Revista Cultura y Ocio

Dos revólveres (iv)

Por Benymen @escritorcarbon

PRIMERA PARTE

SEGUNDA PARTE

TERCERA PARTE

DOS REVÓLVERES (IV)

El saloon El Oeste estaba situado en la avenida principal de Nuevo Pico. Era uno de los muchos pueblos que se habían fundado como lógica consecuencia de la exploración al norte del río Cristal. Se llamaba Nuevo Pico aunque, en realidad, no había un Viejo Pico. Al parecer, el adjetivo “nuevo” provocaba en la gente un sentimiento positivo, era una cuestión de integración. Nuevo Pico no era demasiado grande, los edificios principales se agolpaban a ambos lados de una recta avenida que atravesaba todo el poblado, el resto de viviendas y negocios más oscuros se extendían a las espaldas de las edificaciones importantes. El Oeste era el lugar al que uno acudía si buscaba alcohol barato o putas, era un local esencial.

Esa mañana, la embarrada calle no estaba muy transitada y apenas diez personas pasaban frente al Oeste cuando, después de oírse varios disparos, la ventana del segundo piso estalló lanzando una lluvia de cristales a la avenida. Se oía un gran revuelto en el interior del bar y una voz femenina destacaba entre todas las demás. Por el hueco de la ventana asomó la inconfundible cabeza calva de Braulio el Rojo que, empuñando su revólver, consiguió sacar el cuerpo hasta el tejadillo que rodeaba el edificio. Los bordes de la ventana tenían restos de cristal y, al salir, Braulio se hizo un profundo corte en la espalda.

Tomás Pistola pesada aguardaba en el interior del dormitorio del Rojo y escuchaba perfectamente los pasos de los perseguidores que subían desde el piso inferior. Vio a Braulio salir y sonrió con malicia cuando éste gritó de dolor por el corte que se había hecho en la espalda. Entre seguir a su enemigo o enfrentarse a los desconocidos, Tom escogió la primera opción y siguió a Braulio hasta el tejadillo. El Rojo no estaba dispuesto a esperarlo y ya se encaminaba hacia el tejado del edificio colindante. Pistola pesada, en vez de ir tras él inmediatamente, arrancó un largo trozo de cristal y se colocó a un lado de la ventana esperando. No pasaron ni treinta segundos cuando uno de los perseguidores apareció por el hueco que daba al tejado. Tom se movió como un relámpago y clavó en el cuello del atacante su improvisado cuchillo. El hombre herido intentó decir algo pero de su boca sólo salió sangre. Tomás se apresuró a alcanzar a Braulio que, herido como estaba, no le había sacado mucha ventaja.

La tosca avenida de Nuevo Pico se había llenado de curiosos que, atraídos por el jaleo, habían acudido en busca de un buen espectáculo. Pistola pesada miró a la calle y vio como un grupo de perseguidores salía del bar y preparaban sus armas. Un rápido vistazo le bastó a Tom para ver las caras de los pistoleros, estaban allí Guillermo el Gordo, Basilio, otro del que no recordaba el nombre y Luis Sonrisas. Eran los hombres del Rojo pero, ¿por qué atacaban a su jefe? No pudo darle más vueltas al enigma porque una andanada de disparos pasó a su lado astillando la fachada del Oeste. Saltó al edificio donde se encontraba Braulio y ambos hombres se enfrentaron visualmente sabiendo que no podían confiar el uno en el otro. Una nueva ráfaga de balas silbó sobre sus cabezas y les hizo ponerse en marcha. Giraron y se dirigieron a la zona judía de Nuevo Pico, un laberinto de casuchas y callejones sin salida que comenzaba en la parte trasera del Oeste. Afortunadamente los tejados estaban muy juntos y la mayor parte de las veces no les hacía falta ni saltar, les bastaba con alargar la zancada y vigilar bien dónde pisaban.

No tardaron en aumentar la distancia con sus perseguidores, ya no escuchaban disparos ni gritos. Tom estaba a punto de preguntarle al Rojo por el próximo paso cuando, al pisar un techo de madera, el suelo se hundió bajo sus pies y ambos fugitivos cayeron dentro de una de las muchas casuchas en la zona judía de Nuevo Pico.

Continuará.


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