La forma más ilustrativa para interpretar la huelga general del día 20 de junio es la de un duelo a sable entre los sindicatos y el Gobierno del PP en el que lo más importante no es saber quién tiene razón, sino quién va a morir desangrado y quién sobrevivirá.
Hay ministros que recomiendan evitar el combate cambiando secretamente la Cumbre Europea de Sevilla del día siguiente, el 21, por otra ciudad, pero Aznar parece encorajinado; y para mayor bravata, ha convocado un consejo de ministros de Finanzas de la UE, en Madrid, coincidiendo con la huelga general.
Ansiosos por triunfar, los sindicatos preparan a sus contundentes piquetes y quieren que el día 21 los políticos europeos no tengan ni siquiera camareros que los atiendan, lo que para Aznar es una provocación intolerable que deberá ser castigada.
Los sindicatos esperan triunfar con mínimos servicios mínimos y con piquetes que recorrerán España el 20, e intentarán deslucir los fastos sevillanos del 21 con huelgas parciales, grandes manifestaciones y acciones antiglobalización.
Le estropearán a Aznar sus días de gloria; pero el presidente responderá con una tremenda ley de huelga, para la que tiene una cómoda mayoría parlamentaria.
Con ella, tratará de prohibir la actuación futura de piquetes intimidatorios, dejará de subvencionar a 200.000 sindicalistas liberados y retirará gran parte de los 250 millones de euros anuales con los que el Gobierno sostiene a los sindicatos.
Aznar es implacable y no tendrá piedad en este duelo a muerte.