La conmemoración vergonzosa del décimo aniversario del advenimiento del "Zapaterismo", la peor plaga de la España moderna, nos ha hecho ver a los ciudadanos que Zapatero, cerrando los oídos al clamor creciente que exige su dimisión y la celebración de nuevas elecciones, pretende permanecer en la Moncloa por lo menos hasta que finalice la legislatura, lo que equivale a dos años más de degradación de la democracia española y de angustia cívica.
Ante la perspectiva de tener que soportar dos años más al peor gobernante que ha padecido España desde el traidor Fernando VII, hay dos consideraciones importantes que hacer:
La primera es que el Partido Popular, principal partido de la oposición y el único con posibilidades de suceder a Zapatero, debe abandonar urgentemente su actual política cobarde de "esperar" a que el gobierno socialista se cueza en su propio fracaso, confiado en que los ciudadanos, hartos de Zapatero, castigarán al gobierno votando a la oposición. España se merece una oposición que arriesgue, que sea capaz de ilusionar a los ciudadanos con un programa de regeneración y que se atreva a demostrar ante la ciudadanía, con propuestas concretas y con una apuesta clara por la limpieza, la honradez y el resurgir del proyecto común, que Zapatero ha sido un plaga para la democracia, un cáncer para la decencia y un castigo para España.
La segunda es que los ciudadanos, si el PP, como es probable, sigue apostando por la cobardía de "esperar" sin riesgo a que Zapatero se hunda en sus propios excrementos, deberían reflexionar y no premiar esa actitud antipatriótica y antidemocrática de la derecha. El voto de los ciudadanos honrados debería orientarse hacia la protesta, ya sea mediante el voto en blanco o anulando los votos con reproches concretos a una casta política que no está a la altura, ni el la izquierda, ni en la derecha.
El rechazo al político debe crecer hasta el punto de que los representantes públicos perciban a diario el desprecio del pueblo, indignado por el mal gobierno, por la injusticia reinante, por el despilfarro, por la corrupción y por los privilegios injustos que disfrutan los miembros de "la casta", a pesar de sus muchos errores y fracasos.
Conscientes de que "en España el ciudadano vota pero no elige", los demócratas no deberían caer en la trampa de castigar al gobierno votando a la oposición, una actitud que potencia y refuerza el sistema corrupto que nos asquea, porque aquellos que ganan las elecciones van al gobierno, pero los que la pierden siguen disfrutando de las ventajas y privilegios que la "casta" ha forjado para su propio disfrute, recibiendo dinero público abundante, ocupando puestos bien pagados en las instituciones, cajas de ahorro y en consejos de administración, coches oficiales, subvenciones para el partido, etc.
Zapatero, si pierde las próximas elecciones, en lugar de pagar por el enorme daño que ha causado a España y a los españoles, a los que ha arrebatado la prosperidad, el futuro, la felicidad y la decencia democrática, se sentará en el Consejo de Estado y disfrutará de coche oficial, guardaespaldas, funcionarios a su servicio y unos fondos públicos que le convertirán en millonario de por vida. Un sistema que premia el fracaso carece de dignidad y no merece apoyo ciudadano. Ese destino que el sistema reserva al pésimo gobernante constituye una injusticia tan lacerande e indignante que debería provocar una rebelión cívica contra un sistema que tiene más de opresor que de democrático.
Como demócratas, debemos tener claro que nuestro enemigo no es Zapatero sino la democracia podrida vigente, que Zapatero, Aznar y Felipe González convirtieron en una pocilga.
El PP sólo merecerá el apoyo de los demócratas españoles y de la gente de bien de este país si garantiza una profunda reforma que afecte a la Constitución y a la Ley Electoral, que devuelva al ciudadano el protagonismo que le corresponde en democracia, que erradique la corrupción pública, que ha alcanzado niveles nauseabundos, que establezca controles para limitar el abuso de poder de los partidos y de los políticos, que elimine la vergonzosa capacidad de chantaje de los pequeños partidos nacionalistas, que empuje al país hacia la recuperación de los principios y valores perdidos y que elimine la impúdica impunidad que disfruta la casta política cuando delinque..