Revista Opinión
¡Drenando!
por Rosalba Linares (03/07/19)
Sentí que tenía que decir, que tenía aunque fuese que escribir, porque hacer algo al respecto de otro de los viles asesinatos con alevosía que suceden a diario en la Patria de Bolívar, me quedaba como algo lejos de conseguir la victoria o castigo deseado, desde el más recóndito de la más pequeña fibra de mi alma. No deseo realmente hablar con sentido ni la lógica de un pensante o cristiano, quiero y necesito vomitar el veneno que a diario en dosis mínimas este régimen desgraciado y maldito, me hace ingerir con sus canalladas permitidas por naciones y personajes.
Muertes y más muertes, presos injustamente, niños que no les permitieron que se enteraran por sí mismos, que en la vida hay cosas hermosas que descubrir disfrutandolas de adultos, madres que lucharon con las uñas para sacar adelante a sus hijos pero tan sólo fueron testigos, de cómo les arrebataron sus jóvenes vidas, sin que nadie pudiese ayudarles a rebajar sus penas al tener que cerrarles sus amados ojos, hijos que miraban con el alma el amor de sus madres depositados en ellos, para lo cual se esmeraban en ser mejores estudiantes y así recompensar en algo el sacrificio materno, pero que hoy no pueden más demostrarles con sus miradas, todo el amor y cualquier emoción de sus sentimientos al mundo, quedando mutiladas sus almas al no tener ventanas para reflejarlas. Madres que en algún momento pensaron tener ya tan cerca los triunfos ganados por sus hijos, hijos que han quedado huérfanos por solo tener en su memoria el recuerdo imperecedero de padres sacrificados, en aras de la libertad luchada para el futuro de ellos, pero que pagaron con sus vidas en las manos asesinas de cómplices verdugos, con excusas de cumplir viles órdenes de gobernantes usurpadores y catervas de asesinos, que blanden en organizaciones internacionales, disque dedicadas a la paz, a la libertad y al respeto humano categorizados como derechos, pañuelos blancos como símbolos de no violencia y mucha dignidad humana, pero totalmente empapados de sangre inocente y derramada, de todo un pueblo que pide a gritos con un ¡Ya Basta! la anhelada libertad y el resurgimiento de la democracia.
Si , poco a poco con este estertor escrito mi pena se mitiga y mis ojos se van secando del torrente de lágrimas, que salen ya negras por tanto luto de las madres que en mi Venezuela lloran sus pérdidas, cerrando sus puertas en cada noche para no ver entrar más a sus hijos o esposos, hermanos o padres, porque los han enterrado en algunos casos, o solamente siguen en la cruel y triste lucha de pedir la entrega de sus cuerpos, desaparecidos como pruebas culpables y bellacas de los cruentos asesinos.
En éste vómito derramado, deseo que llegue a salpicar la falsa blancura de conciencias de la Bachelet y representantes de países, que aún hoy se manifiestan aliados del asesino, validandolo como presidente, de una nación que solo lo reconoce como timador de cargo y asesino violador, reo de lesa humanidad comprobada en cada hogar venezolano; ya sea por tener a la familia desmembrada por causa del exilio o de penas lacerantes por la ida de los suyos, para poder sobrevivir o salvar sus vidas del infortunio rojo, que ha traído el vil asesino Nicolás Maduro Moro, a quien en este instante menciono con repugnancia pero como aviso lapidario de un castigo divino y/o verlo confeso y convicto de delitos, pagando junto con todos sus esbirros, en el peor de los infiernos que ni Dante ni el propio Lucifer les inventara, muerte en vida de ver el castigo en ellos y en cada uno de su familia, pagando la sangre derramada de los justos, de sus víctimas; recayendo hasta la séptima generación de sus aberrantes descendientes, comprometidos desde el mismo instante en que disfrutan de ilícitas riquezas del sufrido pueblo que ya los maldijo.
