Revista Regiones del Mundo

Dos años después

Por Lagunamov @Lagunamoc

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... ¡eres tú!Gustavo Adolfo Bécquer ¿Mucho tiempo sin leerme, verdad? Hace ya casi dos años del final de aquella aventura que me llevó a recorrerme toda Sudamérica y Centroamérica haciendo autostop en busca de respuestas, y de la promesa que os hice de escribir un libro para compartir lo que aprendí y encontré por aquellas tierras.Desde entonces ha pasado de todo en mi vida: muchas historias que estaban abiertas antes del viaje continuaron, otras empezaron y otras tantas acabaron; pero esa promesa siempre me ha acompañado en los diferentes caminos que he recorrido hasta hoy en día. No me he olvidado de vosotros.
Últimamente, recibo muchos correos o preguntas acerca de cómo llevo el libro, cuánto tiempo me queda para acabar y si voy a continuar mi viaje hacia Alaska. De la última pregunta no os puedo decir mucho, pues en este momento de mi vida intento no hacer muchos planes y dejo que esta me lleve por donde ella quiera llevarme (ahora mismo vivo en Bratislava, por ejemplo). Pero de las dos primeras si que tengo respuestas y, además, ¡buenas!.El camino del escritor es un camino de duración incierta. Hay días en los que acaricias con suavidad la meta, y otros en los que tus dedos ni tan siquiera recuerdan el tacto que tenía su piel. La inspiración es así, no entiende de tiempo ni de ganas, es una diosa caprichosa que llama a tu ventana cuando se le antoja, sin preguntarte ni avisarte. Por suerte, llevo una temporada en la que esta me visita muy a menudo haciendo que a mi mente todo le parezca poesía permitiéndome escribir y avanzar mucho con el libro (hace dos días estuve una noche entera escribiendo, estaba hiperactivo, podía incluso andar por el techo como maggie cuando bebe café, increíble). De hecho, si sigue visitándome tan frecuentemente seguramente en un añito ya esté completado.

En cualquier caso, ¡tranquilos!, va bien y sigo con ello. El libro sigue siendo uno de mis deberes diarios y no creo que tarde mucho en acabarlo y publicarlo. Para hacer más llevadera la espera, os dejo un trozo de "Tejiendo una historia" , el primer capítulo, como muestra de lo que está por venir y también como disculpa por haber estado tanto tiempo sin informar. Nos leemos :)

1.1. Tejiendo una historia
Las olas chocaban contra las rocas vírgenes de aquella playa costarricense, parecían estar poseídas por una ira sobrenatural, como si el más furioso de los hombres se estuviese desquitando a golpes de martillo contra el paisaje paradisíaco en el que me encontraba. Los últimos rayos del sol las tintaban del color del crepúsculo, dotándolas de un color carmesí muy poco frecuente en la vida civilizada, pero muy común en la salvaje.
Era tan bello que me quedé hipnotizado por unos momentos, no podía dejar de mirarlo. Tenía algo que me atrapaba y me hacía sentir seguro y caliente, como si hubiese vuelto a esos días en los que mi madre me protegía entre sus brazos de las decepciones de la vida. Me relajé tanto que mis párpados empezaron a traicionarme para reivindicar que querían desplegarse.
—Despierta, que a mí no me gustan los soñadores —me dijo una voz femenina, liberándome así de las acogedoras garras de la morriña.
Giré la cabeza y allí estaba Sasha. Con esos dos jades que tenía por ojos mirándome, acompañados de una sonrisa pícara y nada inocente. Si su voz no hubiese bastado para desprenderme de las manos de Morfeo, la visión de su persona me habría invitado a dejar atrás el mundo de lo onírico para sumergirme en la más lúcida y perversa de las realidades.
—Los soñadores construimos el futuro —respondí mientras me levantaba—. Sin nosotros no habría coches, aviones, cohetes... Ni películas clásicas como Star Wars o Indiana Jones
—¿Star Wars? —rio al mismo tiempo que bromeaba—. Vamos, vamos. Esas cosas que has nombrado son fruto del trabajo de ingenieros y empresarios. Gente productiva. No como tú, que eres filósofo, y encima español.
—Lo mismo le decían a Obi Wan Kenobi los opresores materialistas del Imperio. Ya te digo yo que los filósofos somos los más importantes. Pensamos las cosas antes de que sean —dije adquiriendo un tono serio.
Al verme así de serio, ella también reaccionó y las líneas de su frente se unieron a nuestro juego para ver quién ocultaba mejor las verdaderas intenciones de su alma. Un juego en el que nosotros dos, el español y la británica, éramos los principales jugadores y el silencio que se producía entre martillazo y martillazo de agua salada contra la roca dura nuestro único árbitro.
—Lo que hace uno por justificar lo que ha estudiado, ¿eh? —me preguntó finalmente.
La seguí mirando seriamente con todas mis fuerzas sin querer terminar de jugar hasta que, por un descuido mío, una sonrisa se dejó entrever en una de las rectas que formaban mis labios. Entonces, al darme cuenta de que ella lo había notado, me rendí y empecé a reír. Sasha comprendió todo y también estalló de alegría.
—Eres malo, estás jugando conmigo —me reprochó.
—No, solamente soy un incomprendido.
Me dio una manotada en el brazo.
—Anda, vamos a volver al hostal, Teo, que si no, te vas a perder de tanto pensar.
—¿Quién te dice que ya no estoy perdido? —respondí—. Te hablo de Star Wars y de Indiana Jones, eso es un claro signo de demencia senil.
Se rio y volvimos hacia Puerto Viejo, un tranquilo y bonito pueblo costero con las virtudes propias de esos retiros de ensueño que te imaginas cuando alguien te pregunta dónde te gustaría pasar tus últimos días. Estaba situado en la parte caribeña de Costa Rica, muy cerca de la frontera con Panamá, y nuestra presencia allí era por mera casualidad. Habíamos llegado el día anterior, tras un autostop muy tranquilo iniciado en la virgen y espesa reserva de Monteverde.
En un principio, íbamos directos (o lo más directos posibles en este tipo de manera de viajar) hacia San José, pero el simpático conductor que nos subió insistió tanto en que no podíamos abandonar el país sin visitar ese pueblo que al final cedimos. En la capital planeaba pasar los últimos días por comodidad a la hora de dejar esa república, pero nunca me había llamado la atención visitarla y examinarla a fondo. La primera vez que estuve en sus calles, meses atrás, estas no me transmitieron ningún mensaje para que las explorara, ni su gente parecía estar dispuesta a quedar atrapada en mi corazón. Así que cambiamos de plan sin que el amargo sabor de la decepción apareciese por nuestros paladares. Además, algo me decía que Puerto Viejo me iba a dar la respuesta a muchas preguntas que las necesitaban.
Al final de un pequeño paseo por la población caribeña llegamos al hostal, una casa grande normal y corriente construida a base de madera y tejas. Lo único que la hacía entrar en discordia con las homogéneas casas de su alrededor y la diferenciaba como residencia para turistas era su patio, que estaba lleno de hamacas del revés, tablas de surf mal puestas, confetti esparcido por el césped y botellas de cerveza vacías tiradas en cualquier rincón, como si cada noche el hostal recibiese la visita del gran Gatsby para montar una de esas grandes fiestas que montaba en la Long Island durante la época del jazz.
—Todavía me pregunto cómo acabamos en un lugar tan peculiar teniendo tanta oferta — dijo Sasha —, tiene peor pinta que la discoteca que suelo frecuentar en Leicester Square un sábado a las 4 de la mañana.
—Solamente te tienes que girar para darte cuenta de por qué lo elegimos.
Me dio la razón con la cabeza.
—No hace falta que me lo digas, es lo primero que intento ver cuando despierto.
—Gracias por el cumplido, Sasha —le contesté sarcásticamente.
—Me refiero al mar, no a ti, idiota.
El hostal estaba junto a una playa que parecía haber quedado exiliada de los dominios del tiempo, destinada a no sentir el peso de la mano del hombre sobre sus granos de arena. Era cierto que el ambiente que se respiraba en el lugar por las noches no era el más «saludable» ni «tranquilo» y podía confundirse con el peor pub del Londres en el que había nacido Sasha, pero la visión de ese mar momentos antes de que la luna te dé las buenas noches o, como decía ella, en el preciso instante en el que el sol te da los buenos días era algo que no se podía dejar pasar porque pareciese que Fitzgerald hubiese encontrado allí mismo la inspiración.
Al pasar por sus puertas, el recepcionista, de mediana edad y tan moreno como el mejor café colombiano, nos saludó.
—Buenas tardes, señores.
—Buenas tardes —respondimos cordialmente.
—¿Les gustó la playa?
—Sí, muy bonita —dije adelantándome a Sasha, que ya estaba abriendo la boca—. Y con la puesta de sol es más preciosa si cabe. Gracias por la recomendación. Una pregunta, ¿el barco abandonado está embrujado o algo así? —miré a la inglesa con una sonrisa—. Nos encanta ese tipo de historias, sobre todo a Sasha, le ayudan a dormir mejor.
El recepcionista me miró incrédulo, como si no creyese la información que sus oídos le estaban proporcionando.
—¿Eso quiere decir que no? —pregunté al ver que no respondía.
—Tranquilo, tranquilo, no hace falta que respondas —dijo Sasha empujándome hacia el pasillo que llevaba a la sala de estar—. Es filósofo, tiene un humor muy raro, no le hagas caso.
La sala era espaciosa y grande, tanto que los pocos muebles que decoraban su suelo y sus paredes parecían molestar, como si ese espacio hubiese sido concebido para estar vacío y se estuviese quejando de que su esencia no estaba siendo respetada. A excepción de tres hamacas, una televisión, una mesa rectangular rodeada de sillas y botellas de cerveza, no había nada, o mejor dicho, había mucha nada.
Bien entrada la noche la sala sí que se convertía en algo parecido a la cantina del episodio IV de Star Wars, donde viajeros de todas partes del mundo (o de la galaxia) bebían, bailaban e intercambiaban historias de sus aventuras. Pero a esas horas de la tarde todavía era pronto y todos los rincones de la sala aún estaban huérfanos de la música y del alcohol de la noche anterior.
En la mesa, reconocí dos rostros familiares. Eran la pareja holandesa que habíamos conocido nada más llegar al hostal. El hombre, Henrick, era más viejo que cualquier tradición humana y tan grande como el más robusto de los robles. Adrie, en cambio, denotaba inocencia y juventud por cada uno de los poros de su cara y era muy delgada.
—¡Ah! El supervagabundo —exclamó Henrick al verme—. Sentaos con nosotros a tomar una cerveza. Cuéntanos una de tus historias.
—¿Por qué no? —dijo Sasha a la vez que se sentaba — Nos podrías contar cómo empezaste a viajar por ejemplo, que llevo sin separarme de ti un mes y todavía no lo sé.
Yo tenía un poco de sueño, el cansancio chantajeaba a todos y cada uno de mis músculos y mi mente quería desatarse de los estrechos lazos que la unían con la realidad para reposar, había sido un día duro. Aún así me senté al lado de ella. Eran graciosos y tenían tema de conversación, al contrario que el 90 % de los turistas que me había encontrado en los hostales hasta entonces, tenía que aprovecharlo.
—¿Qué habéis hecho durante el día? —pregunté cambiando de tema.
—En realidad nada —dijo Adrie insatisfecha—. Estamos un poco cansados del vuelo todavía, así que solamente hemos salido a comer y a cenar, el resto del día lo hemos pasado aquí viendo Friends
—¡Friends! —la interrumpí—. Esa serie es genial.
—Sí —respondió Henrick—. Ya no se hacen series así, y la verdad es que esa era muy buena. Recuerdo que no podía despegar la cabeza del televisor cuando Ross iba a tener un hijo con Rachel.
Estuvimos hablando de Friends durante un buen rato a la vez que bebíamos un poco de cerveza. Me sentía muy cómodo en ese grupo, tanto que me dio igual sacrificar unas cuantas horas de sueño y de descanso tras un día duro a cambio de mantener unos minutos de charla con ellos.
—Después de un año de viaje, debes de estar echando mucho de menos el ver series y películas, ¿no? Parece que antes estabas muy habituado, sabes mucho del tema —dijo Adrie poblando un momento de silencio que había surgido en la conversación — Ayer incluso nos hablaste de videojuegos, eres todo un geek
—No te lo voy a negar, siempre me han gustado mucho esas cosas —respondí—. Aunque ahora no las echo de menos, he aprendido a vivir sin ellas. Valoro mucho más el disfrutar de agua caliente en la ducha, tener mi propio cuarto o la intimidad. Cosas que antes ni se me pasaban por la cabeza que fuesen tan importantes.
—¿Qué es lo que lleva a un chico de 25 años a dejarlo todo y ponerse a viajar por el mundo? —añadió Henrick.
—La crisis de los 50, obviamente. Estaba entre eso o un descapotable.
—Va, no rehúyas de la pregunta —dijo Sasha—. Se lo he preguntado millones de veces y siempre intenta eludir la respuesta. Responde «la crisis de los 50» o «buscar tesoros» en el 90 % de las ocasiones, en el 10% restante alude a la “Fuerza”, “Q” u otra excusa geek
Nos reímos los cuatro al escuchar sus palabras. No le faltaba razón, pero no era fácil para mí explicar el porqué de un viaje que ya pasaba del año de duración.
—Pero es que es cierto, fue la crisis de los 50 —respondí levantándome—. Bueno, me alegro mucho de haber compartido estas cervezas con vosotros, pero me voy a dormir, que estoy reventado. Nos vemos mañana.
Miré a Sasha y su mirada verdosa me confirmó que estaba decepcionada porque me iba sin contarle nada, le susurré un lo siento, me despedí rápidamente del resto para no tener que lidiar con el peso que sus ojos depositaban en mí y salí de la sala. Pero, en mi pequeño paseo hasta la habitación algo llamó mi atención. La luna se había declarado la reina del firmamento y reinaba desde su trono, situado encima del Caribe, con una fuerza y una luminosidad que nunca había visto. Esa imagen casi celestial me otorgó un poco de fuerza y me propuse esperar un poco antes de dormir para salir hacia fuera en pos de contemplarla mejor.
[***]
La playa estaba desierta, no había nadie y ningún artificio creado por el hombre desnaturalizaba el ambiente, haciendo así más perfecta la imagen de postal ante la que me encontraba: una majestuosa luna iluminando una arena casi tan blanca como ella. Me senté y contemplé mi alrededor.
—¿Cuántas personas nacidas en Barcelona habrán corrido la suerte de poder disfrutar de algo tan bello y natural? —me pregunté.
Estuve un rato reflexionando sobre preguntas que no vale la pena que mencione aquí, hasta que escuché un ruido que provenía del hostal, supose que los viajeros ya habían empezado con la fiesta, como era de costumbre cada noche,  así que no le dí importancia.
Entonces oí unos pasos que se acercaban a mí. Giré la cabeza hacia ellos y ví que alguien se acercaba a paso lento. La luz de la luna intentaba desvelar el rostro de una silueta que se movía armoniosamente  y que se fundía con facilidad con la imagen del lugar. Al fijarme en sus pies me di cuenta de quién se trataba.
Era Sasha, no podía ser otra persona, esa manera tan natural y poco artificial de andar solo podía pertenecer a una inglesa que se había criado en la parte este de Londres, en el barrio en el que Jack the Ripper se paseaba con un cuchillo a finales del siglo XIX  . Me hizo un gesto con la cabeza y se sentó a mi lado.
—Así que la crisis de los 25... —me miró un segundo para luego clavar los ojos en el cielo—. No sé a quién intentas engañar. Tú has estudiado Filosofía, el no tener trabajo no le hace plantearse cosas a alguien como tú, ya os viene de serie. ¿Me cuentas el motivo real?. Creo que ya va siendo hora y me lo debes por haberte salvado la vida haciendo canopy. ¿Por qué decidiste encontrarte contigo mismo a los 25?
Tenía razón, como decía había llegado la hora, no podía huir más. Me miré las manos, bastante destrozadas por haber utilizado la pala y el pico en Agualinda, y ella también me las miró.
—Perdona Sasha, es que estas ya no son mis manos —dije cuando puse la mirada en dirección a lo que Sasha intentaba encontrar—. Han pasado de ser delicadas y perfectas como las amigas de un pianista a ser un hervidero de cayos y desperfectos. Con los motivos y las causas del viaje ha pasado lo mismo, han ido cambiando. Los motivos de por qué empezó todo esto no se parecen en nada a los que me han llevado a estar un año vagabundeando por Sudamérica y Centroamérica. Si quieres saber qué me movió a viajar, que creo que es la respuesta a la pregunta que todo el rato me estás planteando, tienes que conocer toda la pila de motivos que me han traído hasta este momento, no solamente a la Tierra del Fuego. En otras palabras, vas a tener que tragarte un rollo comparable al bíblico, tienes que saber la historia entera para entenderme.
—Me encantan las historias largas, Teo, y más si son de viajes. Creo que me pueden servir de mucho, ya que yo apenas acabo de empezar mi aventura.
Era cierto, escuchándome podría evitar muchos peligros que a mí casi me cuestan la vida.—Sí, además, creo que nos irá bien a los dos. Yo seré como Yoda y tú como Luke Skywalker en el planeta Dagobah.
Miré al horizonte y me reí.
—Pero te aviso, puede ser un tostón.
—No, Teo, seguro que no. Me has contado ya muchas aventuras y todas son muy interesantes y divertidas, como cuando te drogaron en el amazonas. Por favor, maestro Yoda, cuénteme todo lo que necesito saber de la fuerza. ¡Se lo suplico!
—Vale. Llevo mucho tiempo pensando que el refrescar la memoria podría darme la clave para darle un sentido a este final que mi vida está viviendo.
En ese momento puse en marcha mi mente para encontrar un punto de inicio de la historia. Pero me costó trabajo descubrir el comienzo de mi odisea, pues las cadenas del destino no se pusieron en marcha en el momento en el que, nervioso y con esperanza, me monté en un avión con rumbo a Sudamérica, como suele ser habitual.
El viaje se había ensamblado mucho antes, con decisiones en momentos clave de mi vida que mi memoria tuvo que examinar una a una, haciendo esperar a Sasha si quería ser sincero, para ver cuál era la primera de la cadena. Entonces encontré el motivo inicial por el que había dejado atrás mi identidad, mis ideales, mi pasado y mi país.
—Fue durante una de esas noches de finales de verano en las que los días ya empiezan a menguar, haciendo que la existencia vuelva a la levedad tan característica de la temporada otoñal, cuando verdaderamente empezó todo esto. No fueron ni las ganas de ver mundo ni la curiosidad de conocer nuevas culturas lo que me hizo salir de mi ciudad natal, ni mucho menos. No hubo ni una causa trascendental, ni la llamada de una deidad, ni siquiera la búsqueda de un tesoro perdido. Todo esto empezó por el motivo por el que empiezan muchas de las grandes empresas de nuestro tiempo. Un motivo tan ligado a la esencia humana que incluso se podría decir que la define. Un sentimiento por el que muchas personas han cambiado sus vidas y por el que incluso las han dado durante milenios; la causa de desdicha favorita de Shakespeare y Homero; tan viejo que los filósofos de la Antigua Grecia ya se mostraban inquietos ante él y hacían todo lo posible por definir su esencia. Al pensar en esa tarde ahora, me queda más claro que el destino de las cosas no ocurre nunca por casualidad y que siempre hay algo detrás de todo. Y en mi caso, ahora veo que lo que me movió a vivir la experiencia más determinante de mi vida no fue ni el azar ni mi valentía. Lo que hizo que saliese en busca de aventuras fue algo que siempre propicia que un hombre salga a encontrarse con su destino. Un sentimiento tan intenso y caliente como un beso, bello como una rosa en primavera, armonioso como la más perfecta de las sinfonías, pero que a veces puede ser más cruel y doloroso que andar descalzo por encima de una fragua ardiendo.
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Dos años después

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