Revista Cine
En el invaluable segundo episodio de la teleserie británica Hollywood (Brownlow y Gill, 1980) se hace una fascinante crónica de la primera pareja "real" hollywoodense, la formada por el actor de cintas de acción y aventuras Douglas Fairbanks y la "novia de América" Mary Pickford. El matrimonio formado por Fairbanks y Pickford fue el primero de una interminable serie de parejas fílmicas hollywoodenses idolizadas/idealizadas, desde Gable/Lombard hasta "Brangelina" pasando por Taylor/Burton o Leigh/Olivier. Sea como sea, Pickford fue la primera, al lado de su irreprimible príncipe consorte. De hecho, Mary Pickford (1893-1979), nacida en Toronto como Gladys Marie Smith, fue la primera en eso y en muchas cosas más. Fue la primera estrella femenina hollywoodense propiamente dicha, la primera actriz que tuvo control total -aprobación de reparto, corte final, distribución y comercialización- de las cintas que protagonizaba, la primera también que se atrevió a negociar cara a cara con el mismísimo Griffith su salario -de cinco dólares al día pasó a diez dólares diarios: en unos cuantos años ganaría 10 mil dólares semanales-, la primera mujer fundadora de un estudio de cine, la primera ejecutiva cinematográfica y, además, la primera ganadora de un Oscar como Mejor Actriz en la etapa sonora -por Coquette (Taylor, 1929). De esto trata el bien informado filme documental Mary Pickford: The Muse of the Movies (EU, 2008), primer largometraje como director del editor y sonidista Nicholas Eliopoulos, cinta disponible en un DVD de importación que acaba de salir a la venta, hace unos días, en Estados Unidos. Si bien en el aspecto estilístico Eliopoulos sigue el camino trazado por los maestros Brownlow y Burns para este tipo de documentales -usted sabe: cabezas parlantes pertinentes, edición precisa de filmes de archivo, magnífico gusto musical, exploración de fotos fijas, voz en off elegante (en este caso, de Michael York)-, Mary Pickford: The Muse of the Movies cuenta con una ventaja adicional y hasta insólita: parte de la película está narrada por la propia señora Pickford, quien noz habla desde el Olimpo hollywoodense de sus inicios como actriz infantil teatral -a los cinco años, nada menos-; de su orfandad paterna y su estrecha relación con su madre; de su encuentro en la casa Biograph con un señor muy amable que luego supo que se apellidaba Griffith; de su entendimiento de lo que era actuar frente a la cámara en contraposición al teatro; de la fundación de United Artists al lado de su marido Fairbanks, su mentor Griffith y su amigo Chaplin -"los locos a cargo del manicomio", dijo con sorna el magnate Louis B. Mayer-; de su fracaso artístico y profesional cuando trajo de Alemania a Ernst Lubitsch para que la dirigiera en Rosita (1923) -"esa película no la recomiendo", dice secamente en off- y, por supuesto, sus confidencias acerca del negocio del cine: de cómo exigía aumentos, de cómo negociaba por más poder, de cómo no se dejaba mangonear por nadie. Detrás de la mirada angelical e infantil de "Little Mary" -como se le conocía en un inicio- se escondía no sólo una implacable mujer de negocios sino una muy inteligente actriz que sabía perfectamente sus fortalezas y sus limitaciones. Aunque trató de probar suerte en otro tipo de películas con otro tipo de papeles, supo doblegarse ante el interés del público y si éste quería seguirla viendo como niña o adolescente aún cuando ya pasaba de los 30 años de edad, ¿quién era ella para llevarle la contraria a los millones y millones en todo el mundo que retacaban las salas de cine donde se exhibían sus películas? Así, luego de algunos intentos fallidos -la mencionada Rosita de Lubistch-, Pickford volvía a ser "la novia de América", siempre joven, siempre bella, siempre juguetona. Gracias a su figura menudita y a la mágica iluminación de su cinefotógrafo de cabecera Charles Rosher, Pickford seguía viéndose, en efecto, joven y bella... hasta que, por supuesto, esto ya no fue posible. Pickford siguió siendo, al final, la mujer pragmática de siempre: antes de hacer el ridículo, decidió retirarse frente a las cámaras aunque siguió detrás de ellas muchos años, como ejecutiva, productora y dueña de uno de los estudios emblemáticos de Hollywood, pues su parte de United Artists la vendió hasta 1953. El documental de Eliopoulos nos recuerda -o nos descubre, pues- cómo fue el nacimiento del cine como expresión cultural, como industria y como fábrica de sueños, de la mano de una jovencita encantadora, pero con una voluntad de hierro.