Revista Cine
Por su estatura y complexión, Stam no asusta a nadie. Pero entrena todos los días, no se rinde fácilmente y su pegada, por lo que vemos en la pantalla, es como de patada de mula. Ha tenido ya 23 peleas, algunas ganadas, otras perdidas, pero en ninguna se ha echado para atrás. Su familia, por cierto, siempre está presente, apoyando. Más le vale a los papás: con el dinero que gana Stam en las peleas de kickboxing en Tailandia, piensan terminar de construir su modesta casa. Stam, por cierto, pesa solamente 22 kilos, tiene ocho años de edad y -¿no lo había dicho?- es una niña. Buffalo Girls (EU, 2012), opera prima documental de Todd Kellstein -cinta que por estos días está disponible en Estados Unidos en DVD y VOD- fue presentada en Sundance 2012 y, desde el momento de su exhibición, provocó el inevitable debate sobre si lo que estamos viendo no es más que una extensión fílmica de la inhumana explotación que sufren 30 mil niños -ese es el dato que nos da el documental- que boxean profesionalmente en Tailandia. De hecho, en lo personal sentí en algún momento una clara molestia por lo que estaba viendo y no sólo por esas imágenes de niñas de verdad dándose de fregadazos en un ring, rodeadas de familiares, asistentes y frenéticos apostadores, sino por algunas decisiones estilísticas del cineasta, quien hace acompañar el entrenamiento de estas chamaquitas con una música deportiva-inspiradora que me pareció completamente fuera de lugar. Vaya: a ratos pareciera que estamos viendo un documental común y corriente sobre dos jóvenes boxeadores que, a través de la profesión de los madrazos, quieren salir de pobres. Y el asunto es que no se trata de un documental común y corriente: no son dos muchachos -o muchachas- de 18 años luchando por triunfar en el profesionalismo. Estamos ante dos escuinclas que, en lugar de jugar con muñecas, tienen la responsabilidad no sólo de agarrarse a golpes sino de ganar sus respectivas peleas para solucionar la miseria en las que sobreviven sus respectivas familias. Así, cuando la pequeñita Stam y la más grandota -en estatura y edad- Pet se enfrentan en el duelo definitivo a cuatro asaltos por una bolsa de 100 mil baths, el espectador está en una posición moral complicada e irresoluble: queremos que ganen las dos, pero sabemos que solamente una de ella será la triunfadora. Más aún: sabemos que quien pierda no sólo ha sido derrotada en el cuadrilátero, sino ha perdido la posibilidad de ofrecerle una vida mejor a sus amorosos papás explotadores. La película funciona, paradójicamente, porque nunca resuelve el conflicto que su misma realización implica: ¿por qué hacer un documental sobre un tema tan claro de explotación infantil y no tomar una actitud más crítica? Que quede claro: no pido un sermón moralino, pero sí algo más que la mera descripción de una cultura que permite la explotación de estas chamaquitas que, por lo demás, sonríen ante la cámara, bromean y juegan como cualquier niña aunque, en algún momento, les gane la seriedad, porque saben muy bien lo que significa para todos que pierdan su respectiva pelea. Ninguna niña debería vivir bajo estas circunstancias pero, qué remedio, así viven y algunas, supongo, sobreviven. Kellstein ha hecho un documental que nos muestra una forma de vida desconocida y, por ello, Buffalo Girl es un documental valioso. Y más lo es, insisto, por sus contradicciones nunca resueltas.