A la entrada del pasado mes de agosto sobre la epidemia de virus Ebola anunciábamos que tendríamos que seguir hablando de esto. Iniciábamos la entrada diciendo que las epidemias son el epítome de los problemas medico-sociales.
Después de sesenta años familiarizado con las enfermedades infecciosas graves tenía la impresión de que había visto casi todo. El primer niño muerto de una meningococcèmia lo vi en la consulta de mi padre, en su consulta, cuando yo era un adolescente. A lo largo del tiempo he topado con enfermedades infecciosas, epidémicas y de las que no lo son, de las muy frecuentes como la gripe, a las más raras como el kala azar. Las que se curan solas y las que matan. Las que responden a los antibióticos y las que tenemos vacunas para prevenirlas. Las que requieren aislamiento y las que no es necesario.
Y, también, he sido testigo de las insufribles malandanzas de autoridades sanitarias. Como la del ministro que atribuyó la intoxicación por aceite de colza en un “bichito que si se cae al suelo se muere“, o los que pensaban que el SIDA era un problema de heroinómanos haitianos, o la histeria de la Sra. Margaret Chan, presidenta de la OMS, anunciando la gripe H1N1 como la epidemia del final de los tiempos.
Pero como la ristra de inconsecuencias, errores de bulto, mentiras simples y el desorden que rodea la situación creada alrededor de las infecciones por virus Ebola, aun no lo había visto.
Entendamonos: El Ébola es un virus detectado en Africa hace treinta años y que hace unos meses ha producido un brote epidémico grave y de elevada mortalidad en el oeste del continente africano. En mala hora, las autoridades españolas decidieron repatriar dos misioneros afectados (y no otra gente) que, desgraciadamente, no sobrevivieron. Una trabajadora sanitaria de Madrid se ha infectado a partir de uno de los casos. El departamento de Sanidad decide sacrificar el perro de la familia (!). La desgraciada ministra no tiene ni explicaciones ni excusas, ni parece que controle la situación.
Ni la repatriación, ni los protocolos de aislamiento, ni el absurdo sacrificio de un perro responden a una lógica informada del tratamiento de las infecciones epidémicas, ni la de los más que conocidos protocolos de actuación publicados y difundidos por todas partes. Errores encadenados.
Pero errores encadenados con un origen en los centros informativos del gobierno del estado, que utilizó la repatriación de los pobres misioneros como propaganda y nueva “cortina de humo” para distraer al personal. La sucesión de fracasos les ha estallado en las narices, Y la víctima es un pobre perro, al que han sacrificado en el altar de la incuria porque no podían matar a la enfermera, el marido o los médicos …
Ya no es que la inepta y corrupta ministra (sí, la señora del confeti del “cumple” los niños pagado por la trama Gurtel) dimita. Es el gobierno en pleno y su jefe, la esfinge Rajoy, que deberían irse.
X. Allué (Editor)