Revista Cultura y Ocio

Dublín y las puertas de colores

Publicado el 13 junio 2017 por Molinos @molinos1282
Dublín y las puertas de coloresEl primer beso de mi vida fue con un irlandés. Tenía un nombre impronunciable que a mí me parecía mitad rusa, mitad nombre de mujer. Aquel irlandés besaba muy bien y se me llenó la camiseta de arena fría de playa irlandesa. 
Aquel irlandés era moreno y con los ojos marrones y, por lo que he comprobado este fin de semana, eso es bastante peculiar. En mi búsqueda de "frescos", mientras paseaba por Dublín, he observado que la mayor parte de la población tiene los ojos azules. He comprobado también que ellos, los hombres, han crecido mucho en estos últimos treinta años, son todos grandes, algunos demasiado, con cuerpo de estibadores de película de los años cincuenta. Con un traje parecerían fornidos gansterns y creo que podrían llevarme bajo el brazo como el que carga una barra de pan. 
Dublín es pequeño, es una de esas ciudades que se terminan. Caminas por una calle y, de repente, ves campo. Es tan pequeña que el plano turístico que te dan parecen haberlo hecho para impresionar, lo que en el plano parece estar a una distancia considerable se convierte en un «¿ya hemos llegado»? cuando coges una bici y te pones a pedalear. 
En Dublín las puertas son de colores y eso me ha parecido maravilloso. ¿Qué criterio sigues para pintar tu puerta de rosa, verde, azul o morado? Las casas se parecen todas y es, quizás, por eso por lo que las puertas brillan para saber cual es la tuya. 
En Dublín en cuanto te paras en una esquina con cara de despistado se te acercan cuatro o cinco personas para ofrecerse a ayudarte. Parecen desilusionados cuando les contestas que no hace falta, que sabes dónde estás y a dónde vas. 
En Dublín todo está húmedo por defecto. De partida, su estado vital es mojado y creo que por eso motivo parecen inmunes a la lluvia. El viernes de madrugada, al salir del concierto de Eddie Veder en un estado de euforia rayando el amor verdadero jarreaba en Dublin. Nosotros llevábamos jersey, calcetines, zapatillas y ¡tachan! chubasquero. Los irlandeses, por contra, miraban la lluvia consternados y sorprendidos «It´s raining» decían ellas en sandalias de tiras y ellos en pantalón corto. ¿En serio les sorprende que llueva en Dublín a las mil de la noche cuando llevaba todo el día cubierto de nubes grises? Fascinante negación de la realidad la suya. Tras observarlos atentamente he elucubrado la teoría de que por alguna extraña razón, los irlandeses tienen arraigado en su Adn más primigenio querencias de nuestros ancestros africanos y, a pesar de llevar milenios viviendo en una isla en la que jarrea sin cesar, cuando llega el mes de junio se quitan los calcetines, se ponen pantalones cortos y van en sandalias aunque haga 12 grados y jarree a cántaros. He comprobado también que según van haciéndose mayores y a base, supongo, de superar media docena de pulmonías en la edad adulta, a partir de los cincuenta años se visten de acuerdo con el tiempo que hace. Eso sí, les puede el amor a las sandalias de brillis aunque sean para pisar charcos. 
En Dublín hay pocos árboles en las calles pero muchos parques muy verdes, paseando por ellos y admirando sus praderas perfectas que invitan a tumbarte a retorzar, mi absurda mente se iba a Asterix en Gran Bretaña «Creo que con 2.000 años más de cuidados esmerados, el césped estará aceptable» 
A Dublín he ido a ver a Eddie Vedder y ha merecido la pena. Fue una noche mágica en un sitio de conciertos estupendo y hubiera sido muchísimo mejor si los irlandeses no bebieran como auténticas máquinas de succionar. Un ejército de curris alcohólicos yendo y viniendo a por cervezas continuamente, como lemmings hipnotizados mientras Eddie y Glen cantaban y me ponían los pelos de punta. Yo no bebí nada, cuando voy a un concierto me concentro tanto que no tengo ninguna necesidad fisiológica; suspendo el hambre, la sed, la necesidad e ir al baño, todo, estoy a lo que estoy y más con Eddie. Es bajito, canijo al lado de los irlandeses estibadores, y toca la guitarra regularmente, pero qué voz, madre mía, qué voz. Hay hombres con voces para el sexo y Eddie tiene una de esas. No hace falta ni que me toque. 
Paseando en bici por Dublin, descubriendo sus callejas que casi parecen decorados abandonados de televisión, haciendo fotos a sus mil puertas de colores, entrando en los pubs a comprobar que los irlandeses salen a ligar sin disimulos, visitando la impresionante cárcel, descubriendo graffitis callejeros o los retratos de Lucien Freud en una exposición en la que estábamos solos, paseando por el Trinity College he recordado a aquel chaval irlandés de nombre impronunciable que me dio mi primer beso. Quizás ahora haya crecido, quizás lleve sandalias cuando llueve a cántaros y quizás se acuerde de mí y mi camiseta llena de arena cuando oye hablar de España. 

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