Esa es a la conclusión que he llegado después de tener a mi segundo hijo y superar todos los miedos internos y externos. El hecho de que mi pequeña foquita anunciara su llegada para cuando mi bebé gigante acabara de cumplir los dos años hizo que mucha gente me dijera que estaba loca. Sí, la gente acostumbra a hablar por no callar. Que si eran muy seguidos, que si el mayor aun era demasiado pequeño para entenderlo, que si yo qué sé cuantas cosas más. El agobio consiguiente apareció, claro está. Pero al llegar mi pequeña foquita no sólo desapareció sino que, sorprendentemente me sentí más relajada y, a pesar de tener el doble de faena, para mí no supuso tanto esfuerzo como cuando tuvo a mi bebé gigante.
De novata a experimentadaNo es que con mi pequeña foquita me haya convertido en super mamá. No creo que lo consiguiera ni con 20 hijos. Pero todo lo que conlleva el ser una mamá primeriza desaparece con el segundo hijo. Vamos, que aprendí de todos los errores que cometí cuando apareció en mi vida aquel pequeño bultito sin el tan nombrado libro de instrucciones. Lloraba y no sabía por qué, se despertaba a media noche y me debanaba los sesos para encontrar la manera de volverlo a dormir, no comía y sufría, no gateaba el día que según los libros decían y sufría. Vamos, que me ofuscaba con cada cosa que tenía que hacer. Pero con el segundo, todo cambió.
Mejorando con la lactancia maternaDe pasarme horas enteras en la cama, en posturas imposibles y sufriendo las terribles grietas pasé a dar el pecho a mi pequeña foquita de pie, jugando con su hermano o mientras le ayudaba a vestirse. Mi primera experiencia con la lactancia materna fue tan desastrosa los primeros meses que cuando me enfrenté a ella con mi pequeña foquita antes reflexioné mucho sobre el por qué de aquel desastre. Dolía porque no se agarraba bien. Las grietas no se curaban porque no se agarraba bien. Así que con mi hija, a la que me dolía un poco cambiaba de postura, la desenganchaba y volvía a probar hasta que no dolía. Y aunque también estuviera lactando mucho rato, como yo estaba entretenida con mi bebé gigante no me daba ni cuenta.
Mejorando con el sueñoEn el tiempo que nació mi hija pequeña, la rutina de ir a dormir de mi hijo mayor incluia una larga estancia en su habitación, a su lado, a la espera de que se durmiera. Ahora, con mi bebé en brazos, dormía a mi hijo mayor mientras ella también comía y se dormía.
Todo el cansancio que llevaba con mi bebé gigante por la falta de sueño no la viví con mi pequeña foquita. Incluso durmiendo los dos en la misma habitación, se adaptaron sin problemas y quizás por el hecho de estar acompañados cogió el ritmo del sueño nocturno sin demasiada dificultad.
Mejorando con las rutinasMe gustan las rutinas, demasiado, a veces. Y me gusta que se cumplan. Cuando sólo tenía a mi bebé gigante, me cogía hurticaria si algún día el planning no se cumplía al minuto. Ahora, aunque sigo creyendo en el orden, creo que soy más flexible y si algún día especial no comen lo conveniente o no duermen a la hora marcada ya no me sale hurticaria.
Un príncipe felizmente destronadoAl tener a su hermanita, mi bebé gigante ha perdido el privilegio de la exclusividad, pero ha ganado una compañera de juegos. Ha perdido tota la atención, pero ha ganado la oportunidad de aprender valores como el compartir o el cuidar y preocuparse de los demás. Y yo he ganado en tranquilidad.
Ahora estoy en el parque (con mi libreta, que aun no tengo ningún artilugio de esos modernos). Hace un año, mi hijo mayor estaba pegado a mi falda sin querer sentarse en el suelo a jugar con la arena ni subirse al lejano tobogán. Ahora los tengo a los dos con sus cubitos y sus palas riéndose el uno de las gansadas del otro.
La relatividad de las cosasAunque es cierto que tengo el doble de faena y el doble de preocupaciones, puedo decir que mi hija pequeña me ha curado de mi afán por querer ser una mamá-enfermizamente-perfecta. El hecho de yo estar más relajada creo que hace que mis hijos también lo estén. También es cierto que, por ahora, he tenido la gran suerte de que se quieren con locura como ya he comentado en alguna otra ocasión.
Tenemos momentos estelares como todo el mundo. Que nadie se piense que esto es un camino de rosas. Pero psicológicamente es cierto que estoy muchísimo más tranquila y muchísimo más feliz.