Publicado por José Javier Vidal
“La ciencia que estudia cómo satisfacer las necesidades humanas mediante bienes escasos susceptibles de usos alternativos entre los que hay optar”. Esta es la definición de economía que dábamos en el artículo anterior. A mi juicio, decía, es la más acertada. Va al fondo del asunto y es aplicable a las sociedades de todas las épocas, lugares y culturas. Porque la economía, aunque como disciplina intelectual, como “ciencia” independiente, no tiene más de tres siglos, como actividad material de supervivencia es tan antigua como el ser humano. Desde el cazador-recolector del paleolítico o de la selva amazónica hasta el lobo financiero de Wall Street o el “emprendedor” de Silicon Valley, todos tienen unas necesidades que satisfacer con unos recursos escasos que pueden ser usados de maneras alternativas entre las que hay que elegir una en concreto.
Esto plantea tanto a los grupos de cazadores de la Europa glacial como a los creadores de “start-up” de Silicon Valley los mismos problemas básicos, las tres cuestiones fundamentales que tiene que responder toda sociedad: Qué, cómo y para quién producir.
¿Qué vamos a cazar hoy?. O, ¿mejor recolectamos?. O ambas cosas pero, ¿en qué proporción?. ¿Aprovechamos la abundancia de este momento para acumular un excedente que nos pueda servir en un futuro de escasez? ¿O la consumimos sobre la marcha?. La empresa tecnológica, ¿Qué nuevo producto lanza al mercado?. ¿A cuál merecerá la pena que dedique sus recursos si lo que pretende es vender y obtener beneficios?.
Ya sabemos lo que vamos a cazar o qué nuevo producto pondremos en el mercado. Ahora toca pensar cómo lo vamos a hacer. ¿Quién saldrá a cazar?. ¿Quién se quedará cuidando el campamento?. ¿Los bisontes los abatiremos con flechas y lanzas?. ¿Usaremos trampas?. ¿O los asustaremos para que corran hasta caer por un despeñadero?. En Silicon Valey, ¿Qué técnicos necesitaremos para desarrollar y producir el nuevo producto?. ¿Qué aplicaciones informáticas usaremos?. ¿Qué maquinaria o equipos informáticos?. ¿Cómo organizaremos nuestra fábrica, nuestra oficina, nuestro laboratorio?.
Tenemos nuestro “qué” y sabemos “cómo” lo vamos a hacer, pero ahora nos preguntamos ¿Para quién lo haremos?. Es decir, ¿Qué necesidades y de quién vamos a satisfacer?. ¿Quién se beneficiará del resultado de la caza o del nuevo producto?. ¿Quién los disfrutará?. ¿Cómo, con arreglo a qué criterios y valores se repartirá el excedente entre los miembros de la sociedad?.
Por supuesto, las tres cuestiones anteriores no son independientes entre sí, sino que están relacionadas. Qué se va producir dependerá en buena parte de para quién y de cómo. Y esto, a su vez, estará muy influido por los grupos y las relaciones de poder en el seno de esa sociedad. Pero ésta última es una cuestión que veremos más adelante, en otro artículo de la serie. Nos interesa ahora, una vez establecidos cuales son los problemas de los que se ocupa la economía, conocer los medios con los que cualquier sociedad intenta resolverlos.
Los economistas llaman a esos medios factores de producción. Un factor de producción es un bien o servicio usado por las empresas para producir o prestar otros bienes o servicios. Por ejemplo, un camión de una empresa de transporte, el combustible, el trabajo del conductor o de los empleados de almacén son, entre muchos otros, factores de producción usados para prestar el servicio de transporte de mercancías o paquetería.
Los factores de producción se clasifican en tres grandes grupos: tierra, trabajo y capital. La tierra comprende no sólo la tierra en sentido estricto o suelo, sino todo lo que sean recursos naturales: minerales, hidrocarburos, agua, madera…En fin, cualquier cosa que encontremos en la naturaleza susceptible, tras, generalmente, su oportuna transformación, de ser aprovechada para satisfacer necesidades humanas.
El trabajo consiste en el tiempo de esfuerzo humano empleado en la producción. Las horas de viaje del conductor del camión del que hablábamos en el ejemplo, las horas de clase de un profesor o las de un médico en el hospital o en la consulta, son factor trabajo.
El capital, por último, abarca todos bienes duraderos, es decir, que no se consumen en solo uso, que se emplean en la producción de otros bienes o servicios. Así, por ejemplo, el camión del ejemplo, un ordenador, una nave industrial o la máquina de café y el lavavajillas de un restaurante.
Tenemos ya los problemas de los que trata la economía y los medios con los que pretende hacerlo. Hasta este punto todo está más o menos tranquilo. Los economistas, sea cuál sea su orientación ideológica, acepta los conceptos anteriores. La cosa cambia cuando hay que enfrentarse a una cuestión crucial, quizá la “cuestión”: Cómo, quién, con arreglo a qué criterios se decide la respuesta a las tres grandes preguntas de la economía y la manera de emplear los distintos factores de producción en esa respuesta. Aquí entramos ya en materia sensible, en el territorio donde la línea entre ciencia o conocimiento objetivo e ideología se difumina, en el campo minado de los valores y de los conceptos de economía centralizada, mercado, socialismo, capitalismo…Un viaje arriesgado y exigente intelectualmente que proseguiremos en próximos artículos.