente egoísta que si vive aún es porque no hemos tenido la suerte de que les caiga directamente un meteorito, me obliga a preguntarme de qué sirve todo lo que hemos pasado en estos dos años excepcionales si no somos capaces de imponer el interés colectivo y abrimos la mano con esos derechos individuales, "porque yo vivo en democracia".
Si el egoísmo pudiéramos asociarlo a una única circunstancia de esta era que nos ha tocado vivir, esta sería sin duda la relativa a toda esa gente que hoy no se vacuna porque no le da la real gana. ¿Ya no nos acordamos de los miles de vidas que han quedado por el camino? No, definitivamente. No podré entender jamás, aunque me expliquen todos esos argumentos de las libertades individuales y bla bla bla, cómo un Estado no obliga a vacunarse a todo el mundo. Y si por esos mismos motivos de los derechos de cada individuo, porque está claro que el derecho del colectivo aquí no pinta nada, una persona no quiere vacunarse, tendría que vivir fuera del sistema, del grupo.
Yo no sería nunca buena política, ni tampoco he pretendido acercarme nunca a ese mundo de vanidades, pero sí quiero que quienes me gobiernen defiendan hasta la últimas consecuencias ese interés común.
Y como dice Josa al final de su artículo, "ya está bien de pensar solo en derechos y comenzar a hablar de obligaciones". Yo añado, además, que "y quien no se vacune, a dormir a la calle".
*Los dibujos son de marzo de 2020. Las golfiantas, entonces aún con 4 años, no sé cómo pudieron encajar de qué iba eso de vivir encerrados.