Para muchos, nombrar a Marx ya significa despertar tenebrosos fantasmas. En cuanto suena su nombre, aparecen demonios de larga cola y cornamenta imponente: Stalin, Mao y su Libro Rojo, los Gulags, la Guerra Fría, los Jemeres Rojos, los Balseros y la Damas de Blanco,… Pero dice mi amigo, el profesor de filosofía, que esa no es más que una visión simplista –él se atreve a decir necia- de una de las mentes más incisivas y preclaras de la historia. Porque son muchos los que se han encargado de recordar constantemente al agitador político y a sus –no siempre lúcidos- seguidores, para así denostar al brillante Marx, el economista e historiador. Y éste es el que me gustaría recordar ahora, aunque sólo sea por un momento.
El Marx "científico", es un personaje metódico, crítico y con una capacidad envidiable para revolver entre las estructuras más profundas de la sociedad. Así, el Materialismo Histórico nos enseña la gran mentira en la que se había asentado la historia: no son las ideas, son las estructuras de poder económicas las que definen el pensamiento vencedor, aquél que se nos impone como único posible, y condenando al ostracismo a todo intento de oposición. De esta manera, la historiografía, la economía, el arte, la jurisprudencia, la política, la ciencia o la filosofía, se ven condenadas al servilismo, si buscan una posibilidad para existir.
Ese Marx economista es también el que introduce nuevas categorías de análisis. Por ejemplo, el concepto de plusvalía, o la consideración de la fuerza de trabajo como mercadería, o la alienación y el análisis de la propiedad, categorías que revolucionaron la "ciencia" económica. Y uno de los ejes esenciales de este análisis es la afirmación de que en todo sistema económico se establece una relación de explotador y explotado. Que conste, no estoy añadiendo ningún tipo de valoración moral a estos conceptos, es simplemente una consideración económica: el explotador es el propietario que posee los medios de producción y necesita un recurso –la mano de obra- para producir; el explotado es el que posee un recurso –la mano de obra- y que debe vender o ceder a cambio de una retribución para poder subsistir. A lo largo de la historia, esa relación ha funcionado con más o menos éxito -casi siempre con mucho más beneficio para el propietario de los medios de producción que para los explotados. Pero, generalmente, ésa era una relación entre personas, una relación que tenía nombres y apellidos, caras y sentimientos, y, por lo tanto, susceptible de ser analizada desde el ámbito de la política o la moral. A partir de ahí, era posible la ideología y la discusión. ¿En qué situación nos encontramos hoy en día? Pues que el capital se ha alejado de los individuos. Ya no sabemos quién es el verdadero propietario de la General Motors, de British Telecom, de Repsol o de Google, ya no sabemos quiénes son los que dirigen los gigantescos fondos de inversión que deciden los precios del trigo, del petróleo, del arroz o los tipos de interés de la deuda pública. Se nos ha ido de las manos. Tú mismo, querido lector, puedes estar sufriendo las calamidades de la crisis por culpa del fondo de inversión en el que tienes invertidos unos ahorrillos. Ironías del siglo XXI.
¿A qué nos conduce esta situación? Pues a mirar hacia un futuro incierto en el que las viejas estructuras acabarán desapareciendo. El nuevo orden seguirá funcionando según las categorías y estructuras que Marx definió, pero muy alejado de la apariencia –política, científica, estética, filosófica,…- que ha tenido hasta hoy. Por supuesto, los economistas se reciclarán para engrasar el nuevo motor del poder globalizado, quizás reviviendo la temible cita de Malthus y que muchos liberales actuales firmarían solícitos: "Aquellos que nacen sin posibilidad de alimentarse y si la sociedad no necesita de su trabajo, no tienen ningún derecho a reclamar ni un pedazo de pan porque, sencillamente, sobran".
Es por eso que, quizás, sólo quizás, deberíamos volver a leer al denostado Marx, el Marx intelectual y analítico. Quizás deberíamos reconsiderar en qué nos hemos convertido y en qué queremos convertirnos. El humanismo, la reflexión política y moral, debería volver al centro de la escena porque, si no es así, estaremos indefensos ante las grotescas y temibles criaturas que hemos engendrado. Y Marx no nos ayudará, cierto, pero quizás sí su manera de mirar.Actualidad política y social. Una visión crítica de la economía la actividad política y los medios de comunicación.