La verdad es que nuestra primera intención había sido llegar hasta Peñalara para pisar nieve y sentarnos unos momentos en la cima de la Sierra de Guadarrama. Desde allí podríamos saludar también a Segovia. Clarea el día estas mañanas de marzo antes aún de ser las ocho, hora en que comenzamos la ascensión con los crampones en la mochila y el rostro tapado por una especie de pasamontañas.
Entre la Venta Marcelino y los prados de nieve y pinos bordea el arroyo una escalera de maderos por la que nos aventuramos. Seguramente fue lo más peligroso de toda la jornada, comprobamos una vez más que la madera con agua y nieve resbala como el más consolidado hielo. Mas como todo llega a su conclusión en este mundo, también conseguimos superar esta “aventura”.
La nieve cubre con fina capa la vegetación el suelo. A veces las piedras despuntan como burbujas de una tierra que bulle, siente y piensa. Al fondo vemos nítidos los pulmones de Hierro y otras laderas de la Cuerda Larga.
De inmediato pisamos sobre la nieve que con pocos centímetros tiene cubierta la sierra entera. La nieve se amontona en rebufos en algunas cuestas y algunas curvas, en otros lugares la nieve permite ver las piedras del sendero que sube a Peñalara.
Las nubes forman un circo con las montañas de la Cuerda Larga.
Las nubes cercan la vista que se reduce a las cercanas montañas de la Cuerda Larga cerrando un inmenso circo de proporciones descomunales por donde vuela algún águila buscando sustento en esta hora en que el sol tendría que estar paseando ya por las cumbres del Guadarrama. Hoy la vista se recorta en un brillo de luces que revolotean como inmenso enjambre de abejas.
Los piornos y el matorral apenas asoman sus puntas como erizos dormidos entre la nevada. Los últimos pinos recogen nieve y cencellada en divertidas y espectrales esculturas con las que me detengo a conversar en la subida. Poco a poco, la niebla va reduciendo nuestro campo visual, las adelantadas nubes ronronean silbidos de aire en nuestro entorno para comunicar aguaceros y nevadas.
Los pinos recogen nieve y cencellada. Los montañeros pasan a su lado, saludan y conversan.
Quedó más abajo el sendero que va al Refugio Zabala. Ahora estamos caminando guiados más por el instinto y el recuerdo que por las pisadas en el sendero que se desdibuja entre la niebla y la nevada. Nos hemos desviado por el sendero que bordea la cumbre de las Dos Hermanas siguiendo los postes de una ruta verde que aún no hace mucho tiempo colocó el Parque Regional Sierra de Guadarrama. Me parece estar viendo a las dos hermanas de la leyenda, la una viuda con seis hijos a los que crió con vigor y energía, la otra jovial moza casadera de la que se enamoró el rey y se dieron cita en la Peña Citores; de aquí, continúa la leyenda, le viene el nombre a la cumbre Cito Rex.
Estamos ya en el Collado de las Dos Hermanas, bajo nosotros las cortadas que caen sobre la Laguna y el circo de Peñalara donde a veces se escucha la voz dulce de una pastora llamando al cordero que se le escapó a la laguna. Nosotros no queremos dar comienzo a ninguna leyenda de montañeros perdidos en la niebla y regresamos desde las Dos Hermanas sobre nuestros pasos.
En el Collado de Dos Hermanas, la niebla brilla como un viejo candil de carburo entre el aire y el recuerdo.
La cumbre de Peñalara continuara esperando nuestra subida durante otro montón de años, tal vez siglos y se mirará en otros ojos y respirará con otros pulmones. Pasarán los años, los siglos, se borrará mi historia, mi imagen y mi memoria y Peñalara continuará con el abrazo abierto para los montañeros que lleguen cantando a Dos Hermanas y continúen la ascensión a la cumbre de Guadarrama que es madrileña y segoviana.
Javier Agra.