Editorial RBA. 203 páginas. 1ª
edición de 1974, esta de 2010.
Hace unos meses, tras volver de
mi viaje a California, ya hablé de la sorpresa tan agradable que supuso
encontrar en una librería de segunda mano de San Francisco la mayoría de la
obra narrativa de Jorge Ibargüengoitia
(1928, Guanajuato, México-1983, Mejorada del Campo, Madrid), de la que leí
cuatro libros seguidos, que fueron ya comentados en el blog. Me quedaban aún
sin leer Los relámpagos de agosto y Los pasos de López, pero al pasear
por el centro de Madrid durante las últimas navidades y entrar en la librería
de segunda mano Ábalo de Raimundo
Fernández Villaverde, no pude resistirme a comprar la novela Dos
crímenes, en la edición de RBA, prácticamente nueva, por 4,5 euros.
Quizás me habría gustado más tener toda la obra narrativa de Ibargüengoitia en
las bonitas ediciones de Joaquín Mortiz,
pero creo que me iba a resultar difícil encontrar este libro en Madrid, y la
edición de RBA está muy bien. De hecho, creo que éste es el primer libro de
Ibargüengoitia que reeditó RBA cuando inició el rescate de este valioso autor,
y fue la primer vez que yo supe de él al hojear en la Fnac de Callao esta edición y toparme con esta escueta cita de Javier Marías en la solapa:
“Extraordinario”.
Según mi amigo el escritor
mexicano Federico Guzmán Rubio, Dos crímenes es la mejor obra de
Ibargüengoitia; superior a Las muertas, que para mí es una
novela magnífica. Así que un viernes de hace unas semanas empecé a leer Dos crímenes, en el bar de la calle
Narváez donde últimamente me tomo el café de por la tarde, con altas
expectativas. El café se terminó y me lo estaba pasando tan bien leyendo que
quise alargar el momento y me acabé pidiendo otra consumición. Leí 50 páginas
seguidas en la barra del bar, y habría seguido, pero tenía que irme. Al día
siguiente, sábado, tenía una comunión y por la tarde-noche el acto de despedida
de los alumnos de 2º de bachillerato del colegio donde trabajo, así que me
levanté con tiempo para poder leer antes de enfrentarme al largo día. Me
parecía un crimen romper el ritmo lector de la novela dejando un día sin
acercarme a ella. El comienzo de esta novela –o más bien toda ella– tiene un
ritmo impresionante. Es una novela que engancha desde la primera frase: “La
historia que voy a contar empieza una noche en la que la policía violó la
Constitución”.
El narrador y protagonista de Dos crímenes es Marcos González, de
treinta y dos años, apodado “el Negro” y militante de izquierdas, que tiene que
huir de México DF cuando la policía pretende cargar sobre su grupo de amigos un
crimen que no ha cometido. Marcos decide esconderse en un pueblo del estado del
Plan de Abajo llamado Muérdago, donde reside un tío político al que hace mucho
que no ve. Pero su llegada al pueblo, y su plan para sablear amablemente a su
tío y poder refugiarse con su novia (huida a otra parte del país) se verá
enturbiado por la recelosa bienvenida que le van a brindar sus primos, sobrinos
carnales del tío, quienes parecen estar esperando que su viejo e impedido
pariente muera para heredar sus haciendas y su dinero; y esta plácida espera
podría verse en peligro si el tío decide ceder parte de su herencia al sobrino
recién llegado de la capital.
Marcos González –en más de un
momento– señala que está narrando hechos pasados y se adelanta a lo contado:
“Me asombra lo lejos que estaba entonces de imaginar que aquella noche era la
última que íbamos a pasar en la casa” (pág. 14); “Así acabó esta parte de mi
vida” (pág. 19).
Como es común en su obra,
Ibargüengoitia vuelve a situar la acción de su novela en el imaginario estado
mexicano de Plan de Abajo –un trasunto de su natal Guanajuato–, y vuelven a
aparecer lugares ya conocidos para sus lectores, como la ciudad de Cuévano,
donde Marcos tiene que desplazarse a realizar gestiones en más de una ocasión,
e incluso llegará a entrar en el café La Flor de Cuévano, un establecimiento
muy visitado por los protagonistas de Estas
ruinas que ves.
Como en otras ocasiones, el
lenguaje de Ibargüengoitia es rico en mexicanismos; tan escueto y tan rítmico
como la estructura de novela negra usada, pero también sabe ser lírico en las
breves y precisas escenas descriptivas que aparecen. He señalado este ágil
párrafo descriptivo que encontramos en las páginas 31-32: “No muy lejos se oía
un pleito de gorriones. El cielo azul cobalto de la cuaresma colgaba sobre
Muérdago. A nuestra izquierda podían verse las torres color de rosa de la
parroquia, las casas de dos pisos y los laureles de la Plaza de Armas. En el
resto del campo visual se extendía la ciudad plana, de azoteas, amenizada en
trechos por una torre, una cúpula o un fresco aislado. A lo lejos estaban los
campos sembrados y al fondo la sierra”.
Dos crímenes es una novela con mucho encanto; también es una novela
política por su crítica a la burocracia y a la policía, ambas corruptas; es una
novela de costumbres, por su descripción de la vida en el pueblo de Muérdago;
es una novela negra, porque la relación entre los primos cada vez se va
volviendo más turbia; y no deja de ser una novela social: así se describe a sí
mismo Marcos en la página 67: “Nací en un rancho perdido, mi padre fue
agrarista, me dicen el Negro, estoy jodido”. Frase esta última que se irá
complicando a lo largo de la novela, según el narrador va enfangándose cada vez
más en la realidad que le rodea y descubriendo más misterios sobre su pasado;
en la página 91: “Nací en un rancho perdido, mi padre fue agrarista, me dicen
el Negro, la única parienta que llegó a ser rica empezó siendo puta: estoy
jodido”; y en la página 114: “Nací en un rancho perdido, mi padre fue
agrarista, me dicen el Negro, la única de mi familia que llegó a ser rica
empezó siendo puta y con sólo echar una firma perdí catorce millones de pesos.
Decir que estoy jodido es poco”. Y no deja de ser una novela de humor, basta
para ello releer las citadas frases.
Las sorpresas y los giros
narrativos son constantes en la trama de la novela; y la estructura también
guarda una inesperada sorpresa, porque ya pasado el ecuador de la novela se
produce un cambio de narrador. Prefiero no desvelar quién será el nuevo
narrador de Dos crímenes.
No lo he dicho antes, pero como
en otras ocasiones, la novela también tiene un ligero encanto de enredo sexual.
En la página 75, Lucero, la hija de su prima y una de las posibles amantes de
Marcos, está leyendo La casa verde de Mario Vargas Llosa, lo que en cierto modo,
dada la complejidad formal de esta novela peruana, parece una broma.
En una charla en la Casa de América de Madrid a la que
acudí hace dos años el día del libro, el escritor Jorge Volpi habló de Jorge Ibargüengoitia como de uno de los
grandes escritores olvidados del boom.
Recuerdo una frase que me hizo sonreír del final de Estas ruinas que ves: cuando el narrador por fin confía en sí mismo
y se lanza tras la chica de la que está enamorado, que mantenía una relación
con un joven, seguro de sí mismo y atildado ingeniero de la capital, dice (cito
de memoria): “Él era más guapo pero yo era más simpático”. Traslado el símil de
su novela al campo literario: un escritor como Vargas Llosa ha escrito obras importantes,
ha innovado en la estructura, ha sido el atildado ingeniero novelístico de la
capital, pero Ibargüengoitia, en muchos casos, sin ser un escritor tan
deslumbrante, tiene más encanto; es decir: Vargas
Llosa es un escritor más guapo, pero Ibargüengoitia es más simpático.