Revista Comunicación

duchamp, el ajedrecista (II)

Publicado el 02 febrero 2017 por Libretachatarra
libreta de notas
En 1918 los EE.UU. entraron en la Primera Guerra Mundial. Para evitar ser llamado al frente, Duchamp se trasladó a Argentina, un país neutral, donde estuvo seis meses jugando al ajedrez día tras día. Fue en Buenos Aires donde empezó a dedicarse al ajedrez en serio. Cansado de la pintura, vio en el ajedrez un campo diferente donde podía extender sus conceptos artísticos. Duchamp, un adelantado de su época, comprendió que las percepciones se conforman en el cerebro. Que el mundo que percibimos es una ilusión que se desmenuza en la retina y se recrea en el cerebro, en una experiencia personal. Y vio que la dinámica del ajedrez a partir de una posición, es capaz de producir una experiencia artística de forma íntima y directamente abstracta, sin pasar por las formas y colores que construye la retina del ojo al contemplar una obra plástica.
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Es muy significativo que Duchamp entrara en el mundo del ajedrez como artista. Afirmó que en el ajedrez debía encontrarse el arte. Su interés por el ajedrez consistió en una actividad puramente artística. Aunque en una entrevista por la radio de la BBC, Duchamp afirmó que «el aspecto competitivo del ajedrez no tiene importancia», lo cierto es que terminó jugando ajedrez en la alta competición.
Duchamp describió tres niveles artísticos o estéticos sobre el ajedrez. En primer lugar, la estética de las piezas y el tablero. En segundo lugar, el movimiento abstracto de las piezas a través del “espacio intelectual”. Y por último, la expresión emocional que surge del ajedrez. Trataremos estos tres niveles artísticos del ajedrez según Duchamp a continuación.
El primer nivel de estética del ajedrez descrito por Duchamp consiste en la impresión visual inmediata de las piezas sobre el tablero. Esto incluye la matriz de escaques, la forma de las piezas, y la variedad de patrones visuales que pueden conformar las posiciones sobre el tablero.
En este sentido, Duchamp contribuyó con el diseño de un juego de ajedrez, el set de piezas “Buenos Aires”, creado en 1918 cuando residió en Argentina. Él mismo torneó las piezas de madera, exceptuando los caballos que fueron encargados a un artesano argentino.
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También diseñó y mandó fabricar un juego de sellos de goma, que utilizó para dibujar los diagramas de sus partidas por correspondencia que habitualmente jugaba con el americano Walter Arensberg, coleccionista de arte, crítico y poeta.
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En este análisis manuscrito de 1919, donde utilizó sus propios sellos de goma, Duchamp, que jugaba con blancas, anota una secuencia en la columna izquierda. (Dado que la notación utilizada puede resultarnos confusa, la he traducido a notación algebraica).
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«1.Cxf7 Rxf7 2.Dh5 Cde7 3.Ce2 Cf5 4.Cf4 Dg5 5.Dxg5 hxg5 6.Cxg6 Cxd4 7.Axg5, obteniendo un peón de más. Si 6…Rxg6 7.g4 y las blancas ganan pieza, Pero yo perdí la partida!»
Y comenta en la columna derecha:
«Posición de una partida contra un fuerte jugador de aquí. Esta partida la perdí a continuación, pero algunos golpes que di son una prueba de mi progreso y de mi placer de jugar en serio! La posición se dio después de …h6»
Años después, en 1943 diseñaría un ajedrez de bolsillo con piezas de plástico provistas de unos apéndices que las mantenían sujetas al tablero.
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En una entrevista, Duchamp reflexiona sobre el segundo nivel artístico del ajedrez: el movimiento abstracto de las piezas en la mente:
«El juego de ajedrez es algo visual y plástico, y si no es geométrico en el sentido estático de la palabra, es mecánico, ya que se mueve, es un dibujo, es una realidad mecánica. Las piezas no son agradables en sí mismas, como tampoco lo es la forma del juego, pero lo que es hermoso es el movimiento. No se trata del movimiento mecánico de la forma, como podría ser por ejemplo, una obra de Calder. En el ajedrez, hay cosas muy hermosas en el dominio del movimiento, pero no en el dominio visual. Es la imaginación del movimiento lo que produce belleza»
Y más adelante continúa:
«El ajedrez es mecánico en el sentido de que las piezas se mueven, interactúan, se destruyen entre sí, y están en constante movimiento. Y eso es lo que me atrae. Figuras de ajedrez colocadas en una posición pasiva no tienen demasiado atractivo visual o estético. Son los posibles movimientos que se pueden jugar en esa posición que hace que sea más o menos bella»
Es decir, el arte o la belleza del ajedrez que Duchamp concibe, es el movimiento de las piezas dentro de su mente. Jugar una partida de ajedrez es como diseñar algo o construir un mecanismo por el cual se vive una experiencia personal.
En cuanto al tercer nivel artístico del ajedrez según Duchamp, la expresión emocional que surge ajedrez, la puso en práctica en su forma de jugar cuando se convirtió en ajedrecista profesional. El Maestro americano Edward Lasker afirmó que el interés de Duchamp en la belleza del ajedrez tuvo efectos profundos en su estilo de juego. Sus preocupaciones estéticas tuvieron consecuencias sobre los resultados, conduciéndole a muchas derrotas en torneos de élite en los que participó.
Duchamp reflexiona en torno a la contradicción que existe entre la libertad y la restricción de las reglas dentro del ajedrez:
«El ajedrez es un pedazo maravilloso del cartesianismo. Tal es su carácter imaginativo, que ni siquiera parece cartesiano al principio. Las hermosas combinaciones que los ajedrecistas inventan -No se ve venir, pero después no hay ningún misterio- terminan en una conclusión de lógica pura».
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Veamos su tránsito como ajedrecista profesional durante más de una década. Su primer encuentro con un rival de alto nivel ocurrió 1922. José Raúl Capablanca, quien sería campeón del mundo cinco años más tarde, llegaba a New York. Durante su estancia, jugó unas simultáneas en el Marshall Chess Club. Uno de los veinticuatro oponentes fue Marcel Duchamp. Capablanca ganó veinte de las partidas, incluida la de Duchamp.
Un año más tarde, a los 36 años, empezó su carrera como ajedrecista en torneos profesionales. Por esta época, los críticos e historiadores de arte empezaron a perderle la pista. El hombre cuya obra artística ejercía una fuerte influencia en la evolución de los movimientos artísticos del siglo XX, estaba desaparecido. Un crítico de arte citó, en el “Time” de Londres, que el pintor había encontrado en el ajedrez una forma inmaterial de expresión artística, o dicho de otra manera, un medio para manifestar el pensamiento en toda su pureza. Durante doce años, Duchamp dejó de ser artista activo y se dedicó casi exclusivamente al ajedrez. Sin embargo, no renunció a sus contactos con amistades artísticas y literarias.
Aunque no llegaría a un nivel de ajedrez equivalente al resto de su arte, llegó a ser un muy buen ajedrecista y compitió en torneos al lado de los mejores jugadores del mundo. Se dedicó al ajedrez con un estilo muy influenciado por Aaron Nimzowitsch, el padre del ajedrez hipermoderno. Raymond Keene, uno de los principales estudiosos del ajedrez de Duchamp, en un largo ensayo titulado Marcel Duchamp: The Chess Mind, trata de establecer nexos entre el nacimiento del hipermodernismo en ajedrez y el movimiento artístico dadaísta (el ajedrez hipermoderno, a primera vista puede parecer absurdo e ilógico, muy en línea con la obra de Duchamp).
En 1923 Duchamp regresó a Europa y se instaló en Bruselas. Allí se inscribió en un club y pasó los cuatro meses siguientes jugando al ajedrez a diario. Este año se celebró el Torneo de Bruselas, en el cual Duchamp tuvo un brillante debut en la competición internacional. Ganó siete puntos y medio sobre diez frente a contrincantes con experiencia y terminó en tercer lugar.
En 1924 se consolidó como ajedrecista de élite. Jugó otra vez en el Torneo de Bruselas, acabó cuarto y fue invitado a incorporarse al equipo nacional de Francia, que participaría en la primera Olimpiada de ajedrez, un torneo organizado para coincidir con los Juegos Olímpicos que se iban a celebrar en París.
Al final del verano jugó el campeonato de Francia en Estrasburgo. El campeonato de Francia, que determina el mejor jugador francés, todavía se juega anualmente. Duchamp participaría también en las ediciones de los siguientes años de este campeonato.
En septiembre de 1924 resultó vencedor del torneo de Ruán, consiguiendo el título de campeón de la Alta Normandía. En el Bulletin de la fedération française des échecs, aparece un artículo donde se comentan los méritos de Duchamp, su solidez, la profundidad de su juego y las cualidades que hacían de él un contrincante formidable.
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En su nueva vida como como profesional del ajedrez, no perdió contacto con sus amistades artísticas. A finales de 1924 Duchamp participó en la película surrealista Entr’acte, una obra de Picabia y Rene Clair, con la música compuesta por Erik Satie. En una escena filmada en el tejado del Théâtre des Champs Eysées se muestra a Ray y Duchamp sentados al borde del tejado jugando al ajedrez hasta que, de pronto, un chorro de agua barre todas las piezas del tablero.
Duchamp diseñó el cartel del el campeonato de Francia de 1925, en el cual también participó. Acabó en sexto lugar, pero estuvo cerca de vencer al campeón, Robert Crepeaux en una partida que tenía ganada.
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En 1927 se casó con Lydie Sarrazin, hija de un rico industrial. Durante la luna de miel en el sur de Francia, después de la cena solía escaparse a Niza en autobús para jugar en un club de ajedrez hasta altas horas. Tocaba más a las piezas que a su mujer. Una noche, cuando regresó, no fue a la cama de inmediato sino que se puso a analizar la posición de una partida que acababa de jugar. A primera hora de la mañana, Marcel se dirigió al tablero para hacer un movimiento que había pensado durante la noche, pero las piezas no se movían. Lydie se había levantado antes y había encolado las piezas sobre el tablero. A Duchamp no le hizo ninguna gracia y el matrimonio acabó en divorcio a los pocos meses. Este mismo año participó de nuevo en el Campeonato de ajedrez de Francia, en Chamonix, terminando séptimo en la clasificación.
En 1928 ganó varios torneos, entre ellos el torneo de Hyères, el el cual se le concedió el premio a la partida más brillante.
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En 1929, en el Tournoi International de París (…) participaron los mejores jugadores del mundo, entre ellos Savielly Tartakower (ganador del torneo) con quien Duchamp consiguió unas tablas.
Duchamp participó en varios campeonatos internacionales como miembro del equipo de ajedrez de Francia, cuyo capitán, Alexánder Alekhine (exiliado en Francia), había conseguido arrebatar el título de campeón mundial a Capablanca en 1927.
En el Torneo Internacional de París de 1930, jugó contra los mejores ajedrecistas del momento. Terminó último, pero logró tablas con Tartakower y con Koltanowski.
Este mismo año participó en las Olimpiadas de Ajedrez en Hamburgo. El día del encuentro Francia-EEUU, el campeón del mundo Alexánder Alekhine, se encontraba indispuesto, de modo que Duchamp tuvo que defender el primer tablero ante Frank Marshall, uno de los mejores jugadores de su época, con quien consiguió unas tablas.
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Duckhamp llegaría a enfrentarse a otros grandes jugadores como Edgar Colle, Géza Maróczy, Jacques Mieses, o Andre Lilienthal.
Su último torneo importante lo jugó en 1933 con la selección francesa en las Olimpiadas de ajedrez en Folkestone.
Chessmetrics (sitio que evalúa la fuerza ajedrecista de jugadores en toda la historia del ajedrez en base a cálculos estadísticos y otras técnicas) calculó que Duchamp llegó a alcanzar los 2455 ELO en 1929.
Duchamp fue alejándose cada vez más del deporte de competición, haciendo del ajedrez una actividad más íntima y contemplativa. Sin embargo, todavía a mediados de los años treinta, se convertiría en el vencedor de la Primera Olimpiada Internacional de Ajedrez por Correspondencia. Su amigo Jules Roché lo recuerda «con la pipa, hundido en su sillón, enfrascado en cuatro partidas de ajedrez por correspondencia, resolviendo sus movimientos en cuatro grandes tableros de ajedrez verticales fijados a las paredes».
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PAU PASCAL
“Peón come a Duchamp”
(libro de notas: viaje al ajedrez, 10.11.13)


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