Revista Cultura y Ocio

Dos poemas de El bar de Lee

Publicado el 27 febrero 2014 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
De la poeta Eva Vaz (Huelva, 1972) leí la antología Frágil, publicada por Baile del Sol. La reseñé en el blog (ver reseña AQUÍ). Gracias a aquella lectura, intercambiamos algunos correos y hace unos meses le envié a Eva mi poemario doble El bar de Lee, que ella leyó y me comentó amablemente. Le hice a Eva una pregunta que siempre le hago a aquellas personas que leen mis libros de poesía: ¿qué poemas le habían gustado más del libro? Me llama la atención ver cómo el título de algunos poemas se repiten, y a veces coinciden con mis favoritos y a veces no. La elección de Eva fue original: me nombró un poema del primer libro -Móstoles era una fiesta-, titulado, Poda, y uno del segundo –El calvo del Sonora-, titulado Mecánica y Ondas. Creo que ella ha sido la primera persona que ha destacado estos poemas. El primero a mí también me gusta mucho, aunque para su perfecta compresión haría falta leer algunos otros poemas de ese libro, con los que están relacionados, y el segundo me gusta como quedó, pero no es de mis favoritos.
Dos poemas de El bar de Lee
Los voy a dejar aquí, queriendo dar en público las gracias a Eva Vaz por sus amables palabras sobre mi libro:
PODA Reducido a lentos muñones, el olmo encuadrado en la ventana no alberga ya la visita del mirlo a las 7 de la tarde. Mi paisaje de estudio ha sido devastado. Las ramas borboteantes de viento y la humedad de la lluvia excluidas, como los manotazos de niño con que juega la muerte.
Son las 10 de la noche y tengo alergia al polen. Una alergia en las venas manchadas de café, una furiosa urticaria en la esencia podrida del mundo. Hoy estoy sentado, derrotado, y no sueño contigo. Me veo de nuevo buscándote camino de la biblioteca, comprendiendo lo ridículo de mis quimeras de polen, la intangible ausencia de mis palabras no pronunciadas.
Oyendo afuera el escurrir de la lluvia me imagino su ajeno resbalar en los muñones grises del olmo, y bajo la lluvia oigo resbalar todas mis palabras no pronunciadas, ausentes como el mirlo negro que ya no puede posarse en el desgarrado paisaje de mi ventana.
MECÁNICA Y ONDAS
Mesas arañadas y resbaladizos peldaños, me desprendí del examen antes de tiempo, la mente embotada y el martillero punzante de una canción de Nirvana en la cabeza, sin tregua sobre los folios en blanco (porque el tiempo de Einstein también fue para mí el tiempo de Nirvana) …come as you are, come as you are
Angustiado, vertiginoso, con esquinas de filos muy agudos al girar la vista, salí al remanso del pequeño parque entre las facultades de ciencias. No tomé el metro a casa, fui hasta Recoletos, quería ver la exposición al aire libre con las estatuas de Botero. Adentrándome en el césped, me moví alrededor de las rechonchas figuras, toqué curvas de alegres gigantas, despreocupadas y tónicas.    En la mañana de febrero calentaba el sol y la gente y los coches  pasaban ajenos a los hamiltonianos, a mi juventud ridícula y a los equilibrios estables e inestables, más allá de las integrales de delirantes cambios de ánimo y variable.
Había estado días (meses) inmóvil en la silla de mi cuarto, sabiendo que no podía aprobar, pero consciente también de la imposibilidad de eludir el parvo rito de las horas de estudio. Me asfixiaba al correr y mis perseguidores iban a darme alcance: tras el extravío de las sábanas, por las noches se repetía. Sobre la silla de mi cuarto chapoteaba en la seca inutilidad de mis esfuerzos, peor aún: de mi fingir y mi yo fraudulento.
Pero allí, en aquellos minutos -que retengo sobre este nuevo folio en blanco donde pretendo ser yo ahora  el que examine a la vida, a la que tuve— con los pies en el césped y el calorcillo de la mañana invernal, palpando las voluptuosas curvas de las relajadas mujeres de Botero, el sol derramado sobre el rostro, sé que conseguí imaginar que más allá de la pronta vuelta a casa, el ¿qué tal? de mis padres y de nuevo la silla de estudio y el esfuerzo inútil del impostor, podía existir para mí, todavía, alguna clase de equilibrio –aunque fuese inestable—en algún lugar                     de las malditas coordenadas del espacio.


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