El director de una pequeña empresa decide recortar gastos y para ello deja en manos de sus trabajadores una decisión que se convierte en un experimento sociológico. Dieciséis empleados deben elegir entre recibir una prima de mil euros, o que una compañera, Sandra (Marion Cotillard), conserve su puesto de trabajo. Si no renuncian al dinero extra, ella será despedida. Para no quedarse en el paro, Sandra debe visitar a cada uno de sus compañeros para pedirle su voto ¿Renunciarán a su prima por solidaridad? La respuesta puede parecer sencilla, pero no lo es. Cada uno de los personajes encuestados vive una situación diferente que matiza su decisión.
Lo que Dos días, una noche parece decirnos es que los miembros de la clase obrera no son necesariamente buenas personas, aunque los empresarios capitalistas sí son, por definición, crueles. Hay en la película una crítica a la moral de borrego de la mayoría. Casi todos los compañeros de Sandra quieren saber qué han votado los demás antes de pronunciarse. No tienen la capacidad de decidir por sí mismos lo que está bien y lo que está mal, necesitan sentirse apoyados por el grupo.
Ese penoso recorrido para apelar a la moral de la clase obrera, está apoyado en el rostro, hermoso aún sin maquillaje, de Marion Cotillard. Su vergonzante itinerario para mantener su trabajo en tiempos de crisis la emparenta con el Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani) de Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948). Pero si aquel pobre hombre desesperado perdía la dignidad al final intentando robar una bicicleta como le había pasado a él, rebajándose al nivel del ladrón -aviso spoiler- los hermanos Dardenne permiten a su Sandra, al menos, una pequeña victoria moral: ella no se rebaja al nivel del empresario.
Un acto valiente en una película que habla sobre todo del miedo: a los jefes, a perder el trabajo, a no poder mantener a una familia, a que las dificultades acaben con un matrimonio y a quedarse fuera de "la tribu". En definitiva, miedo a la soledad.