Revista Coaching

Durante una semana, decidí tener sexo con mi novio cuando él quisiera — ésto es lo que pasó

Por Kheldar @KheldarArainai

Empezó con el porno. Hemos visto porno juntos a veces, más por su gusto que por el mío, pero da igual… Fue más o menos excitante. A ver, el porno es raro, nada sexy e incluso algo deprimente si le das muchas vueltas o pones demasiada atención en ello; pero si encuentras una buena y atiendes únicamente al comienzo, te puede hacer bien. Es como ver una peli de miedo: mientras entras en tensión sube tu ritmo cardiaco, aun sabiendo que es falsa. Dado el estímulo, tu cuerpo no puede evitar producir una reacción física.

En fin, hemos visto porno juntos alguna vez y sé que él suele verlo a solas. No soy la clase de “chica guay” que está totalmente de acuerdo con que su novio vea porno, pero sabía de antemano que esa es una batalla perdida… Y una que tendría mal final para cualquiera de nosotros. Así que preferí aprovecharlo como algo que nos uniese. Un día, relajada con algo de ayuda del par de tragos con hielo que tomamos en su balcón, viendo las luces de la ciudad encenderse y apagarse — el ciclo de vida metropolitano completo en una noche — le pregunté qué le gustaba sobre el porno, y si acaso tener acceso a mí o a cualquier otra mujer del mundo (incluso las mejores, le dije) no sería mejor, idealmente.

Su respuesta me dejó chocada: no era un asunto de calidad o cantidad, sino de disponibilidad. Conmigo (y me ama con locura, me aclaró) tenía que impresionarme constantemente. El sexo nunca era algo asegurado, y esa es una diferencia biológica entre hombres y mujeres. Él intentaba en todo momento conseguir que yo piense en él como un ser sexual, e iniciar un acto sexual… E incluso mi libido por encima de lo habitual en una mujer no podía seguir el ritmo de sus deseos. Por muy amante y abierta y segura que fuese yo hacia él, todavía estaba recibiendo rechazos por mi parte en este sentido, a menudo (e incluso con mayor frecuencia si él fuese honesto acerca de todas las veces que él quería sexo).

Así fue como ver porno cobró un sentido para mí que no tuvo jamás hasta ese momento. La fantasía, el auténtico deseo, es un mundo libre del rechazo; libre de la gastada figura del hombre que quiere sexo más que su mujer. Me sentí mal por ello, siendo honesta. Por mucho que yo le quiera, ¿por qué ha tenido que sufrir la sensación de que en cierta manera él no era suficiente?

Por personalidad soy una maximizadora. La clase de chica que hace listas de tareas y de esas que desglosan sus propósitos de Año Nuevo en “ítems de acción”. Así que me tomé esta especie de desequilibrio en nuestra vida sexual como un desafío: ¿qué clase de sistema podríamos implementar que funcionase para ambos?

Lo primero que había que hacer era cambiar de posición. Si nuestra vida sexual estaba funcionando únicamente desde el lugar de Adrienne (el mío), hacía falta llevarla al lugar de mi pareja… Al menos para ver cómo podría ser. Entonces, decidimos hacer eso mismo durante toda una semana: nuestra relación seguiría su frecuencia biológica en vez de la mía. Podría intentar cualquier cosa durante una semana. Mi novio se cuidó demasiado de mostrar su emoción, como si yo fuese a cambiar de idea si se le veía demasiado entusiasmado con este asunto.

Empezamos el lunes con sexo mañanero antes de que se fuese a trabajar. Yo me he acostumbrado a pasar la noche en su casa (es mejor que la mía, aunque menos hogareña — y soy escritora, con lo que no tengo que levantarme y vestirme cuando amanece, como le ocurre a él). Normalmente me deja dormir y le hablo desde mi duermevela mientras él se prepara, sin llegar a despertarme realmente. Pero hoy era el primer día de la Semana del Sexo-A-Su-Manera, y desperté con su aliento en mi nuca y su mano recorriendo mi pierna, rozando los boy-cut panties que me puse para dormir y bajando de nuevo. Estaba listo para comenzar.

Le abrí mis piernas inmediatamente. Había algo liberador en esto de tener la decisión ya tomada. Iba a tener sexo con él, con lo que estaba necesariamente “de humor” porque yo ya había decidido que lo estaría. Para una maximizadora híper-analítica como yo, tomar decisiones viene a ser un esfuerzo agotador, y saber que esta ya estaba tomada me pareció relajante y lujoso. Como el sexo mañanero. Le hice llegar 45 minutos tarde al trabajo. Él echó la culpa a un despertador defectuoso.

Me eché una siesta al terminar, y desperté con varios mensajes suyos esperándome en el móvil. Extraño, ya que habíamos estado juntos hace apenas unas horas.

Esta mañana ha sido tan ardiente… No aguanto las ganas de más.

El segundo fue más contundente que halagador:

Quédate en la cama. Volveré a casa para comer juntos.

Me reí. Esto era parte de una fantasía que tiene sobre mi plan diario. Cuando empezamos a salir él pensaba que, al ser escritora freelance, podía estar siempre disponible para él. Me hablaba de quedar para comer juntos — de venir a casa para darnos un poco de caña y dejarme allí desnuda mientras él regresaba al trabajo. Le hice conocer la odiosa realidad de los plazos de entrega y las horas de concentración ininterrumpida que requiere producir contenidos realmente buenos. Lo entendió, pero fue como decirle a un niño que no existen los Reyes Magos. Hoy sería su redención.

Tengo que admitirlo: fue muy caliente volver a sus sábanas, olerle allí mientras esperaba que volviese — que me mandase no vestirme. Era la clase de cosa con la que normalmente me tocaría yo misma pensando que son sus manos y no las mías… Pero iba a tardar tan poco en venir que no lo hice; preferí esperarle y le solté mi sonrisa de gato-que-ha-pillado-al-ratón, mientras él entraba desabrochando ya su cinturón. Estaba mojada para él, más de lo habitual — sin duda debido a la espera. Él se sentía todo un semental, podría asegurarlo, mientras gateaba por la cama hacia él, desnuda todavía desde esta mañana, y le montaba. Le cabalgué sin desabrochar siquiera su camisa de color azul claro. Me preguntaba si olería a mí el resto del día.

No regresé a casa cuando él volvió al trabajo. Normalmente me habría marchado hace bastante rato, llegado a casa para ducharme y tragarme varias horas de trabajo en la cafetería de la esquina. Usé su ducha y no me molesté en vestirme; sencillamente me envolví con su camiseta mientras me sentaba ante su mucho mejor ordenador. Tendría que ahorrar tiempo como fuese, y lo más probable era que él me desnudaría nada más llegar a casa (de hecho, así lo hizo).

El martes por la mañana le dije que iría a casa y a trabajar, y que le haría la cena esta noche si quería pasarse. Quería mantener mi promesa, pero también tenía que cumplir con mis obligaciones… Así que supuse que el aliciente añadido de una cena casera bastaría para contentarle durante el día. Hice una lasaña, para poder tener tiempo suficiente para prepararme después de cocinar. Me duché y me puse perfume en todos sus lugares favoritos. Me vestí con lencería en vez de con ropa, y entonces, cuando me escribió que estaba saliendo del trabajo, probé algo estúpido que leí en la Cosmo una vez. Estaba más o menos inapetente de sexo y necesitaba arrancar motores de nuevo, así que puse música relajante y me tumbé en la cama. Sin intentar correrme ni nada distinto a relajarme, puse mi vibrador dentro de mí pensando en él — repito, nada demasiado intenso, únicamente algo así como abrirme a lo que pasaría esa noche. Por forzado y robótico que pudiera esto parecer al principio, cuando lo dejé y me levanté a servir el vino para la cena, estaba de un humor completamente diferente. Ya no estaba cansada. Estaba deseosa. Su llamada en la puerta era una promesa, en vez de una obligación.

Le besé con lengua en el mismo rellano, sorprendiéndome incluso a mí misma con mi negativa a esperar a subir las escaleras siquiera, antes de tocarle. Ya estaba lista, ya le quería. Y él, a cambio, se excitó por mi repentino y elevado interés. Quería sentir su peso contra mí, y puse mis manos en la parte baja de su espalda para acercarle más. Sentí sus vaqueros rozar la vaporosa tela de mi negligé. Me giré, por fin, para llevarle escaleras arriba hacia mi cocina y sentí sus manos agarrando mi culo de lleno. Casi no pude seguir andando, la sensación de necesitarle dentro de mí se duplicó al tocarme así. Mientras comíamos, sus manos jamás dejaron de tocarme — acariciaba mi cadera, me acercaba hacia él rodeando mis hombros, apartaba el pelo de mi cara. Fue, curiosamente, una cena increíblemente romántica que los dos prolongábamos porque la tensión que se estaba formando entre nosotros resultaba un juego realmente entretenido. Cada roce se estaba haciendo insoportable.

Tras la cena no fuimos al sofá ni fingimos que haríamos alguna otra cosa durante un rato. Fuimos directos a mi dormitorio. Nos besamos como no lo habíamos hecho nunca — largos, lentos, húmedos y profundos besos, como los de cuando éramos adolescentes. Él me llevó a la cama y me tumbó bajo su cuerpo, besando mi clavícula y murmurando naderías dulces entre jadeos. Deslizó un dedo dentro de mí y mantuvo su rostro sobre el mío, observando mi reacción. Amando mi reacción. Me dijo que era bellísima, que le encantó verme responder a su contacto. Mi respuesta hacia él.

Su confianza en este punto era embriagadora. Sabía que me prestaría a cualquier cosa que él me ofreciese, y en vez de convertirle en un tirano avaricioso, eso pareció relajarle. Logró abrirle. Me sentí más cerca de él que nunca antes.

Cuando me acercó al borde de la cama y me penetró, fue un gesto más lento y lleno de deseo de lo normal. No iba a ser sexo rutinario. Estábamos teniendo sexo de vacaciones un martes por la noche. Cogió una almohada y, obediente, levanté mis caderas para que pudiera ponerla bajo mis caderas y volver a entrar en mí, más profundo ahora. Él puso sus antebrazos cerca de mis hombros mientras se inclinaba sobre mí, maximizando nuestro contacto de piel con piel.

Convencido ahora de que esta sesión de sexo sería placentera y sin prisas, salió de mí y se recostó. Movió su lengua sobre mi clítoris, mientras yo no podía evitar cerrar los ojos y retorcerme ante él. Me preguntaba si podría notar su propio sabor en mí.

Su dedo volvió a entrar en mí. Caracoleaba por dentro, sintiendo toda mi amplitud mientras me besaba y me frotaba por fuera. Me estimulaba de todas las formas posibles a la vez, como un experto. Cada zona erógena echaba chispas. Me escuché rogarle que follásemos antes de darme cuenta siquiera de que eso era lo que quería — y así volvió a estar encima de mí otra vez, penetrándome como le pedí, como necesitaba, llevándome más allá del límite.

Por una vez, me corrí antes que él — fue una cálida y vertiginosa ola que salió rugiendo de mí.

Él se corrió después, catapultado hacia ello por mis espasmos alrededor de su miembro. Pude sentir su calor dentro de mí y su respiración, finalmente, relajarse. Tumbada de lado junto a mi ahíto compañero, no podía creer que aún quedaban cinco días de esto.

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La entrada original fue escrita por Adrienne West… Una mujer con imaginación y dispuesta a usarla. Tomada de la web Thought Catalog, así como la imagen destacada (que ellos toman de Shutterstock).

Decidí traducir y compartir esta entrada (que en su versión original tiene unas 451.600 visitas) por su semejanza con la vida sentimental que estoy llevando ahora mismo.

No es que sea una vida sobre mí… Sino sobre el intercambio en plenitud, y con (o por) el placer de vernos disfrutar el uno al y del otro, de incentivarnos y de despertar el deseo incluso en los momentos y lugares más insospechados.

Anímate a compartir tus impresiones aquí mientras puedas, antes de que cierre los comentarios. Si te gusta, no dudes en compartir e inspirar a otras personas.

Sergio Melich (Kheldar)
Autor: Sergio Melich (Kheldar)
Pedagogo al 36,5% y subiendo, comunicador y mentor por vocación (y pronto, más). Autor de las webs La Vida es Fluir & Play it Sexy!, Aventurero y Heartist (persona comprometida a vivir, crear y obrar con cabeza, corazón y conciencia). Escribo sobre el Buen Vivir: autoaprendizaje, estilo de vida, habilidades sociales, relaciones y más.


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