De dioses y saiyajines
Suele suceder, como en una suerte de regla o ecuación, que a mayor
expectativa, más grande es la desilusión. Y es muy probable que sus seguidores
sientan algo de eso, porque a pesar de no terminar de ser un mal producto, Dragon Ball Z: La batalla de los dioses
falla notablemente en los puntos en donde el film debía arrasar o destacarse.
La narración se ubica unos años después de lo que significó la última
etapa de Dragon Ball Z, tras el
ferviente y vigoroso enfrentamiento con Majin Boo. Allí se hace presente un
villano bastante peculiar, el Dios de la destrucción. Éste, llamado Bills, es
un holgazán que ha despertado de una siesta de décadas con el afán de encontrar
un guerrero poderoso que decida medirse con él, aferrándose a la eventual
existencia de un Dios Saiyajin. Emprende viaje hacia la Tierra, donde Goku y
compañía tratarán de no hacerlo enfadar para que no destruya el planeta.
Nada para reprochar hay en lo que respecta a la animación: como era de
esperarse este aspecto es de lo mejorcito de la película. El problema elemental
está dado en el excesivo e infantiloide recurso a las bromas y chistes
repetitivos, con muecas y gestos que se van agotando y quemando cada vez más
con el correr de los minutos. Si bien el modo de hacer humor siempre fue
apreciable en la creación de Akira
Toriyama, en esta entrega se apela tanto al intento de hacer reír al
público, que parece olvidarse que Dragon
Ball cautivó a las masas por, sobre todo, sus agudos y penetrantes momentos
de lucha.
El personaje de Bills, más allá del enorme potencial que expone cuando
le toca sacar a la luz su fuerza, carece de carisma y nunca genera lo que han
sabido cosechar los terribles Freezer, Cell y Boo: temor, tensión, preocupación.
Más allá de pasearnos por secuencias muy entretenidas (primordialmente
en la primera media hora) y de contar con unos buenos guiños que entusiasman a
cualquier fan (a saber conversiones en distintas fases de súper saiyajines, alguna
siempre atractiva fusión, etcétera), el relato nunca acaba de inquietarnos y
angustiarnos (como sí lo conseguía la serie). Para colmo, las batallas se toman
un descanso casi tan largo como el que se echa el Dios de la destrucción en el
film y no se exhiben hasta llegar al último tramo.
Amena pero olvidable, Dragon
Ball Z: La batalla de los dioses no trasciende y echa a perder la oportunidad
de vincular nostálgicamente a los incondicionales del taquillero animé.
LO MEJOR:algunos (sólo algunos) ratos graciosos. La aparición de todos los
personajes. La animación.
LO PEOR:se desperdicia una buena ocasión de satisfacer al público. Por
instancias infantil. Bills, un villano bastante aburrido. Tensión nula. Las
peleas ocupan poco espacio.
PUNTAJE:5