En la línea que vengo siguiendo desde hace unos días consistente es describir los errores más frecuentes que se comenten en las tareas asociadas a la gestión de los recursos humanos (captación, retención-desarrollo, desvinculación), hoy hablaré del último y “non grato” apartado: despedir a las personas.
Para que no se me tilde de “frío y despiadado”, aclararé que soy de los que pienso que las personas merecen oportunidades. Todos tenemos nuestro corazoncito y nuestros sentimientos, culpables de cierta inestabilidad emocional (¡¡no somos máquinas!!) cuyas consecuencias a veces trasladamos irremediablemente a nuestra productividad en el trabajo. Por eso, porque somos personas y no máquinas, no se puede despedir a la ligera a quien padece un “bajón”, máxime cuando teniendo en cuenta que esa persona nos mereció toda nuestra confianza cuando la contratamos; hay que hablar con ella, indagar las causas de su mal momento y darle una oportunidad si se la merece (generalmente sí).
Ahora bien, del mismo modo que defiendo que las personas merecen oportunidades, también digo que las oportunidad se dan para aprovecharlas. No puede ser que ayudemos a levantarse a quien se cayó (o se tiró al suelo) y al rato lo volvamos a encontrar otra vez arrastrado. Una vez, y otra, y otra… Todo tiene un límite.
Para mi disertación de hoy recurriré a ese recurso que tanto me gusta: las comparaciones. Imagínese que usted es el conductor de un vehículo que circula sin incidencia por una carretera cualquiera. De repente se pincha una rueda y usted lo nota. Lo que pasa es que, como el vehículo sigue andando y le resulta desagradable parar a cambiarla, decide continuar el camino. Hay una cosa cierta: el vehículo avanza aunque tenga una rueda pinchada, pero no se puede menospreciar el hecho de que, con una rueda sin aire, el “trabajo” para las restantes es mayor y además se gastan más recursos (combustible) para obtener el mismo resultado.
Supongamos ahora que se pincha una segunda rueda y usted hace el mismo planteamiento: como le resulta desagradable cambiarla y el vehículo sigue avanzando, decide seguir el viaje como si nada. Pero, otra vez , más esfuerzo para las que quedan en buen estado y nuevo aumento de gasto en recursos para conseguir la misma velocidad que antes.
Si se pincha una tercera rueda el problema se complica sobremanera; es muy probable que, ahora sí, usted tenga que parar el vehículo. Es cierto que todavía sería posible seguir avanzando, pero con un sobre-esfuerzo nada desdeñable. Una sola rueda sana no suele ser suficiente para llevar el vehículo a la velocidad de antes, y además el consumo de recursos comienza a ser cuantioso. Pero fíjese lo que sucede por haber permitido que la situación llegara a este punto de gravedad: ahora sí que hay que cambiar las ruedas pero sólo llevamos una de repuesto. Hemos comprometido seriamente el viaje debido a nuestra pereza por no poner remedio antes.
Y finalmente, si lo que pinchan son las cuatro ruedas, tarde o temprano el vehículo se detendrá. Es imposible seguir así.
Supongo que no cuesta nada sustituir en su imaginación coche por empresa y rueda por empleado. Una mala gestión de los recursos humanos, manteniendo dentro de la organización personas que no rinden, puede abocar a serios problemas en la empresa. Tan serios que incluso podrían ser la causa del cese de actividad.
Lo que quiero transmitir es que los directivos que gestionan recursos humanos no pueden obviar su tarea de “cambiar las ruedas” cuando se pinchan, por muy desagradable que resulte. Reitero que a las personas hay que darle oportunidades, pero también hay que exigirles que las aprovechen. Si no lo hacen y suponen un lastre para la compañía, lo sensato es reemplazarlas.
Yo siempre defendí que los directivos tienen que tener “pensamiento grupal”; gestionan equipos de personas y deben vigilar siempre el beneficio del grupo, por encima del bienestar de uno de los individuos. Mantener en las organizaciones a personas que suponen un lastre, es ser cómplice del “vago” y castigar con ello a los que sí rinden, que cada vez se sentirán más molestos al observar que un colega no “está a la altura” y encima se lo consienten. Ahí hay una semilla de problemas, que germinará si no la arrancamos a tiempo.
Los directivos que olvidan su deber de gestionar a las personas con eficiencia y creen que su papel es ser el “güay”, el “coleguita” de los trabajadores, suelen tener miedo a segar estas malas hierbas. Apelan a su corazoncito, que todos lo tenemos. Pero olvidan que consentir esas situaciones acabará provocando conflictos entre los integrantes del equipo y sembrando iras y rencillas. Una persona quemada, desmotivada, suele trasladar sentimientos negativos a sus compañeros: busca en ellos su complicidad y justificar sus males. No sería nada extraño que aparecieran más colegas que se sumen a la causa, hasta que llega un momento en el que la situación comienza ya a ser difícil de reconducir (2, 3 ruedas pinchadas).
Por no extenderme más, resumiré lo dicho en estos puntos:
- Gestionar recursos humanos supone saber contratar, saber motivar-desarrollar, y saber desvincular (despedir). Es duro, pero es así. Quien asume esta responsabilidad debe comprender que su puesto conlleva estas tareas.
- Las personas necesitan oportunidades, pero deben aprovecharlas. Quien no lo haga y comience a suponer un lastre para el fin de la empresa, no debe seguir dentro de la misma. No hay derecho a que unos pocos comprometan el futuro de otros muchos.
- Los gestores de recursos humanos deben, en consecuencia, tener pensamiento “grupal”. El beneficio del equipo debe estar por encima del bienestar de sus integrantes, y cuando uno de ellos comienza a ser un problema para los restantes, hay que tomar medidas.
- Obviar esta difícil pero obligatoria tarea puede acabar provocando que la “mala hierba” se expanda y arruine la buena cosecha. Tengámosla bajo control y vigilemos su avance.
Y esto es todo. Confío no entiendan que estoy animando a que se tomen medidas drásticas a la ligera. Pero también les digo que a lo largo de mi vida profesional tuve que trabajar en equipo con personas que no estaban por la labor, y ello, aparte de desagradable, era bastante conflictivo. Los esfuerzos los poníamos unos pocos, pero los méritos se los llevaban todos. Cuando esto sucede una vez no pasa nada. Pero cuando son dos, o tres, o cuatro… a uno se le quitan las ganas de seguir esforzándose para los demás y se replantea muchas cosas. Tomen nota.
Un abrazo
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