Revista Psicología

Dramáticamente cómico

Por Mayte Leal @MayteLealRomero
Es curioso, puede que nos pasemos la vida acumulando años y soplando velas y no por ello crezcamos. Hacerse viejo no es sinónimo de madurez. Corren por ahí niños atrapados en cuerpos ya vividos y adolescentes desafiando a las arrugas y a los michelines. Es un espectáculo tragicómico, ¿no? A mí me lo parece. ¿ESTAR donde uno no ES dónde te sitúa?
DRAMÁTICAMENTE CÓMICONo estoy hablando de espíritus jóvenes encerrados en cuerpos burlados por el paso del tiempo, sino en adultos que no lo son porque crecer les queda grande.
Observo con pasmosa inquietud escenas que antes veía con cierta gracia. Quizás esté envejeciendo mientras el mundo rejuvenece...Las nuevas tecnologías empujan sin miramientos hacia una forma de relacionarnos extremadamente pueril. En mi opinión, claro.
No voy a negar las excelencias de la era digital, sólo señalar sus obscenas a la vez que divertidas formas de enredarnos en un mundo disparatado por lo infantil y bobo.
Cuando oigo a personas de cierta edad relatar con absoluta seriedad su drama mayúsculo por haber sido expulsadas de algún grupo de WhatsApp, me pregunto si mi respuesta ha de ser igual de solemne. Podría ponerme seria y justificar esa reacción infantil y desproporcionada normalizándola, acusando al miedo natural que nos suscita la mirada escrutadora de los otros, la lógica sensación punzante del rechazo (¿o de la soberbia?) al saberse expulsado, y la rabia justificada al constatar la complicidad pasiva de los llamados “amigos”. Podría decir todo eso para tranquilizar, sí, pero no sería sensato ni terapéutico, ni sano. A pesar de que es rematadamente cierto.
Como también lo es vivir un drama donde se actúa una comedia y no darse cuenta. A menudo somos más víctimas de nosotros mismos que de nuestras circunstancias.Y si no somos capaces de verlo, lloraremos en lugar de reír.
Por más miles de años que el ser humano sople velas, hay algo que no cambia aunque se esfuerce: Queremos pertenecer al grupo a la vez que nos encanta ser individuos únicos. Un amargo equilibrio que no se endulza con el paso de los milenios. Mira tú por donde, mucha tecnología de última generación y seguimos buscando lo mismo que nuestros ancestros los monos.
No llevamos bien que nos expulsen del paraíso, y eso enciende las más apasionadas de las reacciones. Los dramas cósmicos empequeñecen al lado de una inmisericorde expulsión.
Y nos las tomamos tan en serio que pedimos a gritos que nos inunden de programas televisivos donde se “nomine a alguien”, ansiosos por sufrirlo o celebrarlo según la simpatía que nos suscite el desafortunado de turno.
Tiene gracia (o no)

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