Ahí le tienen ustedes. Y él que se creía el rey de todo el mundo, ni más ni menos que uno de los padres de la Constitución, un hombre con seny, capaz de transmitir su ideología como si fuera la buena, la única. Un tipo tranquilo, sosegado, con rasgos medidos y acostumbrado a ganar siempre.
Me refiero a Miquel Roca, aquel que se paseó por la política española como un señorito --compañero de turno de otro que tal baila como Durán i LLeida y del ‘gran Pujol’—, durante los años ochenta y noventa, pactando con tirios y troyanos, hasta que Maragall le ganó en la lucha por la alcaldía de Barcelona.
Se trata de un hombre al que la derecha, catalana y española, ha sobrevalorado, dándole un relieve que hoy queda en entredicho. Y es que, él que fue el representante catalán entre los padres de la Constitución, fue incapaz de darle los mismos beneficios a su comunidad que la que se les dio a Navarra y Euskadi. Y ahora, se lamenta de que Cataluña sea maltratada por el Estado, obviando su responsabilidad.
Pues bien, este “buen hombre” acostumbrado a ganar –salvo en el caso de la alcaldía de Barcelona—, estimó que le había llegado otro momento de esplendor. Y decidió hacerse cargo de la defensa de la infanta Cristina, al mismo tiempo que dirige su bufete y pertenece a cuatro consejos de administración de empresas del Ibex-35.
Creyó que todo el monte era orégano y que podría pasearse por el juzgado, un paseo militar, y salir a hombros al conseguir, fácilmente, que la infanta no pisara el juzgado. Pensó que él era muy listo y tenía recursos para eso y para más. Y sobre todo estaba seguro de que nadie se atrevería a acusar a la Infanta hasta llevarla al banquillo. Lo que no vio, y todavía sueña que no puede ser, es que, una vez puesta toda la maquinaria del gobierno –el fiscal anticorrupción y la Hacienda pública—, los medios de comunicación afines a la monarquía –ABC y La Razón-- y la Casa Real en la defensa de la infanta, un simple juez, pero con dos bemoles, fuera quien se resistiera y antepusiera la Justicia a la defensa de Roca y Cía.
Así es que el juez Castro –uno de esos jueces que todavía nos hacen creer en la Justicia— imputó por dos veces a la Infanta y, a pesar del fiscal, del gobierno, de Hacienda y del Sr. Roca y sus muchachos, ha conseguido que se siente en el banquillo. Y eso quiere decir que, aún en el caso de que no haya condena cuando sea juzgada, Roca ha perdido su apuesta.. Roca se ha visto empequeñecido por un simple juez, y de ahí su cabreo.
Un cabreo manifestado sin contemplaciones, como mal jugador que no sabe perder, contra el juez Castro al que acusa de hacerse cómplice de la acusación, de dejarse influir por la opinión pública y de no aplicar la doctrina Botín. Simples acusaciones de mal perdedor.
Claro que el juez le ha contestado de forma meridiana, rechazando el recurso del abogado, lo que estoy seguro que ha cabreado más todavía al ínclito Roca, y exponiendo que:
Es cierto que don Miguel Roca Junyent incansablemente ha difundido ante los medios que la llamada doctrina Botín era aplicable a su defendida", tanto al juzgado como a la Audiencia, expone el juez instructor. Pero Roca "deberá responder a su mundo onírico" el que haya planteado "explícitamente" al juez instructor un pronunciamiento previo y específico sobre esta doctrina. "La técnica es tan antigua como el ser humano. Se lanza una afirmación que no responde a la verdad con la esperanza de que siempre habrá alguien que la asuma sin comprobarla",
En fin, que el Sr. Roca se ha quedado planchado, y ha tenido que tragarse toda su prepotencia de “abogado importante”, de hombre del Ibex, ante la entereza, dignidad y neutralidad de un simple juez: un juez de verdad. Y eso parece que le ha afectado al hígado. ¡Pobrecillo, con lo padre de la Constitución que es! ¡Una lástima!
Y colorín colorado, la infanta Cristina, como es notorio, razonable y natural, tendrá su juicio oral. Y, ¡a joderse toca!, Sr. Roca.
Salud y República