Estamos en la sociedad del aquí y ahora, la sociedad de las prisas, de la agresividad, de la falta de respeto, de la exigencia, del hedonismo, del consumismo y un largo etc.
Además, si echamos la vista atrás, nos damos cuenta de que con el discurrir de los años, se notan más estos rasgos negativos en las comunidades donde residimos. Los seres humanos, en paralelo al progreso técnico de nuestra sociedad, estamos cada vez más solos y aislados, lo que resulta paradójico pues la población mundial no para de crecer. Cada vez somos más, y sin embargo, no conocemos a los vecinos, las familias son mucho más reducidas o están lejos, y en muchas ocasiones, existe un palpable distanciamiento emocional entre las personas.
No deja de ser chocante que el deterioro de nuestra sociedad marche paralelo al deterioro de nuestro planeta.
Aunque, en realidad, este hecho no tiene nada de fortuito. Como bien dice el insigne cirujano y obstetra francés Michel Odent: “Para cambiar el mundo es preciso cambiar la forma de nacer”.
El parto y el nacimiento han pasado de ser sublimes acontecimientos de la naturaleza mamífera femenina a actos medicalizados, solitarios, dirigidos e institucionalizados en exceso. Parimos en ambientes estresantes, donde nos infantilizan, pasamos hambre, nos ordenan, nos controlan, nos ningunean, nos violentan, y lo que aún es peor, nacemos ansiosos y con miedo en ambientes ruidosos, hostiles, fríos, violentos. En resumidas cuentas, parimos rodeados de dolor, desasosiego, estrés y violencia y nacemos rodeados de dolor, angustia, estrés y violencia.
Nada más nacer, nos separan de nuestra madre, nada más parir nos separan de nuestro bebé. No debe extrañarnos, pues, que la violencia, el egoísmo, el desapego y la indiferencia se hayan instalado alrededor nuestra en todas partes.
La humanidad está, pues, ante un desafío muy complejo. Debemos restablecer los ritmos de antaño, debemos volver a sacralizar el acto del nacimiento y del parto, debemos devolverle a las mujeres la decisión sobre su cuerpo y la vida de sus hijos, debemos recuperar el respeto por lo femenino, por sus ciclos, por sus tiempos, por su espiritualidad. Menarquia, embarazo, parto, lactancia, menopausia han sido dejadas de lado, apartadas e, incluso, escondidas. Tal vez sea el momento de restituirles a las mujeres su espíritu femenino.
Para lograr este difícil reto, existe un grupo de mujeres que se han aliado alrededor del mundo para recuperar su papel de sabias acompañantes, las doulas.
Las doulas existen desde que el ser humano pasó a ser bípedo, pensante y social. Hijas, madres, algunas veces abuelas, mujeres que han pasado por las experiencias de la femineidad y brindan a otras mujeres su apoyo, su conocimiento, su respeto, su protección, su espiritualidad, su amor y su infinita paciencia.
La labor de las doulas es ardua, pero muy enriquecedora. Acompañan a las mujeres en todo el proceso de transformación que significa pasar de ser hija a ser madre, de niña a mujer adulta. Este cambio sutil, apoyado por una doula, suele resultar una experiencia enriquecedora y sublime.
Durante todos los meses del embarazo y la gestación, en ocasiones incluso antes, la doula prepara e informa a la futura madre y al futuro padre para recibir a su bebé en las mejores condiciones físicas, emocionales y espirituales posibles. Ella contribuye al bienestar de la familia y asienta las bases para que la vida uterina y la vida extrauterina del bebé, del futuro niño y del posterior adulto sean lo más sosegadas, ecuánimes y felices posibles.
A la hora del parto, la doula no se separa de la futura madre, la acompaña en su casa desde las primeras contracciones, la apoya, la sostiene, la relaja, la masajea, la consuela, la alimenta, le presta su regazo, la ayuda a aliviar el dolor, la comprende, la alienta, e incluso, llegado el caso, le resuelve los problemas administrativos que puedan surgir si la madre ha decidido parir en un hospital.
De hecho, es tal el beneficio del sostén de las doulas en el parto que ya existen estudios científicos basados en datos médicos y antropológicos (la figura de la doula se da en casi todas las culturas) que demuestran lo ventajoso que es para las parturientas contar con una.
Después, una vez nacido el bebé, el apoyo, la experiencia y el amparo de estas sabias mujeres, le resulta indispensables a las madres para afrontar con total tranquilidad la ambivalencia del puerperio. No debemos olvidar, que el puerperio es un periodo dentro de la vida de la mujer por lo general muy ambiguo en el que se unen la felicidad por tener en brazos al tan deseado bebé, con el cansancio, la falta de sueño, la reactivación de patrones infantiles y los cambios hormonales y físicos. Una vez más, la familia se encontrará con el soporte incondicional de la doula para unir sus vínculos, superar todos los obstáculos que puedan surgir y para salir reforzada de este periodo de tanto crecimiento espiritual.
Además, estas mujeres, que ya han pasado por todas estas experiencias, le transmitirán a sus protegidas todo su conocimiento sobre Lactancia Materna, sueño del bebé, hitos evolutivos, espiritualidad materna, cuidados básicos, y crianza.
La tarea de la doula podríamos, por lo tanto, enmarcarla dentro de una línea holística dirigida tanto a lo físico, como a lo emocional y lo espiritual. En la parte física hay que resaltar que nunca realizan ningún control médico, esas son tareas de matronas y obstetras muy alejadas de su cometido.
En parte, gracias a la generosa labor de las doulas, estamos asistiendo paulatinamente al resurgir del respeto hacia la femineidad y sus ciclos. Estas profesionales, con gran experiencia y preparación a sus espaldas, han rescatado del olvido lo que significa el arte del acompañamiento. Ya no tenemos que enfrentarnos aisladas a las dudas del embarazo, ya no tenemos que parir solas, ya no pasaremos afligidas, asustadas o ansiosas los primeros días del bebé en casa, ya no criaremos a nuestros niños sin apoyo. Las doulas nos acompañan y nos guían hacia la recuperación del instinto femenino, el cual, nunca debimos abandonar por el camino del progreso.
Gracias a todas estas mujeres que se dan y regalan todo su tiempo para contribuir al bien de las familias y, por ende, de la humanidad. Su labor jamás estará suficientemente pagado ni recompensada.
Artículo publicado por la Escritora y Terapeuta Elena Mayorga en la Revista Mente Libre en Enero del 2010
http://www.mentelibre.es/?p=210
Foto: Flickr / Autor Emery Co Photo