El mundo del arte está convulsionado con la restauración que le hizo una venerable dama de 80 años a un Ecce Homo del pintor Elías García Martínez (1858-1934), que de retrato doliente clasicista se convirtió en una obra posmoderna con toques picassianos, perfecta para triunfar en la Feria ARCO.
“¡Qué chapuza, qué destrozo!”, claman los críticos cuando ven retratos del original antes de la restauración, y el resultado final debido a la afanosa ancianita, que le pone del revés la boca al Cristo, le dibuja la nariz y las cejas con trazos de lápiz, le convierte la corona de espinas en sudario de un muerto, y el cuello de un ahorcado.
El escándalo estalló en Borja, Zaragoza, donde está la iglesia del Santuario de la Misericordia en la que García Martínez pintó su obra sobre un muro cuyas humedades la deterioraron.
Entonces apareció la anciana, una beata entregada a las buenas acciones y muy trabajadora, que pintó con ahínco y creatividad: lo que no era más que una obra vulgar de un pintor mediocre lo convirtió en una pieza única, inigualable, surrealista y, por tanto, mucho mejor que el original.
La pintura de García Martínez es voluntariosa pero escasamente creativa. Uno de sus óleos de tamaño pequeño, Náufragos, mezcla de figurativo y tópico expresionismo salió a subasta en Barcelona por 125 euros en 2008: llegó a 840.
Seguramente por eso los descendentes de este artista valenciano establecido en Aragón se han convertido en donantes generosos de su herencia en cuadros, de la que van deshaciéndose al ir regalándolos por cualquier motivo a las instituciones provinciales.
Ahora quieren rehacer el original y estropear la restauración que sería un bombazo en ARCO, y entusiasmaría a público y crítica en el Tate Modern, de Londres. ¡Qué error!
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SALAS