Un infernal cañonazo suena, de improviso, a los treinta y cuatro minutos; otro más, a los treinta y cinco. Hasta el instante preciso de esos disparos, Emerson, Lake & Palmer (a partir de aquí: E.L.P.) habían interpretado de forma abreviada la obra “Pictures at an Exhibition” de Mussorgsky, durante su actuación en el tercer Festival de la Isla de Wight, el 29 de agosto de 1970. Si en el disco hoy en día se oyen apenas dos petardos navideños, acaso infantiles, en directo la detonación de dos cañones antiguos desde ambos costados del escenario, se asemejó, en palabras de Greg Lake, a dos bombas atómicas, cuya vibración hizo saltar por el aire a un fotógrafo de nacionalidad italiana.
No cuesta demasiado imaginar la situación: un gran campamento idílico –rural, estival e insular, más no se podría pedir– en horas de la tarde, repleto por aproximadamente medio millón de hippies, boquiabiertos y con sus incrédulos rostros apuntando al cielo, al tiempo que el italiano volaba como el Ícaro de Brueghel. La banda había demorado mucho en subir y el sosegado público que luego se asombraría, tuvo que contemplar durante más de una hora cómo se enchufaban aparatos que recién iban, poco a poco, adquiriendo el poder de la instrumentación rockera (pianos eléctricos, órganos Hammonds, sintetizadores Moogs).
El disco Live at the Isle of Wight Festival 1970 no documenta tan sólo el segundo show en la historia del extraordinario trío británico, sino que también aporta un testimonio de fundamental importancia a la hora de localizar ese momento de transición desde las aspiraciones colectivas de una sociedad en paz y amor del hippismo hacia el individualismo y la megalomanía conceptuales que el rock sinfónico propuso para los inolvidables setenta. El festival de Wight diagnosticaba el acabamiento de una era: Joni Mitchell ya le cantó entonces con cierta nostalgia a Woodstock, mientras que Hendrix tocó tres semanas antes de su muerte. Sin embargo, para E.L.P. funcionó como un verdadero trampolín, del mismo modo que Monterrey lo había sido para Hendrix. En el caso del guitarrista, su extrema manipulación de la electricidad se correspondía con una generación que auspiciaba la psicodelia como forma de vida y de apreciar el mundo. Wight, así como Woodstock, pretendía ser la sinécdoque de la sociedad utópica modelo hippie. En medio de esa fiebre onírica, llegaron los E.L.P. con su puesta descomunal y faraónica, más apta para una sala de conciertos que para el terreno donde pastorea el ganado. ¿Y qué íbamos a hacer para que se fijaran en nosotros?, ironizó alguna vez Carl Palmer. Vale aclarar que Emerson venía de ser tecladista de The Nice, Lake de ser cantante y bajista de King Crimson, y Palmer de ser el baterista de Atomic Rooster.
El disco captura a la perfección la incipiente omnipotencia voraz y exaltada de Emerson al momento de apropiarse de Bartok, Tchaikovsky y Mussorgsky, tiempo en que se abría para el rock una fuente musical muy distinta (y distinguida) a las tradicionales del blues y el folk. “Nutrocker”, versión a 78 rpm de una marcha del “Cascanueces”, demuestra que esta generación rockera abrevaba en la idea de música clásica que tenía la clase media para traducírsela a jóvenes entrenados en otros “vértigos” (montaña rusa en la infancia, LSD en la adolescencia). Y es por eso que, cuando el italiano se despertó del susto, había olor a pólvora y el rock ya no era el mismo.