Revista Cine
Personajes ricos, con personalidad, perturbados, navegando en un contexto dramático y cruel, que muchas veces exige lo peor de cada uno, pero en ocasiones surgen las buenas causas.
Famosas cámaras en mano, planos secuencia largo, violentos, muy movidos.
Detalle absoluto en el accionar cotidiano y en los quehaceres de sus criaturas.
Es esas aguas se mueven Jean-Pierre & Luc, los hermanos Dardenne. Documentalistas en el pasado, directores de ficción en el presente. Aclamados, polémicos, analizados, con sello propio.
Directores mimados tal vez en demasía por el círculo cinéfilo más exigente, los Dardenne han ganado, como pocos –muy pocos-, la Palma de Oro en dos oportunidades (Rosetta y El Niño), al igual que sus actores Emilie Dequenne y Olivier Gourmet se han llevado sus Palmas como mejores actores (por Rosetta una y El Hijo el otro.)
Por el estreno meses atrás de El silencio de Lorna en nuestro país, casi un año después de que compita en Cannes y se alzara con la Palma al mejor Guión, revisité parte de la obra de ficción de estos artistas, con excepción de sus primeros dos trabajos en el campo de la ficción, y arrancando desde La promesa y hasta Lorna.
Lo que me ocurre como espectador con sus filmes es que los aprecio mientras los miro, pero cuando terminan, siento que no me impactan como espectador, ni me quedo pensando en ellos, que de todos modos no es lo que espero de cada film que veo. Sin embargo, con varios trabajos de los Dardenne, con el correr de los días poco a poco recuerdo y analizo secuencias y personajes sobretodo, de esos mundos asfixiantes que crean a su modo.
En algunos films, la empatía y el dejarse llevar ocurren de modo natual, como en La promesa o El silencio de Lorna, mientras que en otros puede resultar más complejo, como en El niño, Rosetta, o El hijo sobretodo.
Pero considero que lo más interesante, es el modo en que construyen cada personaje protagónico, cada alma tomada incansablemente por la cámara. En ese sentido, Emilie Dequenne en Rosetta, Olivier Gourmet en El hijo, Jérémie Renier en La promesa y El niño, y Arta Dobroshi en El silencio de Lorna, son criaturas tan vulnerables como verosímiles, tan intensas como volátiles, tan humanas como ricamente ficticias.