Sí, tengo dos gatos. Desde hace ya casi tres meses. Como Leo fue un bebé gatuno tranquilo, ejem, equilibrado, ejem, y que no me dio problemas, EJEM, ¿qué mejor que ahora, cuando una cierta tranquilidad ya ha llegado a su vida (y a la mía), volver a empezar con otro cachorrito? ¿EH? ¿Qué mejor?
Soy una incorregible adoradora de los gatos. Porque son los mejores. Y ya.
El caso, y la realidad, es que Leo necesitaba compañía. Igual que os digo que Mi Pequeño Buda Nicolás no tenía ninguna necesidad de tener un hermano y que si no se hubiera ido tan rápido al Cielo Gatuno todavía estaría en guerra con el pobre Leo, con éste no es lo mismo. Es un carácter completamente diferente. Leo, -que, pese a su pasado de guerrillero, es un buenazo y un trozo de pan-, lo pedía y lo reclamaba.
De ahí su reacción cuando llegó Luna a casa. Amor fulminante. Adoración instantánea. Ni un problema, ni una pelea, ni una queja. Luna es su mundo desde el principio y todo lo demás le sobra. Solo existe Luna. Si no la ve, la llama. Si no sabe dónde está, tiene que localizarla, aunque luego él se vaya a dormir a otro sitio. Pero ya sabe que Luna ESTÁ AHÍ.
Es un cariño tal que el pobre Leo soporta lo que no está escrito. Porque Lunita es un bicho de cuidado, como corresponde a sus cinco meses. Una gamberra muy graciosa, también con pasado de dolor a las espaldas. La última de la camada, siempre la más pequeña, la que no mamaba, no comía, no nada. Cuando la recogí estaba raquítica y tenía una herida descomunal en un lado de la cara, producto de un mordisco de alguno de sus hermanos. Esa herida le ha dejado ya para siempre una cicatriz y problemas de movilidad en la boca. No la puede abrir bien para comer, pero ella es incansable y se zampa todo lo que se le pone por delante, incluida la fruta, en especial el melón, que la chifla.
Pero, pese a que come bien, no termina de crecer. De hecho, sus hermanos están todos mucho más hermosos, así que me da que se me va a quedar canija.
Además Luna es una gata calicó, de tres colores, blanco, marrón anaranjado y negro. Éste es un pelaje que prácticamente sólo se da en las hembras (en los machos es rarísimo) y que tiene muchas leyendas y mitos asociados. Por si fuera poco, mi Lunita culmina su rareza con otra característica muy peculiar:
Tiene heterocromía, o lo que es lo mismo, un ojo de cada color. A lo David Bowie, pero de verdad, porque el Duque Blanco lo que tiene es una lesión es uno de los ojos, no es así de nacimiento. Mi gata sí. Mi gata es de verdad.
Y, nada, poco más que decir. Tan sólo que adoptarla es la mejor decisión que pude haber tomado, porque es un solete y, sobre todo, porque Leo está mucho más feliz y más tranquilo. Además, jugar con Luna le viene muy bien para mantener la línea, para recordar que es un gato y que se tiene que comportar como tal. Porque, aunque parezca imposible, los gatos 'únicos' llegan a olvidarse de quiénes son y se mimetizan con los humanos. Luego engordan una barbaridad y se convierten en pequeños dioses y cuando quieres solucionar el problema, te encuentras con la tercera guerra mundial instalada en tu casa. Doy fe.
En fin, querido Nico, te echo mucho de menos, no vayas a creer que estos dos han venido a ocupar tu trono. Pero los quiero también mucho y es una alegría tenerlos y contemplar cómo juegan y lo felices que son.
¡Por un mundo gatuno!