Costa del Marfil 2 - 1 Japón
La entrada desde el banquillo del veterano delantero marfileño fue decisiva ya que hizo saltar por los aires un choque que hasta su comparecencia fue uno y después otro.
Salvo refugiarse como es debido de lo que provoca el inagotable Didier, Japón hizo un partido más que digno. Eso da más importancia si cabe a lo sucedido. Está cocinando el país nipón una buena idea de fútbol. Le gusta conservar el balón y tiene jugadores creativos como para potenciar el talento. Porque tiene talento. Y mucho. Okazaki, Kagawa y Honda lo representan mejor que nadie. Su vistoso fútbol siempre tuvo a uno de los tres como protagonista. A Costa de Marfil le costó frenarlo, aunque bien es cierto que cuando lo hizo fue para montar ataques frontales tras pérdida con los que la defensa japonesa temblaba.
Pero si en algún momento se notaban temblores en Recife era cuando los marfileños defendían las jugadas a balón parado. Resulta inconcebible que futbolistas con ese físico sean tan poco intensos en acciones de este tipo. En el primer córner peligroso Okazaki estuvo cerca de marcar; en la siguiente jugada parecida, un saque de banda esta vez, Nagatomo pudo combinar con Osako y después con Honda, que resolvió con un zurdazo magistral. Los futbolistas de Costa de Marfil trataron de desafiar a la física y defender sin moverse. Imposible.
La cara de un Drogba renqueante lo dijo todo en el banquillo. Ni siquiera las arrancadas de búfalo de Yayá Touré variaron el panorama. Tampoco un par de faltas lanzadas por el centrocampista del City y por el lateral Boka. Japón disfrutaba con la pelota y sufría sin ella, pero pocas veces ocurría esto segundo si no era por fallos propios en la circulación.
No varió mucho el decorado hasta que Lamouchi entregó las llaves del partido a Drogba. La estrella africana, renqueante por un golpe entre semana, entró al campo como quien se sabe capaz de cambiar la historia. Por supuesto que lo hizo. Su equipo se activó, mordió lo que antes no y forzó con su presencia que los ataques vinieran de centros desde la banda, una bendición. En eso hay pocos laterales derechos mejores que Aurier. Dos pelotas suyas, las dos perfectas, una a Bony y otra a Gervinho, desatrancaron un partido que parecía inocentemente controlado por Japón.
En realidad no fue más que eso, dos cubos de agua fría sobre Kawashima, porque luego el choque volvió a su cauce anterior. Sin embargo, detrás se esconde mucho más, sobre todo la influencia que todavía ejerce Drogba ante los rivales. Su entrada cambió la cara de los centrales japoneses y no hay más que ver el desenlace para comprobar que razones tenían para el miedo. Así de gigante sigue siendo. Muy pocos pueden agitar un partido del Mundial con la personalidad arrolladora que él lo hizo. Japón dominó y perdió. O más sencillo todavía: Japón no tiene a Drogba.