Revista Infancia
Os presento un cuento escrito por Antonio Hurtado mi profesor de filosofía en sexto de bachiller.
Dos profesores en el infierno
"La educación, el matrimonio y la religión son esencialmente creativos, si bien han sido viciados por la intromisión de motores posesivos. La educación está tratada usualmente como un medio de prolongar el statu quo destilando prejuicios, más bien que de crear un pensamiento libre y una noble apreciación de las cosas por el ejemplo de sentimientos generosos y el estímulo de la aventura mental. En el matrimonio, el amor, que es creativo, está encadenado por los celos, que son posesivos. La religión, que establecería libremente la visión creativa del espíritu, se atiene, generalmente, más a la represión de la vida del instinto y a combatir las sublevaciones del pensamiento. Por todos esos lados, el miedo que crece sobre la posesión precaria ha remplazado a la esperanza inspirada por la fuerza creativa." (Bertrand Russell)
Era normal. Era lo esperado. Juan y Fermín acabaron sus días y fueron a parar directamente al infierno. Cualquier persona que haya pasado por un centro educativo sabe que la única posibilidad que tienen los profesores es esa. No retiro ni un ápice de lo dicho. Se me dirá, en sentido contrario y llevados por una óptica ingenua, que aquel determinado profesor era estupendo, que aquella otra profesora era la amabilidad hecha tiza, pizarra y ordenador. Se puede argüir que Don fulanito de tal nos quería y nos enseñaba muchas y diversas cosas de gran interés. Incluso podría admitirse que hasta algunos profesores fuesen bellísimas personas. No importa, desde ningún punto de vista puede sostenerse algún argumento razonable y sólido contrario a aquel principio, contrastado, que podría enunciarse así: “Todos los profesores tienen asignado el infierno como su lugar natural de destino”.
No puedo extenderme en las razones que llevan a ello, solo constato que este hecho está reconocido por todos los expertos en Futurología, Ciencias ocultas, Prospectiva Estadística, Metafísica escolástica, Astrología, Ciencias exactas, Ciencias morales, Ciencias políticas y otras muchas de incuestionable solvencia intelectual. Puede ser que a la mayoría de los mortales se les haya pasado inadvertido el hecho de la maldad absoluta del profesorado puesto que no se dedican a frecuentar ninguna de las ciencias citadas pero si recuerdan vivencias o noticias propias y ajenas tendrán conmigo que no estoy equivocado. Por ejemplo, durante el larguísimo periodo de dictadura franquista todos los profesores enseñaron unos determinados valores que al día siguiente de la muerte del dictador se vinieron abajo a pesar de las largas enseñanzas impartidas al respecto. Claro que hubo alumnos que se mostraron reacios, díscolos, renuentes a las enseñanzas de los profesores, pero este hecho no habla bien precisamente de la eficacia profesional de los mismos. Podríamos recordar cómo se enseñaba lo pecaminoso del amor carnal antes del matrimonio y todos los jóvenes en masa desobedecían la enseñanza. Los besos desaparecían de las pantallas de los cines escolares (y de otros) pero la realidad encumbraba toda clase de besos: pasionales, retorcidos, románticos, sinceros, aprovechados, tímidos, fugaces, voladores, antropófagos, inútiles, recordados, olvidados.
Veamos otros datos. Tras la caída del sueño bolchevique, aleccionado por miles de entusiastas profesores con sus apasionadas palabras sobre la igualdad y la solidaridad, apareció de golpe y porrazo el ávido rostro de las mafias enriquecidas. Centurias de tradición japonesa dirigida desde los centros escolares se derrumbaron ante cualquier música heavy. Siglos enteros poniendo verde a Galileo desde las universidades oficiales para luego celebrar misas en su honor. Montones de adoctrinamientos anti-preservativos para luego tener que ir sorteándolos por ciertas calles, y eso sin tener que echar una miradita al mapa de África, por decir algo. Ante hechos de tal envergadura que sufren millones y millones de personas hemos de admitir la profunda inutilidad malvada de todos los profesores que en el mundo han sido.
En fin existe una lista interminable de pruebas sobre la profunda incapacidad de los profesores. Es más, tengo para mí que, si uno desea que las personas sigan ciertas normas de conducta, se debería prohibir que se enseñaran en los centros escolares. Esos centros deben de permanecer abiertos más bien por motivo de seguridad callejera y de facilitar a los progenitores la asistencia a sus trabajos, pero nunca, repito, nunca, con auténticos fines educativos.
Respetando cualquier opinión en contrario, sólo he querido justificar la presencia en el infierno de dos profesores, Juan y Fermín, olvidándome de los otros millones de infaustos seres que los acompañaron y los acompañarán, ya que una de las características propias del ser humano, y que, dicho sea de paso, nos separa del humilde chimpancé, es la de seguirla y no enmendarla.
Cuando entraron en el infierno Juan y Fermín fueron conducidos ante el Gran Distribuidor de Oficios. Era un ser monstruoso y penetrante que, nada más verlos, les saludó con un inteligente: ¡vaya otros dos! Y sin preguntarles en pura lógica por su vida anterior los llevó a una sala amplia y repleta de semejantes. La primera sorpresa que recibieron nuestros amigos fue no encontrar los instrumentos de tortura que se esperan en semejante lugar. No pudiendo aguantar la curiosidad se dirigieron al ser más próximo que, después de presentarse como catedrático de filosofía, les aclaró que bastante sufrimiento tendrían con la convivencia diaria entre personas tan semejantes a ellos, y para refrendar el aserto les largó una perorata de hora y media sobre “las posibilidades de un entendimiento universal desde la oscuridad del sufrimiento producida por la repetición y la posibilidad de trasformar esa experiencia en un procedimiento didáctico válido para la universalidad educativa, como un “a-priori” más funcional que cognitivo”. Juan y Fermín entrecruzaron sus miradas adivinando lo que se les venía encima.
Estaban en esas cuando se les acercó de nuevo el Gran Distribuidor de Oficios indicándoles con sorprendente dulzura el sitio que debían ocupar. Tan suave, sosegado y bonancible fue su tono de voz que sintieron un terror inmediato ante la cruel sospecha de que se tratarse del preludio de un despiadado tormento, pero, ¡Oh sorpresa!, ante sus ojos estaban unas sencillas sillas de brazo desplegable aptas para tomar apuntes
-Estaréis aquí en estos asientos y procuraréis tomar nota de lo que se os explique durante aproximadamente seis horas -les explicó-, después se os indicará lo que debéis hacer.
Nuestros amigos se volvieron a mirar y pensaron que menuda suerte les caía del cielo, con perdón.
Escucharon y escucharon pacientemente las peroratas de personajes variopintos que hablaban de temas unas veces sencillos y otros complicados. El tono monótono y constante terminaba produciendo un malestar indefinido que se iba acumulando en sus sistemas nerviosos. Este persistente fenómeno obligaba a cruzar las piernas de muy diversas maneras, agitar los brazos, mover el cuello y sobre todo curiosear a todo bicho viviente.
-Mañana repetiremos todo para ver si captáis la esencia de lo dicho -reiteraban los exponentes.
El caso es que después de las seis horas hubo un descanso. ¡Un descanso! Pero esto ¿no es el infierno? se preguntaban Juan y Fermín frotándose las manos.
Después del descanso, durante el cual dos eminentes profesores de física cuántica se presentaron ante ellos y les estuvieron explicando “la semejanza entre esta teoría y ciertas danzas chinas que producía una verdadera maravilla de sincronización atemporal en el cerebro humano”, volvieron a sus sillas, al juego de piernas, al mariposeo visual etc., etc.
De comer, lo que se dice comer no había nada, y es que en el estado infernal que llega después de la muerte tal cosa no es necesaria. Se abarata de esta sencilla forma algo que podría llegar a ser la hecatombe financiera del sistema.
Y así trascurría el tiempo indefinidamente demostrando que cualquier repetición ilimitada de lo mismo puede producir un tormento superior a toda comprensión.
Aquí podría terminar la historia pero el caso es que no hemos hecho más que empezar. El problema surgió cuando Fermín comenzó a protestar. “Esa no eran formas de enseñar” -gritó. De ninguna manera. EL INFIERNO DEBÍA TAMBIÉN ADOPTAR MÉTODOS MÁS CIENTÍFICAMENTE CORRECTOS. Él estaba dispuesto a soportar la enseñanza continua, pero la equivocación no estaba en esa continuidad indefinida, que para eso era el infierno. No, el error estaba en la concepción de la enseñanza en sí, y eso podía y debía corregirse puesto que no era admisible que el infierno se alejara de la ciencia. De todos es sabido el carácter universal del método científico. Las leyes científicas debían ser válidas aquí también.
Los demás le miraron extrañados y hasta cierto punto escandalizados. ¡Ahora iba a venir alguien a decir de qué forma debe usarse el instrumento didáctico como tortura! Ciertos profesores rechinaron sus dientes y sintieron en la hondonada de sus entrañas una furia incontrolada que les produjo un dolor hasta ahora desconocido. Otros empezaron a pensar que el verdadero tormento estaba iniciando. Otros se unieron clamorosamente a la protesta. En fin que se formó un guirigay de padre y muy señor mío. Juan no dijo nada. Simplemente pensó que esa propuesta le podría beneficiar bastante si desarrollaba una explicación creíble y lograba convencer al Gran Distribuidor de Oficios que él podría redactar unas fichas y una memoria para repartir entre los condenados. Dicho y hecho, en cuanto encontró la ocasión (que en la eternidad siempre se encuentra) abordó al Gran Distribuidor y le explicó el plan. El Gran Distribuidor le contempló asombrado y le explicó que él como distribuidor no podía tomar determinación alguna pero que lo consultaría con otras autoridades inferiores. Juan, al principio no entendió por qué tenía que consultar con poderes inferiores hasta que se dio cuenta, usando la más pura lógica, que como estaban en el infierno el poder era más fuerte según se descendía. Dicho y hecho. La propuesta se presentó a inferiores instancias y ellas la trasladaron a otras más profundas hasta llegar a la gran sima abismal.
De allí partió el “placet” y con el trascurrir de unas pocas miríadas de años Juan fue apoderándose del escalafón descendiendo y descendiendo puestos. Lo consiguió de tal forma que nadie recordaba que hubiese sido nunca un condenado común de tres al cuarto.
Mientras, Fermín seguía incansable solicitando una enseñanza más auténtica y científica. Por ello se oponía a una enseñanza tan bancariamente tradicional donde:
-el educador es quien sabe
-el educador es quien piensa
-el educador es quien habla
-el educador es quien prescribe
-el educador es quien actúa
-el educador es el sujeto del proceso
De ninguna manera, Fermín no estaba dispuesto a secundar tamaño dislate. Ante la firmeza de esta postura miles de voces se situaron a favor y otras miles de voces en contra. Allí fueron los gritos, allí los insultos, allí las agresiones verbales y físicas.
En este trance se oyó la voz del Gran Distribuidor. Sus palabras penetraron por el interior de los cuerpos de tal manera que todos callaron.
-Yo soy la autoridad infernal y el único que determina vuestro proceso educativo. Además no es necesario que use ya la violencia. Esas palabras arrastraron una atmósfera cargada de probables tempestades, y el miedo a la posibilidad de salvajismos satánicos, diabólicos, el terror a bestialidades no padecidas nunca en la vida, así como el pánico a forzamientos metafísicos.
Juan, en cambio, sacó conclusiones y se puso a elaborar estrategias cognitivas, y procedimentales que fueran bien vistas por los poderes luciferinos. Entre ellas vio claramente la necesidad de rellenar fichas e informes pormenorizados. Rellenar fichas por toda la eternidad sería un suplicio digno del sitio en que se encontraban. Pensó añadir a la elaboración sistemática de fichas la tarea continua de redactar memorias porque ya se sabe que el infierno es eterno y en la eternidad es muy importante llevar al día todo lo que pasa; además la memoria sirve fundamentalmente para no olvidar, cosa elemental si uno quiere conservar la eficacia de las penas. No estaría del todo mal si en la presentación de iniciativas, que actualizaban el sistema, se incluía la posibilidad de reuniones que llevasen aparejadas la imposibilidad absoluta de conclusiones finales. Todo ello debería presentarse siempre debidamente informatizado y a poder ser ilustrado con porcentajes. Naturalmente el sistema informático debería caerse frecuentemente para que todo resultase debidamente perverso Un infierno como debe ser no podrá ni deberá alejarse del imparable avance técnico argüía Juan en su escrito al que tituló modestamente “Proyecto de un decreto sobre las medidas de actualización infernal y de otras encaminadas a una mayor integración global socioeducativa así como la estructura orgánica necesaria que regula las actividades pertinentes que sirvan para su puesta en marcha”. Dicho y hecho. Entregó su memoria debidamente firmada al Gran Distribuidor. La idea gustó tanto en los poderes más inferiores que todos fueron primero animados y luego inducidos a poner en práctica los contenidos fundamentales de la propuesta, no sin antes reunirles en conferencias, coloquios, encuentros y eternas (naturalmente) charlas explicativas.
Y así nuestro Fermín, al tiempo que murmuraba para sí “no es eso”, “no es eso”, lloraba al comprender que el verdadero infierno empezaba ahora, cuando se había aniquilado la creatividad.
Antonio Hurtado