Revista Opinión
Quizás a estas alturas ya se haya disipado aquella persistente crítica que se ha escuchado a menudo y que nos hablaba de que movimientos como el 15m están constituidos fundamentalmente por las necesidades ociosas del burgués y la nostalgia elitista por una vida que orbitaba en torno al consumo y al capricho. Esta clase media ociosa se encuentra hoy en día al filo del abismo a causa de la ausencia de política- o la conversión de la política en siervo del mercado- y cada día lo experimentamos en propia carne con la llegada de los recortes sociales en aquello que es más importante para los ciudadanos.
Pero por otra parte nada más pertinente que esta movilización de las conciencias que se ha producido en el seno de la clase media. “En el peligro crece lo que salva”, decía Hoelderlin, y si esto es verdad, ahora es un buen momento para que esa supuesta clase media satisfecha de sí misma e inconsciente retome la cuestión de su propia identidad y su puesto en el devenir histórico- si es que no hemos penetrado ya el desierto atemporal del capitalismo internacional-. En medio de un tejido multipolar, atravesado ya el umbral del siglo XX, en una sociedad multiracial y multicultural, surge la pregunta de la unión posible de aquellos que no son los jerarcas de la sociedad y que no disponen del capital para eludir los estragos de la crisis.
La otra crítica se centraba en la ausencia de ideología de movimientos críticos como el 15m que se quieren apolíticos, asindicales y apartidistas. La ideología es el motor del cambio, pero contrariamente a lo que opinan muchos, la ideología no es un catecismo que haya que aprender desde niño y que esté dictado desde tiempos inmemoriables por profetas de origen divino. En otras palabras, la ideología no es algo inmutable que explica la realidad, pues, si es verdad que queremos hacer justicia a Marx, la comprensión de lo real no puede separarse de las condiciones concretas que producen todas las estructuras de la realidad en sus múltiples dimensiones. Esas condiciones no son las de la Inglaterra del siglo XIX, si no las de una sociedad que ha conocido la decadencia de las ideologías y el advenimiento de un desierto en lo relativo a valores, horizontes de vida y esperanzas metafísicas.
Así pues, la crítica al carácter burgués del 15m debe ajustarse a las condiciones materiales de existencia en las cuales se desarrolla el actual capitalismo, que se propulsa hacia un internacionalismo del capital desde el seno de la sociedad del bienestar. Mas también con ello se ilumina un aspecto interesante que valdría como réplica a esta crítica. Y es que si algo nos está demostrando el devenir de la política y la economía en estos últimos años, es que alcanzar un estado del bienestar relativamente estable es precisamente una inestabilidad que requiere el continuo esfuerzo y el control permanente. En efecto, la crisis nos demuestra la fragilidad de las democracias representativas y la necesidad de establecer para nosotros mismos, como sujetos y ciudadanos de esas democracias, un horizonte de perspectivas firmes en el que tanto la ideología como la crítica sean herramientas eficientes y permanentes que exijan un control continuo de nuestras instituciones. Desde esa perspectiva, la crítica del sujeto ocioso de la clase burguesa es tan necesaria como la del proletario, puesto que la pasividad política conduce al deterioro de un estado de bienestar social francamente frágil.
En cuanto a la crítica de la ideología, ya hemos apuntado el núcleo de la respuesta. La ideología no es algo estático e inalienable en el tiempo. Con respeto hacia aquellos que han dejado su vida en el camino para que hoy tengamos una serie de derechos imprescindibles y justos, más allá de la injusticia necesaria que representa la historia, la ideología ha de ser algo ajustado a la realidad y no edificado sobre el pasado o sobre estructuras inexistentes. Esto, por supuesto, no implica pensar que, por ejemplo, el anarquismo sindical no sea válido hoy en día. Todo lo contrario, lo es más que nunca. Lo que quiero señalar es que no se puede exigir a un ciudadano de clase media aquel nivel de compromiso que caracterizó a los revolucionarios libertarios de la guerra civil, por ejemplo. Pero si es verdad que día a día el capitalismo internacional va ocupando puestos de libertad más anchos sobre nuestras vidas, si es verdad que la emancipación del hombre está cada día más lejos, la ideología ocupará también poco a poco más importancia. La ideología es, en fin, contemporánea de las condiciones concretas en que se desarrolla la historia humana, y no un decálogo ancestral sobre el que ejecutar de forma estática las leyes que los profetas del pasado impusieron por designio divino. Ello sin menosprecio del hecho fundamental, a saber: que la ideología es producto de las circunstancias concretas y no al contrario.
La clase media tiene derecho a protestar si no quiere ver empobrecida su vida en las parcelas más fundamentales. Por otra parte, la ideología tendrá su lugar cuando la coyuntura histórica lo permita. El horizonte ideológico forma la base de las acciones en el presente, pero toma su forma definitiva bajo la coyuntura adecuada. Bajo estas dos perspectivas, planteo la posibilidad de responder a algunas de las críticas habituales que he escuchado sobre el movimiento del 15m y de los indignados en general.