El baluarte toledano, al igual que infinidad de lugares sumergidos en el tiempo, atesora en su seno restos de lejanas épocas
El Alcázar de Toledo, al igual que infinidad de lugares sumergidos en el tiempo, atesora en su seno restos de lejanas épocas, como los vestigios medievales rescatados bajo su explanada norte, entre 2002 y 2010, ahora integrados en el acceso al Museo del Ejército.
RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN - VIVIR TOLEDO
Sin embargo, en esta ocasión, fijamos la atención en dos pequeños detalles exteriores, unas fechas que aluden, respectivamente, a una de las reformas del siglo XIX y al nexo del Arma de Infantería con la Inmaculada Concepción.
Ambas están en el murallón que contiene los jardines de la fachada oriental que miran a la fosa del Tajo. Se muestran entre dos castilletes o matacanes que flanquean un arco apuntado con una imagen de la Virgen que sigue el modelo reiteradamente pintado por Murillo en el siglo XVII. A los pies de la escena, una cartela indica: Año 1904. Debajo de tal hornacina, en una blanca piedra caliza se reseña: Año de 1893. Un oxidado muñón de hierro -quizá un perdido farol-, subraya esta última inscripción.Evolución del muro de la explanada oriental del Alcázar entre 1858 y principios del siglo XX
El vínculo de Toledo con la instrucción militar tuvo su prólogo, en 1808, al crearse un batallón de voluntarios universitarios para combatir contra las tropas francesas. Llegado a Cádiz con otras unidades similares, formaría la base para que, en 1809, el comandante de Artillería, Mariano Gil Bernabé, alentase la creación de una academia que formase oficiales del Ejército. En el reinado de Fernando VII, aquel Colegio Militar pasaría por varias etapas y ciudades. En 1846, Toledo recibió con satisfacción su llegada para emplazarlo, de momento, en el Hospital de Tavera. Muy pronto sería realojado en el Hospital de Santa Cruz, la frontera Casa de Caridad y el edificio de Santiago de los Caballeros situado junto al Corralillo de San Miguel.
En estos dispersos enclaves se ubicaron las dependencias precisas para la formación de los alumnos, pues el Alcázar –propiedad del Patrimonio Real- permanecía en ruinas, desde 1810, en espera de su rehabilitación, una tarea de largo recorrido que comenzó en 1867. Desde 1850, Toledo viviría con angustia el cierre y la apertura de continuos centros destinados a la instrucción castrense. En 1883, llegaba la Academia General Militar de todas las armas para subsistir una década. Esto exigió mejorar los locales existentes, crear otros de nueva planta -como el de Capuchinos, en la fachada meridional- o adecuar la explanada oriental para todo tipo de ejercicios. Entre 1885 y 1886, tras demolerse con dinamita el viejo hospital de los santiaguistas, en su mismo lugar se alzaron un gran Picadero cubierto y una construcción de perfiles historicistas, renombrada como pabellón de Santiago. El 9 de enero de 1887, casi finalizadas las obras del Alcázar, un incendio lo devoraba por segunda vez en el mismo siglo. De nuevo había que promover su reedificación para no perder una institución que daba vida a la ciudad y cierto lustre social a la mesocracia toledana.
En la última década del siglo XIX se trabajaría en ordenar y mejorar la unión de las dependencias y los espacios anejos del Alcázar. Se sustituyó el primitivo muro de contención almenado de la explanada oriental por otro paramento, más elevado, de regusto medieval, coronado con merlones y matacanes. Esta estilosa reforma finalizó en 1893, año que muestra la inscripción tallada en la piedra caliza que nos ocupa, coincidente con un cambio de estudios que repusieron en Toledo la Academia de Infantería hasta 1931. Mientras se remediaban los devastadores efectos del incendio en la fortaleza, fue necesario repartir otra vez la vida diaria de los cadetes entre el histórico Hospital de Santa Cruz y los más recientes de Capuchinos y de Santiago. En 1904, por fin, algunas compañías de cadetes ocupaban de nuevo el histórico Alcázar, el mismo año que figura en la hornacina que cobija la imagen de la Inmaculada.
Sin embargo, 1904 tuvo otra dimensión que fue la que justificó la colocación del citado homenaje religioso, pues se cumplían cincuenta años de la declaración del Dogma de la Inmaculada (Ineffabilis Deus), el 8 de diciembre de 1854, por Pío IX. Para la Infantería esta advocación mariana provenía del siglo XVI, en el marco de las campañas de los Tercios enviados por Felipe II a Flandes. Así pues, desde que este Arma se asentó en Toledo, por vez primera en 1850, parecía oportuno erigir una permanente dedicatoria a su patrona, así declarada por Real Orden, de 13 de noviembre de 1892, firmada por la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena.
Las celebraciones vividas en torno al medio siglo del Dogma, en 1904, tuvieron un especial relieve en Toledo con un “jubileo rotativo” de todas las parroquias, cultos en varios lugares y una gran peregrinación al Valle, el domingo 15 de mayo, desde el templo de San Juan de los Reyes. Aquella comitiva discurrió por los cigarrales acompañada de rezos, cánticos, música y estandartes portados por el clero de la Primada, parroquias, hermandades y diferentes agrupaciones. Se levantaron dieciocho arcos florales a lo largo del recorrido, uno de ellos elaborado por la Academia. Al pie de la Peña del Rey Moro se celebró una misa de campaña ante la imagen de la Virgen del Valle, situada en un templete allí levantado. Según el diario católico El Castellano, hubo miles de participantes con la presencia de las máximas autoridades de la ciudad, si bien, en opinión del «independiente» La Voz de la Juventud, los congregados hicieron «el papel de meros espectadores»; considerando que tan sólo, la presencia del cardenal Sancha quizá dio «el único matiz elevado al acto». En aquel mismo año tuvo lugar otra peregrinación en Talavera, además de triduos, novenas, certámenes literarios y funciones musicales según la recopilación que el prolífico médico y escritor, de origen orgaceño, Juan Moraleda y Esteban (1857-1929), publicó en 1905.
El 8 de diciembre de 1904, fiesta de la Inmaculada, el cardenal Sancha y Hervás (beatificado en 2009) se ofició en la Catedral una solemne «Misa de Comunión» con la presencia de la Academia de Infantería. También hubo actos en el Colegio de Huérfanos de Infantería María Cristina, en el Alcázar, un banquete en el Picadero, una animada velada en el Teatro de Rojas y una retreta militar.
En el verano de 1936 el mural de la Inmaculada y todo el muro donde estaba situado fueron abatidos desde las posiciones que disparaban hacia el Alcázar. En 1945, al reconstruirse dicho paredón y urbanizarse los espacios del perdido Picadero, creando terrazas ajardinadas, bancos y nuevos viales (con un túnel incluido), se encargó una reposición de la imagen de la patrona de la Infantería al ceramista toledano Vicente Quismondo Briones (1903-1980), tarea que resolvió con un artístico panel de azulejos para recuperar así el primitivo recuerdo fechado en 1904.
RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN@abc_toledo OLEDO 14/12/2017 21:55hhttp://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/abci-perdidas-fechas-entorno-alcazar-201712142155_noticia.html
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