A pesar de ser probablemente la sueca más friolera del mundo, diciembre es mi mes.
Con un tronco de encina dando calor en la chimenea, velas encendidas y los calcetines gordos de lana puestos bebo una taza de té calentito con miel y canela mientras anoto rimas para los regalos que tengo escondidos en el fondo de mi armario.
Me lleno de recuerdos de mi vida y de vidas anteriores a través de las tradiciones. Hecho mucho de menos pero intento llenar ese vacío con los pequeños detalles que, de alguna manera, mantienen presentes los detalles y las personas que no están pero deberían estar conmigo.
Deseo traspasar esta sensación calurosa y, de cierto modo, mágica a mis hijos… este diciembre y siempre…