La primera vez que escuché la palabra Google (no hace tanto, creedme, lo que sucede es que esto del internet ya parece que existe de toda la vida) me recordó a un chicle que me gustaba mucho en mi infancia (de esto ya sí que hace mucho tiempo). El famoso Doubble Bubble Chew Gum. Eran un chicle que te prometía doble sabor, doble elasticidad y doble masa cuando te lo metías en la boca. Y era verdad, al masticarlo crecía y crecía tanto que era conveniente no mascarlo entero.Google ha pasado desde entonces a ser imprescindible en internet, que viene a ser lo mismo que en nuestras vidas. Lo usamos para buscar cualquier dato en la red, para soportar este blog y encontrar las imágenes que lo ilustran, para planificar nuestras rutas de vacaciones en el Google Maps e incluso para curiosear como es nuestro tejado, el del vecino o el de Barack Obama.Hoy lo llamamos San Google, no sin cierta justificación, y hasta le hemos dado el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación en 2008. Pero Google, como el chicle, ofrece una doble cara, solo que más oscura e inquietante. Como el chicle, el buscador se estira y estira pero para espiarnos y captar nuestros datos reservados. Ese estrambótico cochecito que pasea por nuestras calles, no solo cartografía el territorio, sino que se mete en nuestras casas, en nuestras vidas y nuestras comunicaciones para robarnos las contraseñas y los datos más privados. Dicen que se trata solo de las contraseñas de nuestros correos electrónicos, pero si puede hacer esto ¿qué le impide succionar los passwords de nuestras cuentas corrientes y nuestros Paypal? Hemos descubierto con alarma que san Google, ese benefactor de la humanidad, es un santo con doble vida, como ese San Josemari que promovió la secta del Opus Dei en la que se anula sistemáticamente la personalidad de los pobres degraciados que ingresan en ella, o como san Marcial Maciel, aquel legionario patrón de los pederastas. Ahora lo que se impone es que la multa que se le avecina a Google por hurgarnos en las entretelas sea ejemplar y que se le retire el premio Príncipe de Asturias como si de un ciclista dopado se tratara.¡Ay, qué contradicciones las de la vida moderna: lo que nos mata nos es imprescindible para vivir!
No quiero finalizar el post con tan mal sabor de boca, por eso dejó este video de Lluis Llach. ¿Por qué este y no otro? Porque es la canción que escuchaba en el coche (del disco Gener de 1976) cuando decidí escribir sobre Google. Quizá no tenga nada que ver o tal vez sí. Atended a la letra.