Es una realidad incontestable que el ecoturismo o turismo de naturaleza, se ha convertido en un fenómeno masivo a nivel mundial. Un estudio realizado por la Universidad de Cambridge estimaba a comienzos de 2015 que los parques nacionales y reservas naturales reciben cada año 8.000 millones de visitas, que es una cantidad mayor que la población mundial (la Tierra ya está superpoblada). Las visitas turísticas a los parques naturales son un arma de doble filo. Por un lado, generan riqueza y permiten ampliar los ecosistemas protegidos. Por otro lado, los animales pagan un precio por la presencia humana.
Datos: la moda de nadar junto a los delfines atrae a 13 millones de personas anualmente. Estas visitas generan más de 520.000 millones de dólares anuales. Aunque una ínfima parte de ese dinero, unos 10.000 millones, se dedica a conservar estos espacios naturales y a la investigación, son unos millones que le vienen muy bien a la naturaleza.
El problema es que los turistas amantes de la naturaleza están poniendo en peligro las reservas naturales que visitan. El afán, insensato muchas veces, de acercarse lo más posible a los animales para hacer fotos, o penetrar en santuarios ecológicos, está provocando consecuencias indeseables, cambios fisiológicos y conductuales en los animales, además de un impacto en el medio natural.
La tontería social, que ya saben que es mucha y avanza, también alcanza a estos turistas ecológicos, que buscan el contacto con los animales, algo que es totalmente rechazable por las consecuencias que tienen en éstos, volviéndose mucho más confiados y vulnerables a la presencia humana (por ejemplo de cazadores) y a otros animales depredadores.
Un grupo de investigadores estadounidenses, franceses y brasileños ha estudiado el impacto que tiene en los animales el contacto con los humanos, y los resultados son determinantes: la conducta animal salvaje cuando se habitúa a la presencia humana sufre una aculturación en la que presenta muchos paralelismos con los animales domesticados o con los que viven en las zonas urbanas; se vuelven extremadamente confiados y cambian sus hábitos naturales e incluso sus características físicas.
Esto es verdaderamente peligroso para los animales salvajes, que terminan cayendo en la domesticación y alterando pautas de conducta esenciales en ellos, como la huida ante determinadas amenazas.
Las manifestaciones más perjudiciales de los procesos de domesticación y urbanización también se están produciendo entre los animales salvajes fruto del contacto humano. Así, los animales no sólo se vuelven confiados con los turistas, también lo hacen con los humanos cazadores y con los depredadores.
Ya se sabe que el aumento de visitas de los turistas lleva a algunas especies a tolerarlos y comportarse de maneras que sugieren que se han habituado a nuestra presencia. También sabemos que, en algunos casos, se habitúa deliberadamente a los animales salvajes para elevar las oportunidades para el turista, como se ha demostrado con los grandes simios, chimpancés y gorilas en varios lugares de África. Y sabemos que estos simios acaban siendo más vulnerables a los cazadores furtivos. Y esto es sólo la punta del iceberg de un problema que va a más y que afecta también a los delfines, las ballenas, los leones, los guepardos...
Siempre he sostenido que los santuarios naturales deben estar libres de presencia humana, sobre todo de las visitas de los ecoturistas, que con sus ansias de fotos, experiencias y de querer meterse en todas partes, terminan destrozando los últimos santuarios y alterando la conducta de los animales salvajes. Por ejemplo, esta exposición a los turistas puede actuar de dos formas sobre la conducta de los animales. Por un lado, como ocurre en las ciudades, la presencia de humanos no peligrosos crea un escudo protector que ahuyenta a los depredadores. Esto hace que el animal se relaje. En el Parque Nacional Grand Teton, en Wyoming, los alces y antílopes americanos pasan menos tiempo en estado de alerta, dedicando más rato al forrajeo en aquellas zonas donde se congregan más turistas a verlos. Además, forman grupos más pequeños y la mayor dimensión de la manada es otro mecanismo que les protegería de los pumas o los lobos.
Las visitas ecoturísticas no siempre son benignas, ya que la mayoría de las veces los turistas no saben cómo interactuar con la naturaleza.
A nivel fisiológico, este menor estado de alerta se relaciona con la producción hormonal en los animales. La señal de estrés se manifiesta a menudo por medio de la producción de cortisol.
Una conclusión está clara: la habituación a los humanos rebaja las defensas ante los depredadores de forma generalizada entre los animales salvajes.
Por todo ello controlar y saber gestionar adecuadamente el ecoturismo es uno de los grandes desafíos que tenemos planteados. Ante la duda de si debemos cerrar el paso de los turistas a los espacios naturales, debido a su impacto en la conducta de los animales y a las consecuencias ecológicas, la respuesta es clara: sí, sobre todo a determinados ecoturistas con un perfil muy definido. Esos, cuanto más lejos, mejor. Y para el resto de turistas aceptables, establecer rutas seguras y dejar territorios aislados y protegido del contacto humano. Esto es vital.