Revista Educación

Échale la culpa al café

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Échale la culpa al café

Hay gente que dice que hasta que no se toma el primer café del día no es persona. Pues yo, que me pasé al descafeinado hace más de cinco años, ya ni te cuento.

No obstante, eso no me habilita para poder ir empujando a las viejecitas por la calle con total impunidad, pellizcar a los niños cuando sus padres estén distraídos, solo por hacer la ruindad, o saltarle a la yugular a todo aquel que se atreva a llevarme la contraria.

Es decir, que la falta de cafeína no es excusa para que a la gente le dé un flisquis y se comporte como un auténtico animal.

Por la misma razón, a pesar de las milongas que decía el anuncio, los que toman coca cola a diario tampoco están en posesión de la chispa de la vida, ni van por ahí con la sonrisa puesta a todas horas y regalando margaritas a cuantos se crucen en su camino o haciendo obritas de caridad a troche y moche cual club de leones en Navidad.

Cada uno es como es, con o sin cafeína. De hecho, por mucho que algunos se aferren a este popular dicho para justificar su mala actitud, yo conozco a infinidad de zoquetes y zoquetas a los que no se les quita la tontería ni con un barreño hasta los topes de barraquito, macchiato, cappuccino o frappuccino (por muy fresquito que esté).

Hace un año se decía que la pandemia nos iba a convertir a todos en mejores personas. Sin embargo, yo lo que he visto es que de los dos tipos que todos llevamos dentro, el buen samaritano sigue confinado y ahora el que sale siempre a pasear es el impertinente, tramposo y faltón. Y no, esto no se aplaca con una capsulita matutina de Tassimo o Nespresso, ni con toda la carta de Starbucks (vía oral o intravenosa) o, incluso, con la producción anual enterita de Juan Valdés.

Así, a pesar de las ilusionantes expectativas que teníamos de lograr un mundo más respetuoso y colaborativo, lo cierto que es todavía hay mequetrefes que, al más mínimo descuido, se te cuelan en la caja del supermercado; bancos que, a la sordina, te endiñan una nueva comisión por cualquiera de los servicios que, sin saberlo, tienes contratados; compañías eléctricas y telefónicas que te suben las tarifas a sangre fría; seguros que te reducen la cobertura sin previo aviso; comerciales que mienten más que el listado de propiedades de cualquier producto milagro; empresarios que siguen chuleando a sus empleados con premeditación y alevosía y trabajadores que zanganean de tal modo que, si hacer el vago estuviera considerado deporte olímpico, las reservas de oro del país rebasarían los niveles de la España imperial.

Sí, nuestro egoísmo y nuestra mala fe nos deshumaniza cada vez más y, qué más quisiera yo, pero esto no se arregla ni con una gran alianza internacional entre Bonka, Marcilla y Saimaza o una a pequeña escala entre Tirma, JSP y El Caracol que surta gratuitamente a todos los ciudadanos o aunque, como cantaba Juan Luis Guerra, llueva (torrencialmente) café en el campo.

"Oye qué cosa el café, que me pone bien...", cantaba Palmera allá por el año 1981.


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