Revista En Femenino
Yo tengo tres hijos, ya lo sabéis. Y cada uno es diferente al resto, pero a los tres los quiero con locura. Por sus individualidades, precisamente, es por lo que los quiero más. Cada uno está en una etapa diferente, y tiene caracteres distintos, así que sus exigencias en cuanto a mí, también cambian. El de 10 "sufre" no muy en silencio lo que se está manifestando como una especie de infierno en la tierra: la preadolescencia. El mediano, un desdoblamiento de personalidad de lo más acusado: ángel en casa, diablillo en el cole. Y la pequeña....por el momento sólo os puedo decir que, además de estar como las cabras y ser una mandona, disfrutamos jugando a peluqueras, usando coronas de princesa y todo aquello que los dos chicos no han querido compartir conmigo.Además, los tres disfrutan de vez en cuando de guerras: las que se montan entre ellos a pelea limpia cada 10 minutos (esto es mío no-no ahora lo tengo yo-es injusto, así, en bucle) o jugando a las guerras de cocinitas. ¿Qué es? Pues dicen que van a jugar a Master Chef, pero a los 5 minutos ya están jugando dos de ellos a batallas con los cuchillitos....En fin, dejemos que desarrollen su creatividad, ¿no?El otro día, en Gestionando Hijos, Carles Capdevila dijo que no había ningún truco para educar. Esto me provocó sentimientos encontrados. Por una parte pensé "Uf, qué alivio" porque lo que menos me gusta es escuchar a una de esas personas que, como dice mi madre, todo lo saben y todo lo entienden. No me gustan los gurús, y menos los que parece que se elevan a las alturas mientras hablan. Pero a la vez, pensé "¿Entonces qué vienes a enseñarnos tú aquí?". Hasta que continuó diciendo: "para poder educar a tus hijos tienes que conocerlos". Y ahí ya me ganó del todo. Tú puedes hacerte mil planes, puedes jurar que les comprarás muñecas a los niños y balones a las niñas, y descubrir que tu hijo adora jugar con muñecas Barbie....efectivamente, son las víctimas perfectas cuando se trata de desmembrarlas en una batalla del Fuerte Comansi. Y puedes decirle a tu hija que juegue con sus hermanos a los playmobil, pero mientras ellos recrean cualquier tipo de incursión en la selva y son atacados por animales salvajes, su click se dedica a jugar a los bebés cuidando a Peppa Pig. En fin, que nunca salen las cosas como planificas. Y, es más, lo que funciona con uno, no tiene ningún resultado con otro. Ya no es sólo una cuestión de edad, si no también de intereses. Y eso no se ve el día que nacen. Al menos para mí, está siendo fascinante descubrir sus personalidades a medida que van creciendo. Y lo mismo me pasa a mí: a lo largo de estos 10 años como madre, he ido cambiando. Ya no hablo sólo de que haya desarrollado una paciencia desconocida hasta el momento, o de que sobreviva durmiendo menos en un mes de lo que antes dormía en una semana. Estos años, en los que ellos han crecido, yo también he crecido, he madurado (gracias a Dios) y disfruto más de ellos, y ellos de mí.Pero lo que sí es cierto, y cada año lo compruebo, es que, por más que yo crea que me voy endureciendo con esto de la experiencia maternal, hay un momento del año en el que vuelvo a mis orígenes y, cual Gremlim bajo el agua, me convierto en una persona irreconocible: las actuaciones escolares de Navidad. Da igual que el niño no sea mío, no importa que no conozca a ninguno de los actores. Ni siquiera importa si cantan bien o no, o si lo veo en la tv, en directo o es en la radio. No lo puedo evitar y termino echando la lagrimilla (o lagrimón ). No sé qué tienen esas vocecitas que desentonan cuando agudas suben y se oye un "filiiiiiiiiz navidazzzzzzzz" o "paaaaaaaaaz a todoooooooos". Pero me dejan hecha polvo. ¿Serán las campanitas de fondo? ¿tendré algún tipo de trauma? No lo sé, pero tengo que hacérmelo mirar. Por el momento, y tras los mocos provocados por la actuación del mediano de este año (por supuesto el mas guapo y el que mejor bailaba), tengo que retirarme y hacer acopio de fuerzas, que todavía estamos empezando y queda mucha navidad (y muchas campanitas y agudos angelitos) por delante.