Revista Opinión

Drapetomanía y disestesia etiópica, males del esclavo

Publicado el 26 septiembre 2015 por Miguel García Vega @in_albis68

Samuel CartwrightSamuel Adolphus Cartwright (1793-1863) fue un médico miembro de la Louisiana Medical Association. Nació en Virginia, estudió en Filadelfia y Louisiana y una vez licenciado practicó la medicina en Alabama, Mississippi y Nueva Orleans, antes de la Guerra de Secesión americana. No me enrollo, es importante situarlo.

Aparte de otros posibles méritos, que se desconocen, el doctor Cartwright ha pasado a la historia por inventarse (sin comillas) dos “curiosas” (con comillas) enfermedades: la drapetomanía y la aethiopica disestesia. Pasen y pásmense.

Ambos términos son inventados por Cartwright en un artículo publicado en 1851 en el De Bow’s Review, un revista publicada en Nueva Orleans, defensora del “pintoresco” modo de vida del sur de los Estados Unidos. El título del artículo lo deja todo bastante claro: “Enfermedades y peculiaridades de la raza negra”.

De Bow's Review

Esclavos drapetomaníacos

La palabra drapetomania viene del griego drapetes (fugitivo) y manía (manía o locura). Pues eso, en griego que queda más científico, Cartwright, tras mucho pensar, detecta una enfermedad mental propia de los esclavos negros: tienen la manía de querer escapar de la esclavitud, ansia de libertad.

Y así se queda Samuel, más ancho que largo aunque sin Nobel, que empezaron a darse en 1901.

Está claro que a perro flaco todo son pulgas. Por si ser capturados en África, encadenados, maltratados y conducidos en barco como ganado por todo el océano no fuera suficiente desgracia, al llegar a América les ataca un extraño mal que les hace querer salir por patas de las plantaciones donde eran amablemente alojados. Presas de una enfermedad que, según Cartwright, “era bien conocida por nuestros plantadores y capataces” pero “desconocida por las autoridades médicas”. Un enorme vacío de conocimiento cubierto por este servidor de la ciencia.

La causa de la mayoría de los casos, que induce el negro de huir de sus obligaciones, es tanto una enfermedad de la mente como cualquier otra especie de alienación mental, y mucho más curable, por regla general.

Según el científico, las causas estaban en el trato dado por su amos. Si se les trataba como a iguales o si se abusaba del poder y se les maltrataba, se activaba ese defecto de su mente y huían. Pero “si se le mantiene en la posición que nos enseñan las Escrituras que deben ocupar ocupar, es decir, la posición de sumisión”, y se les trata de manera amable protegiéndoles del abuso, el esclavo se queda. Vaya si se queda ¿Dónde va a estar mejor, a mesa y mantel y protegido de los males que acechan fuera de la plantación?

Drapetomania, esclavitudEs de sentido común, porque un vaso es un vaso y un plato es un plato, que diría aquel. Los negros eran inferiores (científicamente hablando, incluso en griego clásico, ojo) como niños, y así había que tratarlos. Tampoco es culpa suya, pobrecicos, están enfermos. Pero si te descuidabas te salían con déficit de atención y se escapaban, drapetomaníacos perdidos.

En ese caso “y por su propio bien, deben ser castigados hasta que vuelvan al estado sumiso al que están predestinados”. La cura no deja de ser sencilla, aunque contradictoria, ya que habíamos convenido que un castigo excesivo exacerbaba su latente drapetomanía. Aquí se echa en falta un ‘manual de uso’ más detallado.

Dysaesthesia aethiopica

Pero Cartwright ha cogido carrerilla y nos descubre dos enfermedades por el precio de una. Adquiriendo la drapetomanía los esclavos negros se llevan gratis la disestesia etiópica.

esclavitudDicha enfermedad consiste en poca motivación por el trabajo, dejadez y en general poco interés por la productividad de la plantación por parte de los esclavos negros. O sea, escaso rendimiento, motivación y compromiso con la empresa, para que me entiendan. La disestesia conllevaría también una sensibilidad anómala, torpeza y “embrutecimiento de las facultades intelectuales”.

Su cuerpo se encuentra invadido por la torpeza y la insensibilidad; los nervios sensitivos distribuidos por la piel pierden la sensibilidad en un grado tan acusado que a menudo el paciente llega a quemarse sin darse cuenta en el fuego al lado del cual pasa las horas aturdido.

También “son propensos ha hacer mucho daño” a las propiedades del amo y a  “plantear disturbios con sus capataces”; ‘insolencia’ le llaman los plantadores al mal que Cartwright identifica como disestesia etiópica (Etiopía sería el origen de la raza negra).

Según el doctor, los médicos del norte habían notado los síntomas pero no habían encontrado la enfermedad. Los muy abolicionistas habían achacado, erróneamente, esa actitud a la degradante condición de la esclavitud, a la explotación y el maltrato. Pero Cartwright afirma que la enfermedad se da más en los negros liberados que en los esclavos. Los primeros viven a su aire, con un régimen propio de trabajo, comida y bebida. O sea, un sindiós. Lógicamente, fuera del control de sus amos blancos la enfermedad latente se dispara.

castigo esclavosPara los que todavía tienen la suerte de contar con sus dueños, hay remedio.

La mejor manera de estimular la piel es, primero, lavar al paciente a fondo con agua tibia y jabón; a continuación, untarlo completamente con aceite y hacer penetrar el aceite en la piel a latigazos administrados con una cinta ancha de cuero; a continuación hay que poner al paciente a trabajar al aire libre y al sol en un trabajo duro que le obligue a expandir los pulmones.

Sin comentarios.

El trabajo de Samuel Cartwright, quien se tomaría gustoso una copa con su colega Moebius, no es más que otro ejemplo de racismo científico. Puede ser la raza, el sexo o la condición social. Tu culpa es ser negro, judío o pobre, depende del momento y del lugar.

En toda época han existido presuntos expertos cuyo cometido ha sido apuntalar el orden existente, buscar razones que escondan las causas reales (normalmente socio-económicas) para dejar el statu quo fuera del debate. Primero fueron sacerdotes o teólogos, luego científicos. Ahora están de moda los economistas. No se rían mucho de Cartwright, sigue pasando.

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