Revista Opinión
Leo en la sección Internacional de un diario nacional el siguiente titular: «El mundo da la bendición a la nueva Libia». Por un momento pienso si el periodista utilizó la expresión dar la bendición con doble sentido, o si se trata tan solo de una licencia retórica sin segundas intenciones. En todo caso, no se me ocurre otra forma más elocuente con la que describir la naturaleza de la Conferencia de Amigos de Libia, en la que Sarkozy, a modo de anfitrión, negocia con sus socios europeos, el gobierno de transición libio y diferentes organizaciones internacionales el futuro del país norafricano. Si el titular no era ya de por sí suficientemente iluminador, la fotografía que le acompaña despeja cualquier tipo de duda. Sarkozy adelanta su brazo en un gesto de invitación a dar un paso y tomar posición; algunos sonríen complacidos. No es para menos; Europa ha matado dos pájaros de un tiro. Por un lado queda ante la opinión pública como el divini redemptoris de la causa libia, adalid de la democracia entre los pueblos esclavizados por la tiranía. Y además, de postre se reparte el pastel del crudo, los gaseoductos y demás reservas energéticas libias. Moral y negocio se complementan. ¡Como para no estar contentos!
El que no parece muy cómodo es Zapatero, embutido en segunda fila y meditabundo; permanece (como) ausente, aletargado en sus preocupaciones. Quizá pensaba por entonces en el marrón de tener que aprobar al día siguiente una modificación de la Constitución, con el único beneplácito de su mayor antagonista. Como para andar de fiesta; bastante tiene con lo suyo. Zapatero asistió a París porque entra dentro del cargo, que si fuera por él, de techo de déficit nada. Pero como ya dijo de su propia boca: la necesidad manda (o el vil dinero, que para el caso es lo mismo). Y quien no lo quiera, que busque otro oficio. Cuando un presidente de gobierno entra en el cargo, lo hace jurando con una mano sobre la Constitución y con la otra cediendo su alma al diablo. En política, no hay acciones buenas; solo malas y menos malas.
Europa ya tiene sus recursos naturales asegurados y a los libios pobres, pero democratizados. Que, ya se sabe, la moral democrática es la antesala del capitalismo. Ya solo queda que encuentren a Gadafi en un cuartel de pueblo, lo ejecuten en plan Harry, el sucio y tiren su cuerpo al Mediterráneo. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. En fin, el mundo da sus bendiciones al amigo libio, que abre sus reservas de oro negro a sus aliados en la lucha contra el sátrapa. Entre todos se zamparán Libia, contenta de ver cómo la Coca-Cola arriba en sus costas, trayendo refresco, paz y progreso. Otros Gadafis ocuparán su escaño, con legitimidad a recaudo mientras la amiga Europa (vigilada por Obama) tenga ración de energía para rato.
Ramón Besonías Román