Lo importante no es que sea popular o socialista el alcalde de Robledo de Chavela, municipio madrileño desde el que unas enormes antenas de la NASA vigilan el espacio exterior, sino que se haya atrevido a denunciar como parcialmente culpables de los devastadores incendios que envolvieron esta semana su pueblo a “los ecologistas cantamañanas”.
Mario de la Fuente es popular, pero algo parecido le dijo a sus cercanos Valentín García Formoso, alcalde socialista de As Pontes, en Coruña, tras un incendio que puso en peligro este verano uno de los últimos bosques atlánticos europeos, As Fragas do Eume.
Los incendios, según los investigadores, fueron prendidos intencionadamente, como buena parte de los que asolaron estos últimos meses distintas zonas de España.
Pero en ellos, además de los incendiarios, hubo responsables políticos, como en Canarias, donde el gobierno regional, prácticamente, no había previsto el peligro de los fuegos.
En casi todos ellos, incluyendo los catalanes, valencianos o castellanos, hay una participación pasiva de ecologistas que, exigiendo conservar la naturaleza virgen, que además es de plantaciones de anteayer, se oponen a los cortafuegos, las talas controladas, o a las especies que fijen el suelo a largo plazo, porque “no son autóctonas”.
Son los mismos “Ecologistas en Acción” y afines que actúan por toda España, de los que casi ninguno es científico agrícola o ingeniero de montes: abundan los idealistas, los marxistas-leninistas y los nacionalistas de cualquier profesión que exigen exhibir el himen anticapitalista, improductivo e irracional.
Este modelo de ecologistas fue propulsor en EE.UU. de los gigantescos incendios que asolaron el suroeste del país el primer quinquenio del siglo al oponerse, como ejército de resistentes, a las talas controladas que demandaban los expertos para limitar por áreas la expansión del fuego.
Mientras, desde la prensa adulamos a estos reaccionarios cantamañanas.
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SALAS