Pedro Paricio Aucejo
Teresa de Ahumada (1515-1582) tuvo múltiples consejeros religiosos sin cuyo asesoramiento y formación la Santa no hubiera llegado a ser tal. Dominicos, franciscanos, carmelitas y jesuitas fueron sus maestros y confidentes de mayor influencia, que dejaron una profunda impronta en su espíritu y en su faceta como escritora, aportando fuentes de inspiración y sabios consejos para sus propios textos. Los padres Cetina, Prádanos, Álvarez y Francisco de Borja son algunos de los miembros más conocidos de la Compañía de Jesús tratados por la religiosa abulense, que, no obstante, no llegó a conocer personalmente –aun viviendo en la misma época–a San Ignacio de Loyola (1491-1556), veinticuatro años mayor que ella.
Ahora bien, según el jesuita José García de Castro, estos dos grandes fundadores y relevantes figuras de la espiritualidad católica –que, desde hace siglos, han marcado la cultura y el destino de buena parte de nuestro mundo–, además de compartir algunos ambientes, intereses, talentos naturales y acontecimientos sobrenaturales, mostraron una peculiar afinidad en su producción escrita, evidenciada tanto en sus obras más decisivas como en su correspondencia epistolar.
En general, para este profesor de Teología en la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid, la convergencia literaria de ambos –que no fueron escritores académicos ni teólogos en el sentido estricto de la palabra– se revela en la elaboración de libros de alta precisión conceptual, profundidad teológica y cuidada factura formal. Del mismo modo, concurre en ellos la similitud del desencadenante de su dedicación literaria. Tanto el Libro de la Vida de Teresa de Jesús como la Autobiografía de Ignacio de Loyola tienen su origen en una insistencia externa: la de sus confesores, en el primer caso; y la de los primeros jesuitas compañeros en Roma, en el segundo. Igualmente, estos textos constituyen dos insustituibles relatos de santidad para la historia espiritual de Occidente.
En esas obras –junto con las Moradas del Castillo interior de la monja de Ávila y los Ejercicios Espirituales del religioso de Azpeitia–, sus autores formularon la acción y el trabajo del Espíritu Santo en sus vidas, atreviéndose “a levantar un edificio pneumatológico que posibilitara a otros muchos el acceso a Dios de forma parecida a como ellos habían experimentado. Por distintos caminos, los dos lograron descubrir la lógica divina en los procesos personales y tuvieron la lucidez suficiente como para objetivar ordenada y sistemáticamente su propio itinerario de conocimiento de Cristo y su íntima experiencia de unión con Dios en el corazón de su vida mística”
Pero este propósito de guiar a las almas en su vida interior –hasta engolosinarlas con el Sumo Bien– fue conseguido también de forma coincidente por Teresa e Ignacio gracias a su abundantísima correspondencia epistolar, fruto de la permanente actitud comunicativa de los dos personajes. En el caso de la santa castellana, si bien muchas de sus cartas se han perdido, se calcula que escribiría de 10.000 a 15.000. Por lo que respecta al santo vasco, su epistolario es el mayor conservado del Humanismo europeo: casi 7.000 documentos publicados, que constituyen uno de los pilares fundamentales de la sólida fundación de la Compañía de Jesús, así como de su rápida y fecunda expansión.
De cualquier modo, para ambos, “las cartas fueron –según el doctor García de Castro– una prolongación en el espacio y en el tiempo de su propio yo, una manera de orientar personas, situaciones y [un instrumento para] gobernar fundaciones, colegios, misiones y conventos allá donde el yo físico no alcanzaba a estar. Por la carta se alentaba, se corregía, se compartía y se rezaba. La carta tejía afectivamente la comunidad dispersa y mantenía unidos los ánimos y los corazones“.
En definitiva, Santa Teresa y San Ignacio tuvieron trayectorias vitales e itinerarios religiosos distintos, pero su literatura les hizo converger en una incesante búsqueda radical de Dios, en un cuidado discernimiento, en la encarnación personal de la Humanidad de Cristo, en el seguimiento del ímpetu integrador del Espíritu, en la inequívoca entrega a la Iglesia y en una entera actitud de vivo apostolado.
¹Cf. GARCÍA DE CASTRO VALDÉS, José, ‘San Ignacio de Loyola y Santa Teresa de Jesús’ , en SANCHO FERMÍN, F. J., CUARTAS LONDOÑO, R. y NAWOJOWSKI, J. (DIR.), Teresa de Jesús: Patrimonio de la Humanidad [Actas del Congreso Mundial Teresiano en el V Centenario de su nacimiento (1515-2015), celebrado en CITeS-Universidad de la Mística de Ávila, del 21 al 27 de septiembre de 2015], Burgos, Grupo Editorial Fonte-Monte Carmelo-Universidad de la Mística, 2016, vol. 2, pp. 215-239.
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