Las Crónicas Bárbaras comenzaron a publicarse en numerosos periódicos en 2001 y en este blog, además, en noviembre de 2004.
Hoy es 6 de agosto de 2021. Han pasado 16 años desde la misma fecha de 2005, que he elegido como recordatorio y revisión de lo que escribía entonces. Trataré de reproducir cada día mi crónica de hace esos años, así que mañana será la del día 7 de agosto de 2005, y así sucesivamente.
Algo que caracterizaba las Crónicas Bárbaras era su continuidad diaria sin descanso hasta la primavera de 2019, cuando felices circunstancias familiares y el hastío por los engaños y traiciones que se veían venir con el sanchismo me dijeron que debería decirle un adiós provisional, que se hizo definitivo, a los muchos seguidores de las Crónicas.
Quien esté interesado en comparar la España de entonces según este cronista con la de ahora, aparte de disponer en el archivo del blog de todas estas historias, puede seguirlas a partir de hoy pensando en la España de hace 16 años.
Se que algunas crónicas podrán quizás avergonzarme, pero otras, espero que la mayoría, sean tan interesantes como entonces y sirvan para ese recuerdo y comparación.
Después de los atentados del 11M de 2004 gobernaba José Luis Rodríguez Zapatero, un "rojo" nieto, en efecto, de un rojo, pero también de un franquista y yerno de otro franquista. Pero guerracivilista con su Ley de Memoria Histórica que llegaría más tarde, y que comenzaría a romper el consenso de la paz de la Constitución de 1978.
Mis crónicas deben leerse como las del hijo de un represaliado por el franquismo durante la década de 1940, que antes había estado ante los pelotones de fusilamiento franquistas dos veces, y que sin embargo nos enseñó a sus hijos a no sentir odio ni resquemor contra los que tanto daño le habían hecho. Ese carácter creó en mí el rechazo a los guerracivilistas, aunque fueran ideológicamente cercanos a lo que había sido mi padre, un hombre bueno, generoso, íntegro y admirado finalmente hasta por quienes lo habían perseguido.
Siento no tener su carácter. Fui militante del PSOE durante muchos años, y lo dejé hace varias décadas asqueado por su creciente corrupción. Por eso ya no soportaba ni disculpaba al hipócrita, indeseable y bobalicón Zapatero, como tampoco al ambicioso, inmoral y cínico Sánchez, al que considero alumno de Mussolini y califico de Mussolini II.
Aquí termina este preámbulo. Vayamos a la crónica de aquel 6 de agosto de 2005.
DULCE INFANCIA
Hay quien no quiere respetar a Zapatero porque, al contrario que el seco y soberbio expresidente Aznar, se expresa con onomatopeyas infantiles.Recuérdese como narró la muerte de once personas en el incendio de Guadalajara: “Entraron en una zona de riesgo, vino una racha de viento y... ¡plafff!”. Así es como explican los niños el golpe que alguien se da, o cuando Zipi y Zape, los primeros ZP, se estrellan contra una pared: una imitación de los sonidos clarificadora del carácter del narrador.Sus críticos quieren demostrar que el presidente es infantiloide y que sus decisiones sobre asuntos fundamentales obedecen a ese carácter.
Imaginemos que fuera así: tampoco sería tan malo que nos gobernara un potrillo o un Bambi nervioso tras ocho años de un señor de bigote, serio, solemne, irritable y prosopopéyico.
España sobrevivió al severo y lúgubre Felipe II, y también puede resistir el atolondramiento del Rey Pasmado creado por Torrente Ballester.
ZP consulta cosas de Estado con sus hijas, se balancea como los niños cuando van a examinarse o competir, y una vez, en la catedral de Santiago, en una ceremonia, picó con chincha-rabia a Fraga Iribarne diciéndole inesperadamente: “Pues, ¡hale!, la catedral de León es más bonita”.
En Singapur, cuando se presentaban las candidaturas olímpicas de 2012, Florentino Pérez le explicó que en unos anuncios por la ciudad aparecían París, Londres, Nueva York, Moscú y... no Madrid, sino Real Madrid. Y ZP contestó con su chincha-rabia: “Pues yo tengo una camiseta de Ronaldinho”.
Quizás sea bueno depender de niños que nos devuelven a la inocencia de nuestros primeros juegos, a competir por escupir más lejos, a la pasión por ser los primeros en las menudencias, a la necesidad de hacerle chincha-rabia a los otros niños. A la inconsciencia de quien lo destruye todo alegremente, sin remordimiento alguno y sin medir el alcance de los daños ocasionados. Dulce infancia, añorada infancia.