Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila
" He aquí al hombre", dijo Pilatos presentando a Jesús al pueblo después de la flagelación y de la coronación de espinas (Juan, 19, 6). " Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios", confesó el centurión romano viendo agonizar al crucificado Jesús (Mc, 15, 39; Mt, 27, 54; Lc, 23, 47). Y, después de su muerte, su Via lucis, la resurrección. " Ahí tienes a tu Madre", dijo Jesús al discípulo muriendo en la cruz (Juan, 19, 27), mientras ella meditaba en el camino hacia el Calvario y recorría su personal Via Matrix en compañía del Hijo.
Sobre estos textos hagamos una reflexión en la Semana Santa, especial este año por el enclaustramiento a causa de una pandemia provocada por un virus.
Primero, el acceso al Hombre Jesús. No es necesario tener fe religiosa, ser creyentes en divinidades; solo aceptar que Jesús fue un hombre como los demás, que vivió en Palestina hace dos mil años. Aceptarlo, al menos, como un ser excepcional, un "capovolgitore", como escribió Giovanni Papini en su Vida de Cristo; un revolucionario que dignificó la moral del Antiguo Testamento, la del "ojo por ojo", "diente por diente", y propuso como norma de vida: "amad a vuestros enemigos" y predicando el amor universal.
Los textos del Nuevo Testamento confirman esta realidad "humana" de Jesús y recogen su predicación sobre la dignidad del hombre, su destino presente y futuro, sobre el sentido de la vida, del comportamiento ético o moral, de las realidades temporales, etc. Por todo ello puede ser considerado como un "maestro" para muchos millones de seguidores. Este "Hombre" y su magisterio siguen cuestionando a los hombres de nuestro tiempo, a los creyentes y también a los ateos, agnósticos o indiferentes. Espero que también a los antiteístas y perseguidores de los creyentes en Dios, tan difíciles de comprender en una sociedad libre y civilizada. Ellos no son "demócratas". A todos ellos les gustará un texto de santa Teresa: " Yo solo podía pensar en Cristo como hombre" ( Vida, 9, 6). Pero coincide con los ateos solo en apariencia porque el "Hombre" Jesús, su Humanidad, fue el camino para en encuentro con Cristo-Dios.
Segundo, el descubrimiento de Jesucristo como Dios, un camino abierto a todos los hombres, pero solo una porción de la población mundial cree en él y una minoría fiel vive y goza de la plenitud de su figura y de sus enseñanzas. Jesús de Nazaret se jugó la vida al proclamarse no como profeta enviado por Yahvé, sino como "Hijo de Dios". Y esa dimensión divina de Jesús la aceptamos los creyentes en él, además de considerarlo como un gran personaje histórico que admiran los increyentes.
De esa creencia en Cristo como Dios nació una grandiosa civilización que dura ya veinte siglos y que ahora intenta olvidar y traicionar sus raíces históricas. La llamada "civilización occidental" no es solo un capítulo de creencias, de doctrinas filosóficas y morales, sino de hechos, de acción, de "obras", que exigía santa Teresa de Jesús a los cristianos. Junto a sus errores, desaciertos, momentos bajos y "siglos de hierro" del cristianismo, quedan las grandes creaciones culturales y artísticas. ¿Qué sería de la humanidad si desapareciera todo rastro de lo "cristiano" en nuestros pueblos y ciudades del mundo entero y en la memoria y el sentimiento de los hombres? Por ejemplo, la arquitectura, la escultura, la pintura, la música sacra, los hospitales, las universidades, las abadías, los conventos y monasterios, el derecho de gentes, las bibliotecas, el pensamiento religioso y científico, las fiestas populares, etc. Y, sobre todo, los grandes sabios y santos que han iluminado la fe y la ciencia. Sobre esas estructuras, aparentemente muertas, descansa hoy gran parte de la economía que moviliza en gran medida el turismo religioso.
Finalmente, la presencia de María no podía faltar en estos escenarios sagrados de la Semana Santa. Nuestro encuentro con María, la madre de Jesús, que cargó con su propia cruz, nos acerca algo más a lo "humano" de Jesús. Huérfanos del Maestro, nos dejó un Evangelio vivo en la figura de su Madre. María es una figura entrañable no solo en el dogma, sino en la vida de los cristianos, quizás el último recuerdo que pierden los creyentes vueltos ateos, agnósticos o indiferentes, el eslabón que les une a unas creencias y prácticas piadosas infantiles, aprendidas de manos de sus madres o abuelas. María es una figura necesaria en los "pasos" de la Semana Santa sin la cual quedaría huérfana.
Pero si recuerdo la figura de Cristo y de María en este tiempo de la frustrada Semana Santa no es para hacer una apología del cristianismo que, a estas alturas de nuestra historia, no lo necesita, sino para llenarla de contenido y vivirlo en la intimidad de nuestra alma, en el enclaustramiento impuesto por la pandemia.
Muchos sentirán nostalgia de las "procesiones" de Semana Santa por un sentimiento religioso, a veces demasiado frágil por sensorializado y emocional; religiosidad "popular", de calle y ermitas, más que de iglesias y catedrales; de folklore y periferia, más que sentimiento profundo de fe y prácticas morales, etc. Las circunstancias nos convocan a vivirlo en lo interior de nuestros hogares, en la interioridad de nuestra mente y corazón. Dejar de oír la trompetería callejera y gustar de la "música callada" y la "soledad sonora" que glosó en versos inmortales san Juan de la Cruz. Que la ausencia del espectáculo callejero nos lleve a la reflexión cordial, a la lectura tranquila de la "Pasión" que nos transmiten los evangelios, al descubrimiento de Cristo como Dios y de su Madre como madre nuestra.
Y, al final, mientras reflexiono en la "Casa natal" de santa Teresa en Ávila y la visito en su capilla, ahora en plena soledad y silencio de la iglesia clausurada, la imagino extasiada en su hornacina, quizá repasando amorosamente los "Pasos" de la Pasión, y recupero su "manera" de orar ante un "Cristo llagado" ( Vida, 9, 1); acompañándole en la inmensa soledad y la "aflicción" del Huerto de los Olivos (ib., 9, 4); o iniciando un diálogo amoroso "mirando a Cristo" y sintiendo que él la mira ( Camino, 26, 1), no pensando mucho, sino amando mucho. Hasta experimentar que Cristo era su "Libro vivo", cuando la Inquisición le quitó los libros muertos de los teólogos ( Vida, 26, 6). Y escucho sus consejos a los orantes: " Si estáis alegres, miradle resucitado [...[; si estáis con trabajos o tristes, miradle camino del Huerto [...] o miradle atado a la Columna, lleno de dolores [...]" ( Camino, 26, 4-5).
Buen momento este para recuperar la lectura de los libros de esta monja, enamorada de Cristo en su pasión, muerte y resurrección. Y, si todavía queda tiempo en la clausura obligada, volver a leer las "meditaciones" de Fray Luis de Granada dedicadas a los sucesos de la Semana Santa que esculpe en su Libro de la oración y meditación. Sus descripciones tan plásticas, tan enamoradas, valen lo que un retablo de la vida de Cristo, lo que muchos poemas de los místicos; tanto como las imágenes que procesionan por nuestras calles, hoy, desgraciadamente desiertas.