Cualquiera puede percibir que el Gobierno español tiene un vampiro colgado de su cuello extrayéndole la sangre, Pérez-Carod Rovira y Esquerra Republicana de Catalunya, mientras que un montón de vampiresas, otros partidos minoritarios, pelean por chupar también de ese cuerpo adormilado.
Estos días España recuerda escenas de la tétrica Transilvania a la que viajó Jonathan Harker, un joven abogado inglés enviado por su oficina en el siglo XIX para arreglar con el conde Drácula su futura instalación en una mansión londinense.
El vampiro se enamoró de la prometida del letrado al ver su retrato y se propuso hacerla su esposa vampiresa, algo que desagradaba a su corte de novias, chicas golosas que reptaban por su castillo y que codiciaban lujuriosamente la sangre de Harker.
España tiene su Jonathan Harker. Como a ese Drácula y a sus novias, que también son rivales, relamiéndose, afilando los dientes para dar buena cuenta del cándido joven y de sus representados.
Mientras, los demás dirigentes políticos de la facción del vampiro mandan callar al gallinero socialista, inconfundible gesto de rechazo a la cruz y los ajos. No admiten que se proteste contra la sangría que están haciéndonos a todos en el cuerpo de nuestro Harker.
Desde la lejanía, los habitantes de Transilvania intuyen que en el castillo está ocurriendo algo terrible, pero están fascinados, paralizados. El abogado inspira lástima y el conde ira, pero creen que es ley de vida que quien quiera gobernar en minoría debe permitir que los vampiros se alimenten chupándole a él y a todos nosotros.
En cuando el vampiro se descuide, sus novias ocuparán su lugar, y ahí tenemos al PNV, IU y otros grupos minoritarios dispuestos a desplazar a Drácula para seguir sorbiendo, al abogado y todos los que este debería defender.
Casi 110 años después de aparecer, la novela de Bram Stoker nos invita a reflexionar sobre los personajes de esta enervante historia.