En poco más de veinte minutos acaba el Día Mundial de la Poesía. Lo malo es que mañana no lo será. Ni durante el fin de semana. Ni siquiera habrá un día en verano en que se celebre. No sé si deben ser así las cosas. Que lo verdaderamente importante de esta vida se festeje una vez al año. Al menos, de esta manera, con gente a la que conozco volcando en la red poemas de Benedetti o de Celaya, de Machado o de Pessoa. He aquí, un poco al azar, un poco a capricho del tiempo (ya digo que faltan menos de veinte minutos para que cierren el local y desalojen al alegre público congregado) los dos poemasque la festejo yo. Mi amiga María Teresa Ferrer me recordó, a pie de caja registradora, en el súper en donde nos vemos, la fascinación de este oficio. Brindo con el Johnnie Walker por su bendita ocurrencia. Va por ti, señora de los libros.
JOHNNIE WALKER TONIGHT
Ebrio de honduras,
tal que un dios
abismado en su vértigo,
he visto la luz, la luz
precipitándose en el tiempo,
como quería el poeta, la luz
que inunda
la turbia propiedad de la sombra,
bajo el único ojo posible
que la retiene y profana,
como una resaca antológica
que alumbrase
insensatos y torpes espejos.
Ubrique, diciembre de 1992
CÁNTICO
Hay una disciplina en la belleza.
Un orden secreto.
Una urdimbre sin usura
que humea como disparo,
pero voz adentro, donde el alma,
el olvido arde,
lo inasible arde,
tiende su trampa terca, y el tiempo,
el oscuro, el artero,
gesta su mecánica de impedimientos,
su pulso de óxido y de fiebre,
su costumbre de negar la cordura,
sus evidencias.
Así un cansancio dulce nos invade.
Así la la belleza cela su códice exacto,
su fuente ávida, su caudal de luz
alentada de brío, su agua sin tiempo,
luz que pulsa, en el aire, pura vida.