Serie B
Las olas vienen y van. Los flotadores se bambolean. Los muchachos juegan en el agua y los niños aprenden a nadar. El sol tiembla de puro calor, y yo doy pasitos por la orilla sin poder adentrarme en el mar. Sólo puedo mojarme los pies.
El agua fría se me enrosca en los tobillos, burbujea como champán salado. Y suena como cascabeles cuando se arrastra sobre las piedras y los restos de caracolas. Mojadas de espuma brillan como lentejuelas.
Echo de menos nadar, sumergirme, rozar el fondo con las manos. Acariciar a los peces. Y emerger después con el pelo mojado y reluciente. Unos niños pasan corriendo y salpicando agua. Doy un brinco, me vuelvo, me aparto, peromemojan la espalda y los hombros. Corro hacia la toalla y me tumbo al sol. Tengo que secarme de inmediato. No podré asistir a la fiesta esta noche si vuelven a salirme las escamas.***
La terapia del camaleón
Un amanecer de verano salí al jardín para intentar dormir un poco a la sombra de mi único árbol, que había crecido tanto que muchas de sus ramas reposaban ya sobre el muro.
Al acercarme al árbol vi que en una rama,un poco por encima de mí, había uninsólito camaleón. Al principio me disgustó. El animal me causaba cierta repulsión, con sus ojos desorbitados, sus manos casi humanas y su expresión de viejo cascarrabias. Pero al mismo tiempo me fascinaba. Sus movimientos lentos, casi exasperantes, resultaban incomprensibles para alguien como yo, tan inquieto y nervioso que pasaba las noches en vela, incapaz de relajarme por muy cansado que estuviese.
El camaleón siguió viviendo en mi árbol, y en muy pocos días ya me había acostumbrado a pasar tiempo observándolo. Su parsimonia, su silencio, su aparente indiferencia me hipnotizaban.
A veces me parecía que el animal actuaba para mí, como un mimo que tuviera un solo espectador y decidiera desplegar para él todo su talento. Cuando me acercaba el camaleón empezaba a moverse, despacio, adelantando una pata, luego otra, con la cola enroscada, tortuga y caracol a un tiempo. Avanzaba por la rama como si el aire fuera de miel, como si atravesara un mundo espeso, gelatinoso. Entonces se detenía entre las flores rosadas y las hojas que ya amarilleaban, y como un arcoiris viviente empezaba a lucir sus colores. Y allí se quedaba, inmóvil, casi invisible, como pidiéndome que lo dejara descansar.
Al cabo de un tiempo, casi sin darme cuenta, empecé a dormir mejor. Cuando me acostaba, después de pasar un rato cada tarde observando al camaleón, en mi mente sólo se reproducía su imagen, sus colores, su desplazamiento elástico y pausado, su actitud estoica. Y entonces me invadían una placidez, una sensación de calma que eran nuevas para mí, y que me llevaban con suavidad hacia un dulce y mullido sueño.