Desde hace un año vengo utilizando la red social Twitter en la que poco a poco he ido conociendo algunos escritores y libros de los que me gustaría hablar en esta comunidad universitaria.
A pesar de ser una persona reticente al uso de la tecnología y haberme pasado años alejada de las redes sociales, he de reconocer que Twitter me resulta soportable. Si las redes sociales fuesen una casa, Facebook sería un ruidoso salón donde se reúnen todos los invitados para parlotear, criticar al vecino y causar bullicio con un regaetton insoportable de fondo; Twitter, el pequeño despacho o biblioteca donde se retiran los espíritus más discretos para disfrutar de un poco de paz y tranquilidad; e Instagram ocuparía, sin duda alguna, el lugar de los retretes donde, tras abandonar sus excrementos, los invitados retocan sus afeites antes de introducir al ego en la dimensión especular y espectacular de la exhibición y la auto-presentación personal ya sea como selfie o como humilde persona.
He pasado algunos años escribiendo un blog en solitario donde publicaba mis dibujos, pinturas y relatos. A pesar de circular sin rumbo, ni redes, ni amigos por el mundo virtual, he de confesar muy humildemente que no me faltaban followers, ni fans; al contrario, contaba yo por entonces con un vasto y selecto público de fieles robots y comerciantes de viagra y espirulina que asistían periódicamente a la contemplación de mis invenciones. A pesar de que llegué a sentir un verdadero afecto hacia ellos, al comienzo de mis estudios de Filología Hispánica consideré la posibilidad de añadir a mi auditorio de autómatas y expertos en marketing, personas de carne y hueso con quien compartir intereses literarios en mi lengua materna y es así como acabé cediendo al uso de Twitter (llevo muchos años viviendo entre anglófonos y francófonos y, aunque por escrito utilizo el español, en la vida de todos los días mi primera lengua es el francés).
Lo que me gusta de esta red social es que no causa adicción y no suelo tener la impresión de perder mi tiempo. Puedo pasar semanas sin consultarla y cuando lo hago, suelo encontrarme con alguna publicación interesante e incluso inspiradora.
Este verano me hice con dos libros de dos autores que circulan en esta red: Rubén Ángulo y Paco Huelva. No es mi intención desempeñar el papel de crítica literaria. La única obra que tendría la osadía de analizar es la mía, pero temo ser tan severa que acabe por ofenderme a mí misma. Mi intención es simplemente hablar un poco de estos libros y recomendarlos en Retratos Abiertos.
Elvira
Este espacio angosto sometido a un tiempo igualmente angosto y monótono (las ocho horas de trabajo) es el protagonista principal de la novela.
Como en cualquier institución administrativa de cualquier país del mundo, penetramos un espacio tan real como irreal y este segundo componente de irrealidad es el responsable del tono de la novela. Un tono que oscila entre la angustia y el humor, lo mezquino y lo sublime, el ser humano con todas sus emociones y bajas pasiones y la vacua automaticidad de la burocracia.
Sobre las tablas de este espacio protagonista van y vienen dos personajes principales: dos funcionarios cuyo destino está ordenado siguiendo el mismo orden jerárquico que su propia existencia. Ella arriba, dominando el espacio-tiempo, y él debajo, aplastado por el peso de este escenario y de su propia historia.
A lo largo de la novela se irán acercando y alejando el uno del otro en un proceso de atracción y rechazo, de expansión y contracción, de dominación y obediencia que acabará por conducirles a la locura.
No es casualidad que este edificio de oficinas comparta espacio con un hospital psiquiátrico adyacente por cuyos pasillos asoman de vez en cuando los ojos desorbitados de sus habitantes que son los mismos que nos sorprenderá a través de un espejo retrovisor cuando intentemos huir...
Los otros que me habitan es un libro de doce relatos que como doce apóstoles caminan por tierras desérticas tras la sombra de una pluma que va trazando sus formas y configurando sus resquebrajadas personalidades.
Cada relato conforma una identidad en sí misma (la vejez, la infertilidad, la muerte, la soledad, el matrimonio...) y de la suma de todos ellos nace un mundo que no lleva a ninguna parte.
Los personajes de este libro - paisanos, labriegos, prostitutas y gánsteres de tierras áridas que pululan bajo un sol despiadado - se mueven como hojas sacudidas por el viento tratando de sobrevivir en un universo determinista que nunca escogieron y en el que no hay nada que hacer aparte de aceptar un destino irrevocable. El mundo los ha escogido a ellos y les conduce hacia una fosa común hecha de violencia, ignorancia y muerte.
Son seres humanos que no son; tan sólo están. Y ese estar sin ser los va desintegrando lenta e inexorablemente. Es esta misma desintegración que podemos apreciar tanto en la escultura que ilustra la portada como en las magníficas ilustraciones de Victor Pulido que acompañan cada uno de los relatos.