Revista Religión

Dr. P. Manuel Carreira: LOS MILAGROS SÍ EXISTEN, SON LAS BASES HISTÓRICAS DE NUESTRA FE

Por Joseantoniobenito

Dr. P. Manuel Carreira: LOS MILAGROS SÍ EXISTEN, SON LAS BASES HISTÓRICAS DE NUESTRA FE

Dr. P. Manuel Carreira: LOS MILAGROS SÍ EXISTEN, SON LAS BASES HISTÓRICAS DE NUESTRA FE

Dr. P. Manuel Carreira: LOS MILAGROS SÍ EXISTEN, SON LAS BASES HISTÓRICAS DE NUESTRA FE

Dr. P. Manuel Carreira: LOS MILAGROS SÍ EXISTEN, SON LAS BASES HISTÓRICAS DE NUESTRA FE

Les comparto parte de una entrevista que hice en TV y una conferencia del doctor en astrofísica, filósofo y teólogo, P. Manuel María Carreira, S.J.- (Madrid, ADUE Marzo 1999), en el que deja muy clarito que sí son posibles los milagros para la ciencia y que, además, son la base histórica de nuestra Fe.

 

ENTREVISTA:

Dr. J. A. Benito: El milagro: ¿Cómo es compatible la ciencia, con sus leyes fijas dadas por Dios, con el milagro que va contra ellas, sobre todo en la resurrección, la gran prueba de credibilidad?

 

P. M. Carreira: Quienes objetan a la idea del milagro suelen objetar diciendo que si se acepta que puede haber milagros se viene abajo la ciencia, porque entonces uno nunca sabe lo que va ocurrir y la ciencia necesita ser capaz de predecir lo que va a ocurrir. A eso yo respondo con un sencillo experimento: ¿Puede la ciencia predecir con certeza si dentro de 3 segundos este lapicero va estar sobre la mesa, porque lo dejo caer, o no? Es obvio que la ciencia no puede predecirlo. Pues si la ciencia no puede predecir mis acciones libres, no es extraño que no pueda predecir las acciones libres de Dios. Pero la ciencia no se viene abajo por no poder predecir qué haré yo, ni tampoco por no predecir que va a hacer Dios. El milagro no es una actividad arbitraria de Dios, para estorbar a los científicos: se hace en un contexto claramente religioso, para mostrar que Dios puede libremente hacer lo que va más allá de la actividad normal de la materia. No hay problema lógico en eso. Pero el milagro tiene que servir como prueba de acción divina, y tiene que ser algo externo, observable por creyentes o no creyentes, y por tanto no se puede llamar milagro a cualquier cosa que yo no entiendo o que es solamente de orden psicológico.

 

Dr. J. A. Benito: ¿Puede contarnos uno, así palpable, en tiempos modernos?

 

P. M. Carreira: Hay uno muy famoso bien atestiguado históricamente que debe satisfacer a cualquiera, el milagro de Calanda en España, en el siglo XVIII. A un joven que trabajaba en el campo, un carro cargado de cosas de labranza le pasó por encima de la pantorrilla, le deshizo el hueso, tuvieron que apuntarle la pierna, por debajo de la rodilla y después de unos dos años y dos meses, si no me falla la memoria, se acostó con una pierna y a los 15 minutos se despertó con las dos. Fue un caso que se hizo famoso en todo Europa; el rey mismo en Madrid pidió que fuese a verlo este joven y así fue, después de un juicio eclesiástico y otro civil, para estar  seguros de que no había engaño, que no había fraude de ningún tipo. Testificaron los médicos que le habían amputado la pierna, y centenares de personas que le vieron con el muñón y sólo con una pierna durante años pidiendo limosna. No hubo otra forma concluir nada sino que ese milagro así fue. Esto tiene todas las credenciales históricas y como única explicación hay que aceptar una acción de Dios, porque no ha ninguna posibilidad de explicar por ley física alguna que una pierna que estaba enterrada en el huerto de un hospital hacía dos años aparezca de nuevo, viva, unida al muñón, que tenía todavía las cicatrices de donde se la habían amputado.

   Los milagros de Cristo también tuvieron que ser perfectamente demostrados para cambiar la mentalidad de los apóstoles y hacerles aceptar que aquel hombre era verdaderamente el hijo de Dios.  Tuvieron que ser convencidos –diríamos, a la fuerza- de la realidad de la resurrección y terminaron afirmándola claramente como la base de su fe, aunque les costó la vida: "Nosotros, que comimos y bebimos con Él, después que resucitó de entre los muertos, damos testimonio de lo que hemos visto y de lo que tocamos con nuestras manos". No tiene sentido que ellos se dejasen matar por eso si no hubiesen visto lo que vieron y tocado lo que tocaron. El Cristianismo no se basa en cuentos, se basa en hechos históricos y estos finalmente tienen que tener como criterio de la divinidad de Cristo a sus milagros. Él lo dijo explícitamente: «Si yo no hubiese venido y no hubiese hecho cosas que nadie jamás ha hecho, no tendríais pecado en no creerme: pero las hice, y las visteis y no queréis creer. No tenéis ninguna excusa.»

 

Conferencia-artículo:

A - El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 156, subraya la conexión entre pruebas de que se ha dado la Revelación, su contenido, la Persona y presencia histórica de Cristo en el mundo, y el asentimiento a esa Revelación y su enseñanzas al aceptar la fe.  Si Dios nos ha hecho Imagen suya por la racionalidad y libertad, no puede pedirnos que dejemos de usar la razón al encontrarnos con sus manifestaciones históricas, encaminadas, precisamente, a ayudarnos en lo que la razón sola no puede alcanzar:

 

"Para que la sumisión de nuestra fe pueda darse de acuerdo con la razón, quiso Dios que pruebas externas de su Revelación se uniesen a las ayudas internas del Espíritu Santo.  Así los MILAGROS de Cristo y de los santos, las profecías, el crecimiento de la Iglesia y su santidad, su fecundidad y estabilidad <son los signos más ciertos de la Revelación divina adaptados a la inteligencia> de todos, son <motivos de credibilidad> que muestran que asentir a la fe <de ningún modo es un impulso ciego de la mente>"  (Dei Filius  DS 3008-9; cf. Mc 16:20,  Heb 2:4).

 

La fe implica libertad, en cuanto no puede darse con coacción o imposición:  "nadie puede ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad" (no. 160).  Pero esto se interpreta falsamente si se entiende como si la fe no pudiese tener evidencias que la sostengan: es obvio que el texto se refiere a una imposición externa, política o social, de presión humana.  En el ámbito interno, la libertad de rechazar aun pruebas convincentes es una manifestación de que los prejuicios son capaces de llevarnos a negar lo que es lógicamente una prueba clara de que estamos ante una manifestación divina.  Ni siquiera es necesario restringir al ámbito religioso esta "libertad":  nadie verdaderamente entiende en toda su complejidad la teoría de la Mecánica Cuántica, pero hay demostraciones experimentales indudables de su validez, y solamente una actitud de prejuicio que no quiere que se le impongan los hechos puede hoy rechazarla racionalmente. En la Alemania nazi se rechazó la Teoría de la Relatividad por un prejuicio racial: era "ciencia judía"; en la Rusia soviética, se rechazó la fijeza de transmisión genética, porque era incompatible con el postulado comunista de una transmisión de actitudes sociales y políticas.

 

Por otra parte, la primera afirmación de fe en el Credo: "Creo en Dios...Creador del cielo y de la Tierra" se dirige a una verdad que el Concilio Vat. I definió como cognoscible con certeza por la razón humana: tal certeza de raciocinio lógico no impide la fe ni la desvirtúa.  Ni se niega que sea fe la proclamación de Sto. Tomás tocando las llagas de Cristo resucitado, aunque se alaba como mayor la fe de quienes creyeron sin haber visto, por el testimonio suficiente de testigos.

 

B - Los milagros son las credenciales que dan autoridad a los emisarios de Dios, y dan motivo suficiente de credibilidad a lo que -sin esas credenciales- podría racionalmente interpretarse como mera arrogancia o ilusión de quien se presentase como portavoz del Señor.  En el caso de Cristo, sus títulos, proclamados una y otra vez, son únicos en su audacia.  Ejemplos:

   -El es "el que ha de venir", el Mesías. (Mt 11, 2-6; Jn  4, 26;10, 24-25; Lc 7, 20-23)

   -Tiene autoridad y dignidad superior a profetas y sabios, a Jacob y Abrahán y Moisés.

   -Es "Luz del mundo", capaz de dar vida eterna. (Jn 8, 12; Jn 6, 51-58)

   -Es el único camino hacia Dios, ante el cual no cabe la neutralidad.(Lc 11, 23)

   -Tiene la potestad divina de perdonar pecados (Lc 5, 24) y de obrar (Jn 5, 19-30)

   -Exige una adhesión por encima de todo lazo familiar.(Mt 10, 37)

   -Tiene conocimiento íntimo y exclusivo de Dios.(Jn 17, 3-5)

   -Es conocido en su verdadera personalidad solamente por Dios.(Lc 10, 22)

   -Es Hijo de Dios de un modo único, exclusivo.(Jn 3, 16-18;5, 18;11, 30)

 

Tales afirmaciones serían pretensiones ridículas si no ofreciese pruebas, y sería irracional aceptarlas sin pruebas suficientes. Pero El se remite a sus milagros como garantía de su misión:

   -"Id y decid a Juan lo que habéis visto..." (Mt 11, 2-6)

   -"¿Todavía no entendéis?" increpa a los discípulos que no razonan sobre la multiplicación   de los panes.(Mt 16, 8-11;Mc 8, 17-21)


   -"Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad para perdonar pecados...levántate   y anda!"(Mt 9, 4-6;Mc 2, 5-11;Lc 5, 20-24)

   -"Si Yo no hubiese hecho cosas que nadie jamás ha hecho, no tendrían pecado.     Si fuerais ciegos, no tendríais pecado.....: vuestro pecado permanece".(Jn 9, 41;15, 24)

 

Negar el significado obvio de todos los relatos evangélicos en nombre de una arbitraria "desmitologización", que sólo se apoya en el prejuicio protestante de que no puede aceptarse nada de índole sobrenatural, es totalmente contrario a la lógica de la relación fe-razón, además de ser falto de toda base científica por no tener apoyo alguno en otros documentos o testimonios opuestos y creíbles.  El fin de los Evangelios, afirmado explícitamente, es dar razones para aceptar la fe, mediante la presentación de hechos históricos bien atestiguados (Lc 1,1-4). Sólo un punto de partida fideísta, que reduce el acto de fe a puro sentimiento voluntarista y subjetivo (repetidas veces condenado por la Iglesia), puede decir que hay que creer sin pruebas, que no es lo mismo que creer sin comprender totalmente el contenido de lo que se cree.  La prueba no es de comprensión del contenido, sino de la autoridad que lo respalda.

 

La actividad de Cristo, detallada abundantemente en los Evangelios, se centra en signos,  hechos que tienen un significado buscado por Cristo, y claro para quien los observa sin prejuicios. Tales signos son muestras del poder actuante de Dios, por el cual se garantiza la misión, la enseñanza, la santidad,  y la Persona de Cristo: "Las obras que Yo hago, esas dan testimonio de mí" (Jn 5,36). Son milagros (miraculum, hecho admirable y maravilloso), que pueden ser observados objetivamente -no se trata de algo subjetivo- y que tienen efectos reales, permanentes en el nivel de permanencia normal (una resurrección milagrosa no confiere la inmortalidad) y que no pueden ser atribuídos a procesos de la materia según sus leyes.  Por eso no pueden ser controlados ni reproducidos a voluntad en un experimento: sólo se dan por libre decisión de Dios y en un contexto en que muestran su intervención por fines sobrenaturales.

 

C - Cristo muestra su conocimiento cierto de futuros libres: predice las negaciones de Pedro, la deserción de los apóstoles, su Pasión en todo detalle, su resurrección.  Esta última predicción fue conocida y comprendida como tal por sus enemigos.   Conocimiento también de pensamientos ocultos y de hechos o experiencias íntimas (Natanael).

 

Demuestra su control total sobre la naturaleza inanimada: conversión de agua en vino, multiplicación de panes y peces, apaciguamiento de una tempestad violenta, caminar sobre el agua.  En cada caso, se describe el asombro de quienes lo ven, y la confirmación del hecho por gente experta en aquel entorno.

 

Control sobre salud y vida, con curaciones instantáneas de todo tipo de dolencias, incluso a distancia (por tanto, sin posible "sugestión" del paciente) y con datos como el del ciego de nacimiento, que no sólo recibe la vista, sino también la capacidad interpretativa de los datos visuales, algo que no ocurre en los contados casos en que la medicina repara un defecto original del organismo para dar la visión a quien nunca la ha tenido.  Ante tal signo, la única respuesta del prejuicio farisaico es el insulto y la descalificación del ciego curado, pero sin negar el hecho ni poder rebatir su lógica en tomar la curación como refrendo de la santidad y misión de Cristo.

 

Control sobre la vida y la muerte, en las resurrecciones  diversas y, sobre todo, en la suya propia, anunciada repetidas veces y presentada por los apóstoles como  la prueba clave de la fe.  Atestiguada como hecho histórico en el sentido más estricto de la palabra, no por hacerse ante notario en el momento en que ocurre, sino por inferencia necesaria y cierta de lo experimentado por testigos totalmente dignos de crédito, que vieron a Cristo muerto y enterrado, y tres días más tarde lo vieron y tocaron vivo y se remiten a esos datos sensoriales y a la experiencia de comer con El después de la muerte.  Es la misma historicidad que se admite obviamente para decir que alguien ha nacido aunque no haya testigos del parto, o que alguien ha muerto cuando se ve el cadáver, aunque la muerte misma no haya tenido testigos.  Si nadie duda de una muerte viendo el cadáver, no debe dudar de la resurrección viendo a la persona viva más tarde, aunque no se comprenda cómo puede explicarse esa nueva vida.


La Resurrección de Cristo fue corroborada indirectamente por el deseo de sus enemigos de evitar todo fraude.  Los guardas ante el sepulcro aseguraron que nadie pudo entrar o llevarse nada de la tumba.  Y ante la proclamación de los apóstoles, nadie pudo acusarlos de engañar a la gente presentando o el cuerpo de Cristo o testigos del robo de  su cadáver.

 

Por eso afirma la Encíclica "Veritatis Splendor"  que nuestra fe se basa en la historicidad de la Resurrección.  Con las palabras de S. Pablo, "si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, y nosotros somos los más miserables de los hombres"(1 Cor 15 16-19).  Los apóstoles se autodefinen como "testigos de la Resurrección" y afirman ante el Sanedrín que cumplen el mandato de Dios de anunciarla (Act 1, 22).  Por su anuncio son castigados y  dan su vida.

 

D -  Las objeciones contra el milagro como hecho real pueden presentarse desde diversos puntos de vista:

- Quienes niegan su necesidad lógica para dar un fundamento a la fe, los descartan a priori, o como incompatibles con la libertad del asentimiento (ya explicado antes) o como impropios del modo de proceder ordenado de un Dios que conciben últimamente como sólo accesible en la subjetividad.  En la encíclica "La Fe y la Razón" rechaza el Papa una fe que no tiene validez universal porque se apoya solamente en la experiencia subjetiva o afectiva.

-  Quienes conciben a la Ciencia como algo rígido, totalmente autónomo, sin relación al Creador libre, niegan la posibilidad o cognoscibilidad del milagro desde actitudes opuestas.  En un determinismo absoluto, se afirma que la existencia del milagro destruiría la certeza de predicciones físicas, basadas en leyes fijas, y así se haría imposible la ciencia.   En un modelo indeterminista-probabilista, se niega toda relación causa-efecto y se afirma que todo puede ocurrir y de hecho ocurre.  Por tanto no hay motivo para atribuir a intervención divina suceso alguno, por maravilloso y nuevo que parezca.

 

La respuesta a estas objeciones es clara si nos damos cuenta del proceder científico según su metodología propia.  La ciencia estudia solamente el comportamiento observable de la materia: sus interacciones.  De su constancia, que fluye de las propiedades de la materia, de lo que ES, se deducen expresiones generalizadas de su proceder, que son formuladas como leyes en un sentido analógico, pues no expresan normas a seguir, sino proceder observado y predictible según la naturaleza de las cosas mismas.  En ningún caso puede la ciencia dar una razón última de que la materia sea como de hecho es.

 

La lógica de un universo finito y con origen en el tiempo lleva necesariamente a un comienzo sin estado previo que justifique parámetros o leyes que hoy observamos: solamente la palabra creación refleja el paso de nada a algo, y tal creación supone una determinación total del ser por el Creador.  Por ser la creación un acto libre, continuado en la conservación constante, todo cuanto existe y ocurre tiene últimamente que depender del ser absoluto, cuya libertad al crear debe mantenerse si decide actuar sobre lo ya creado.  No lo hará arbitrariamente, pero no puede ser restringido por nosotros y nuestro deseo de certeza total en cada caso (que hoy sabemos es imposible en la ciencia, por ejemplo al hablar de lo que ocurre en agujeros negros).

 

La indeterminación o el caos físico, no dan razón de orden y constancia (cuya búsqueda constituye la ciencia), ni pueden contradecir el hecho obvio de que se cumplen leyes como la conservación del momento lineal en un choque.  Por eso resulta absurdo decir que un conjunto de moléculas, chocando entre sí, pueden producir en alguna ocasión una presión solamente en un sentido y sostener a una persona sobre la superficie del agua; menos admisible aún es que esto ocurra repetidamente, paso tras paso y a voluntad de alguien, sin poder sobre-natural.  Ni entra en la descripción probabilística la multiplicación de panes, ni la resurrección de nadie.

 

Queda, pues, en pie la posibilidad y cognoscibilidad del milagro.  Porque hay constancia en el proceder de la materia, la ciencia es posible; porque Dios es libre y Omnipotente, es posible el milagro.  Cuando El actúa, la razón puede discernir su actividad y aceptar su manifestación.

 

Los milagros continúan en la  Iglesia hasta el presente.   Negarlo es prejuicio o ignorancia.


E  -  Aplicación concreta: la Síndone de Turín como objeto arqueológico  de valor histórico y teológico.  Con la brevedad impuesta por el temario, es útil reflexionar sobre este objeto que se rechaza tanto por increyentes como por creyentes poco informados, o con ideas inexactas sobre lo que la fe nos da y lo que exige como fundamento.

 

- Hecho básico: existe un objeto digno de estudio, y estudiado de hecho durante un siglo por científicos cualificados en disciplinas como la física, química, medicina. arqueología, historia.  No es ninguna visión ni leyenda piadosa que puede descartarse como algo meramente ilusorio. Este objeto es claramente algo antiguo que puede ofrecer información sobre hechos históricos con los cuales haya estado relacionado. Debemos extraer tal información por los mismos métodos aceptados cuando se trata de cualquier estudio arqueológico, donde las características físicoquímicas se deben utilizar para encontrar el contexto de origen, utilización, posible relación con textos o referencias culturales e históricas.

 

- Estamos ante un lienzo de lino oriental, con pequeñas fibras contaminantes de algodón egipcio, de hilo hecho a mano en un telar artesanal, con características que apuntan a su origen en el cercano oriente.  Esto mismo viene indicado por abundantes muestras de polen propio de Palestina, además de otros granos, menos abundantes, de plantas encontradas aun hoy en Asia Menor, Francia e Italia.  Esto sugiere un itinerario histórico que corrobora la tradición que lo relaciona con la sepultura de Cristo en Jerusalén, y las referencias artísticas y escritas a la presencia en Constantinopla de la sábana-mortaja del Señor hasta que desaparece en la segunda Cruzada.   Su recorrido posterior es claro, de Francia a Italia.

 

-  El lienzo tiene manchas de sangre humana, establecida según los métodos de la medicina forense, donde se puede distinguir sangre vital y cadavérica, originada en heridas múltiples que corresponden a una flagelación, coronación de espinas, crucifixión romana, y lanzada póstuma que alcanza al corazón.  Ninguno de sus detalles discrepa de lo que sabemos histórica y arqueológicamente, sino que lo corrobora con una precisión previamente desconocida.  Y todo corrobora también el relato evangélico, completándolo.

 

-  La sangre, como es de esperar, empapa y penetra la tela, de modo que se ven las manchas también por el revés.  Hay una correspondencia perfecta con lo que la anatomía espera de una impresión producida por contacto con un cadáver ensangrentado por efecto de todas las torturas mencionadas en los Evangelios.

 

-   Hay también una imagen de un cadáver desnudo y cubierto de heridas, visto de frente y de espalda en forma tal que el centro del lienzo corresponde a la cabeza, aunque falta imagen de la parte superior de la cabeza y de las superficies laterales de todo el cuerpo.  Esta imagen aparece como negativo, difícil de interpretar a simple vista, pero claramente visible con gran detalle y verismo en una foto, sobre todo si se realza el contraste.  La imagen no está constituida por ningún pigmento ni penetra en la tela como lo haría un vapor o un líquido: es solamente debida a una débil deshidratación de fibrillas de lino, en su superficie externa, que produce el efecto de una chamuscadura levísima.  No hay imagen bajo las costras de sangre, indicando que éstas estaban ya en el lienzo previamente a ella.

 

-Esta imagen es caso único conocido.  Ningún paño mortuorio de ningún museo tiene nada parecido.  Es de extraordinaria calidad en anatomía, expresión facial, detalles aun en una moneda (acuñada por Pilatos, con una falta de ortografía desconocida hasta que se encontró en la imagen y se verificó luego en colecciones numismáticas).  Tiene características semejantes a una radiografía (dedos, dientes, huesos orbitales). Permite una reconstrucción tridimensional, imposible con pintura o foto alguna.  Nadie ha conseguido producir algo semejante, aun con la técnica más moderna.

 

Ante esta imagen única, es lógico relacionarla con un hecho único, la Resurrección de Cristo.  Es, pues, un motivo de credibilidad, especialmente para nuestro siglo científico, que ha podido extraer de ella un complemento maravilloso de los Evangelios.


F- OBJECIONES a la historicidad de las narraciones evangélicas y a la autenticidad de la Sábana de Turín (datación por el Carbono 14).

 

Dos son las razones que se aducen, sobre todo desde la crítica protestante de los últimos 150 años, para negar validez a los relatos evangélicos de los milagros de Cristo y, en general, a cualquier dato concreto acerca de su vida (Strauss en 1835, Renan en 1863, Bultman en nuestro siglo).  Primero, se afirma que los evangelios son una recopilación tardía (siglo II ya avanzado) de la predicación oral de los discípulos, que se transmite y elabora dentro de las comunidades cristianas del primer siglo después de la muerte del Señor: no se trata de testimonio directo de quienes convivieron con El.  Segundo, se encuadran los evangelios dentro de un tipo de literatura simbólica, donde significados míticos tienen precedencia sobre los datos reales, según patrones comunes a narraciones maravillosas del oriente antiguo: de tal modo que lo único que puede extraerse de tales escritos es una convicción de la comunidad cristiana de que Cristo fue el enviado de Dios para cumplir la promesa a Israel y traer la salvación al mundo. Esto lleva lógicamente a negar todos los milagros, o a admitir unos y no otros sin criterio demostrable.

 

Ambos argumentos tienen mucho de posición preconcebida y muy poco de datos que apoyen científicamente tales aserciones. A la redacción tardía, se puede ahora presentar como prueba seria en contra el haberse encontrado en Qumram un fragmento de papiro, el 7Q5, en que el P. José O'Callaghan, S.J. reconoció, ya en 1972, un texto del Evangelio de San Marcos, c.6, versículos 52-53.  Tal fragmento había sido fechado, sin ambigüedades, en torno al año 50 d.C. Nadie ha podido impugnar con razones científicas ni la identificación ni la fecha, aunque muchos se han opuesto a aceptar los datos por ser incompatibles con sus ideas previas.

 

En 1996, Carsten P. Thiede, investigador protestante alemán, reconoció en un papiro del Magdalen College de Oxford (procedente de Luxor en Egipto) fragmentos del Evangelio de Mateo: 7 versículos del capítulo 26.  Otros fragmentos, probablemente del mismo códice, se encuentran en la "Fundación San Lucas Evangelista" de Barcelona.  Ambos pueden fecharse sin lugar a duda, por el tipo de escritura, calígrafía y abreviaturas, alrededor del año 60.  Puede leerse en todo detalle el proceso de investigación en el libro de Thiede Testigo Ocular de Jesús (Doubleday, N.Y.).  Una vez más, la reacción opuesta no ha faltado.Tenemos así una prueba arqueológica de que ambos evangelios eran conocidos en las comunidades cristianas del imperio romano cuando aún vivían testigos presenciales de los hechos: no son colecciónes tardías de leyendas piadosas.

 

Acerca del tipo de literatura, es suficiente mencionar estudios muy recientes que muestran el perfecto paralelismo entre las biografías greco-romanas de la época y los evangelios.  Talbert en 1978 los inserta a todos en el género biográfico; Schuler establece en 1982 el carácter biográfico del evangelio de Mateo. Cancik (ed.) hace lo mismo con el de Marcos en 1984.  En  la obra Ascensión y Decadencia del Mundo Romano, Klaus Berger (también en 1984) muestra cómo los evangelios están muy próximos a las "vidas" de los filósofos antiguos.  En 1992, Burridge afirma que la tendencia creciente a juzgar a los evangelios como verdaderas y propias "vidas de Jesús" está justificada, comparándolos con 10 "vidas" greco-romanas escritas entre los siglos V a.C. y III d.C.   De una manera muy concisa se presenta este nuevo punto de vista en el c. IV del libro Jesucristo, Salvador del Mundo, Comité para el Jubileo del año 2000, BAC 1996.

 

Con respecto a la datación de la Sábana de Turín no hay respuesta obvia.  Sin acusar a nadie de mala fe, es claro que no se siguió el proceso científico con el rigor debido, ni en la selección de muestras ni en mantener el sistema de "doble ciego" ni en la presentación de resultados. Es preciso esperar a una nueva datación, con control riguroso, para eliminar toda objeción.

 

Pero hay estudios que indican posibilidad de contaminación importante de la muestra.  Y en ningún caso se desecha un largo trabajo científico multidisciplinar por un único dato discordante.

Tales discrepancias inexplicables han ocurrido en otras ocasiones, y siguen ocurriendo, sin que sean causa de negar lo que se sabe por razones históricas y culturales.


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